lunes Ť 26 Ť marzo Ť 2001

Esther Gordillo

"Nuestras armas son las palabras": Marcos

Cuando afirmamos que el cambio es lo que caracteriza a México, describimos un fenómeno asociado a muchos otros que tienen eso como su consecuencia: un crecimiento demográfico impresionante que produjo una suerte de remuda poblacional cada 25 años; un agudo proceso de urbanización, que revirtió en menos de 40 años una correlación rural-urbana vigente por más de cinco siglos; un despliegue educativo que, no obstante el crecimiento demográfico, logró un significativo avance del promedio educativo, entre muchos otros, sin duda igualmente impactantes.

De ahí que los sucesos que en lo individual y como generación hemos presenciado, con todo y que merecen el calificativo de que rompen con todo precedente, forman parte de ese flujo de cambio social que tanto potencial expresa y que plantea tantos retos.

El que la Cámara de Diputados haya decidido en una votación tan cerrada que el EZLN fuera recibido en su recinto para exponer sus argumentos en favor de la ley sobre derechos y cultura indígenas, establece un hecho sin precedente en muchos sentidos.

Por un lado, que la tan estereotipada democracia, como bien lo dijera Churchill, es el método menos malo para decidir lo colectivo. Con todo y que hubo una firme y argumentada oposición de quienes no aceptaban que la necesaria actualización de la ley pasara por su violación, con la misma lealtad que defendieron su idea, acataron el mandato. El Congreso mostró una congruencia a toda prueba: si los votos nos colocaron en esta posición, que sean ellos los que decidan cómo debemos emplearlos.

Con la misma decisión, y por como actuaron las distintas fracciones parlamentarias, reivindicaron la autonomía de uno de los tres Poderes de la Unión. Si por muchos años se argumentó que una de las grandes deficiencias del sistema político mexicano era la supeditación del Legislativo al Ejecutivo, la votación del pasado jueves marcó un punto de no retorno.

En tercer lugar, con la muy significativa participación de muchos otros actores de la sociedad, de la intelectualidad, del empresariado, incluso de organizaciones y ciudadanos de otros lugares del mundo, la decisión logró reposicionar a la política como la vía privilegiada para dirimir las controversias. El regreso a Chiapas del EZLN, de no haberse logrado un primer acercamiento al diálogo, hubiera alentado otras expresiones de fuerza para hacerse oír por esa vía, que es justamente el argumento que el zapatismo esgrime como su razón de ser.

Puestas así las cosas, lo que sigue es hacerle caso al subcomandante Marcos cuando dijo a García Márquez el pasado sábado en Reforma: "nuestras armas son las palabras". Superada la etapa de construcción de las bases de un diálogo inusual, entre actores inusuales, en un contexto también inusual, toca ahora sí hacerle frente al verdadero problema: Ƒcómo lograr un andamiaje jurídico, un despliegue institucional para lograr lo que hemos intentado durante cientos de años sin éxito: hacer convivir, en condiciones de equidad, dos ideas del mundo diametralmente opuestas, dos cosmovisiones que nacen en fuentes distintas y conducen por diferente camino? Y en esa tarea, sólo las ideas estarán llamadas a concurrir; ni siquiera la política podrá suplirla.

ƑCómo lograr, en las propias palabras de Marcos, "...que la derrota definitiva del racismo se convierta en una política de Estado, en una política educativa, en un sentimiento de toda la sociedad"? El resultado, como todo, o por lo menos mucho de lo que nos ha tocado vivir, tampoco tendrá precedente.

[email protected]