LUNES Ť 26 Ť MARZO Ť 2001

Ť El autor colombiano Héctor Abad presenta en México Basura, su más reciente novela

Me gusta la escritura transparente y poco profunda

Ť Creía que el escritor debía ser una especie de pontífice, dice el colaborador de Cambio

CESAR GÜEMES

Un buen día, nunca mejor dicho, Gabriel García Márquez invitó a Héctor Abad Faciolince a trabajar a su lado en la revista Cambio, ante la sorpresa del joven prosista colombiano, el Nobel de Literatura se concretó a responderle: "Mira, déjate de carajadas, que yo ya llevo mucho tiempo leyéndote". A partir de entonces es uno de los más asiduos colaboradores de la publicación que, por cierto, está a punto de editarse también en México.

Héctor Abad se adelantó, sin embargo, a la llegada de la revista, su más reciente novela de título Basura, coeditada por Océano y Lengua de trapo, está ya en librerías. Se suma a sus trabajos anteriores: Malos pensamientos, Asuntos de un hidalgo disoluto, Fragmentos de un amor furtivo y Tratado de culinaria para mujeres. Desde Colombia, donde reside, habla sobre los diversos temas que abarca su actividad intelectual, que va del periodismo a la traducción, además de la novelística.

Sofisticado autor de versiones

-Me interesa mucho tu labor como traductor de Eco y Lampedusa. Habla de ella, Ƒpor qué elegiste esos autores para dedicarles esta parte de tu trabajo intelectual tomando en cuenta que entre sí son muy distintos?

-A mí me hubiera gustado más traducir a Joseph Roth, pero no sé alemán, o a Tolstoi, pero no sé ruso. Más que de Eco o de Lampedusa, he sido traductor de una lengua que sé bien, el italiano, y esa labor incluye desde manuales de instrucciones para el Fiat Uno o el Ferrari Testa Rossa, pasando por artículos científicos de Levi Montalcini o de Carlo Rubbia, hasta textos literarios como los de los autores que mencionas. Tal vez me hubiera gustado ser, aunque nunca pude, un sofisticado autor de versiones y diversiones de antiguos poetas chinos, sin saber hablar chino

"Pero qué va, yo he sido un traductor a destajo, de esos que traducen para ganarse la vida, pero eso sí, más que con preciosismos literarios, con la precisión de los manuales. Mi trabajo como traductor ha sido amplio. No soy creyente, pero cuando vivía en Italia era el traductor simultáneo de los peregrinos hispánicos que iban a Turín a visitar la falsa Sábana Santa, y los auténticos lugares sagrados de San Juan Bosco. Para que gozaran más, aumentaba el número y el tamaño de los milagros de una y otro. También traduje la vida ejemplar de una madre superiora que murió en olor de santidad, y mi traducción fue aportada al proceso de beatificación; gracias a ella un abogado del diablo español acabó votando a favor de la bondad intrínseca de la monja. También a ella le aumenté los milagros. A esa labor apostólica y espiritual se añadieron los mundanos encargos literarios de editoriales o de suplementos periódicos, y por eso traduje a Calvino, Sciascia, Bufalino. Y también Saba, Svevo, Montale, Magris, muchos otros. Y también he hecho traducciones 'contra natura', del español al italiano, como las Grazie e disgrazie del buco del culo, de don Francisco de Quevedo, pero la editorial italiana que me hizo el encargo luego no publicó la obrita, por procaz".

-No podemos soslayar que también eres periodista. Dentro de poco tiempo se editará en México la revista Cambio, donde laboras. ƑCuál es tu experiencia al trabajar en un medio que coordina García Márquez?

-Antes de trabajar en Cambio, escribía para otra publicación colombiana, una revista frívola, de farándula, que se llama Cromos. Cuando me llamaron de Cambio yo no lo podía creer. Y además les dije: miren, si yo trabajara para ustedes, me abad volvería mudo por escrito, porque de sólo pensar que Gabo puede llegar a leerme, no sólo el estilo se me volvería tieso, sino que se me paralizarían del susto hasta las manos. Entonces García Márquez me llamó y me dijo: 'Mira, déjate de carajadas, que yo ya llevo mucho tiempo leyéndote'. Fue ahí cuando me enteré de que ya había sido bautizado sin que me diera cuenta, por lo que me despreocupé, y empecé a escribir para Cambio con la misma tranquilidad que escribía para Cromos.

"Escribo para que me entienda todo el mundo, los lectores de Cromos y también los de Cambio. Me gusta la 'escritura arroyo', que decía Voltaire: transparente y poco profunda. Y más teniendo en cuenta que la única técnica de muchos para parecer profundos consiste en ser poco claros, es decir, en enturbiar las aguas".

-Encuentro que tu nuevo libro propone, más que un alarde técnico, una interpretación juguetona de lo que escribir es. ƑPensabas en esa desmitificación al crear a los personajes que lo habitan?

-Ya decía don Antonio Machado que el arte es un juguete. Cuando yo viví en México, en 1978, y tenía apenas 17 años, había papas literarios, y hasta yo me creí el cuento de que el escritor debía ser una especie de pontífice. Los pontífices, obviamente, pontifican. Y son solemnes, mayestáticos, tan sabios como soberbios, y hasta viven con la esperanza de pertenecer a la primera generación humana de inmortales. Leía Vuelta con la devoción con que un puritano lee la Biblia o un musulmán el Corán. Creía que ahí iba a descubrir el gran secreto de la existencia. Después me he dado cuenta de que escribir, aunque sea el oficio al que uno le dedique la vida entera, es una profesión apasionante, pero no más importante que la del matemático, la del ingeniero o la del científico.

"Yo no sé los escritores qué se habrán creído. Sobre todo los poetas, desde que Heidegger dijo que el Ser se manifestaba en los versos, se creen los ventrílocuos de Dios. Hombre, no exageremos. A veces los escritores dicen una que otra verdad, y ésta tiene algún valor si está dicha con las palabras precisas; también las historias pueden tener un magnífico efecto hipnótico y hasta dejarnos alguna percepción más honda de la vida. Pero eso no basta para que los escritores se pongan tiesos como pontífices, empezando porque ni siquiera los pontífices tienen mucho de qué creerse".

-Existe una buena posibilidad de que Davanzati, protagonista de Basura, esa suerte de Bukowski inconsciente, atraviese por un periodo de. No sabía que te interesaran personajes digamos descentrados médicamente hablando.

-No creo que Davanzati esté mucho más loco que nosotros dos. A veces, sí, se enferma de personajes y de palabras, como le puede pasar a cualquiera que se pase la vida redactando frases e inventando historias. Hablar y caminar son cosas naturales. Escribir es un artificio tan cultural como hacer música con cuerdas o con vientos. Y en el desarrollo de ese arte, en la lima cotidiana de pulir las ideas, en la fiebre combinatoria de mezclar las palabras para que resulten con una coloración armoniosa, se puede perder el contacto con la realidad, es decir la cordura. Si uno lo piensa bien, toda novela no es otra cosa que el monólogo de un descentrado, como tú dices, un monólogo en el que el redactor se viste con todos los trajes, cambia de sexo y de voz, rejuvenece, envejece, traiciona, mata, se porta como un héroe o como un marrano, salta de un tiempo a otro, cambia de piel, etcétera.

"Escribir una obra de ficción es salirse de sí mismo y ponerse en el pellejo de otros. Más loco que Quijano que se cree Quijote, estaba ese manco que se hace pasar por Cide Hamete Benengeli, por Sancho Panza y hasta por Rocinante. El genio de Shakespeare, lo dijo Borges, consistía en su capacidad de ser muchos hombres, y también muchos locos: Ofelia y Hamlet, Lear y Lady Macbeth, Otelo, Yago y Ricardo III. Un desfile de dementes. La escritura de ficciones es pariente de la esquizofrenia, aunque hay un pedazo del lóbulo frontal que mantiene firmes las riendas, porque si no en los manicomios se produciría la mejor literatura, y parece que no es así, casi nunca, aunque también hay casos. Robert Walser, por ejemplo, uno de los escritores preferidos de Kafka, aunque sus mejores obras las escribió antes de que lo internaran en el hospital mental definitivamente. Pero para ser franco yo creo que se requiere una gran cordura para hacer verosímiles los delirios de un demente".

Libro profético

-ƑA quién ves cuando reflexionas sobre la forma de trabajar de Davanzati?, Ƒa una generación literaria, a un personaje concreto, a una parte, tal vez, de tu propio pasado?

-No veo mi pasado, veo más bien mi futuro y el futuro de muchos. Basura es un libro profético (fíjate que yo también soy capaz de ser pontífice y usar palabras grandes): a casi todos los escritores nos llegará el día en que nuestros libros no sean otra cosa que basura y papel desechable. De los cientos de novelistas alemanes o ingleses del siglo XIX, Ƒcuántos se leen y editan todavía? Unas pocas decenas, si mucho unos pocos cientos. Ese es también nuestro futuro, ser basura en las calles, y unos pocos libros carcomidos por el moho en viejas bibliotecas. Y hasta los que se salven de la primera criba serán basura también dentro de algunos siglos.

"Pero eso no importa, en últimas lo que Davanzati dice es que él sigue trabajando aunque sepa que todo irá a dar en la basura, así como todos vivimos, comemos, hacemos el amor, aunque sepamos bien la teja floja que nos espera a la vuelta de la esquina. Todo en la vida termina en un despojo, en una basura, en algo que se entierra o que se tira. Pero esa conciencia de lo caduco no nos impide aferrar (reciclar, aprovechar) el dulce aroma de la existencia, este instante en el que todavía nos ha sido postergada la sentencia de muerte".