DOMINGO Ť 25 Ť MARZO Ť 2001
LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Malena
SICILIA, 1940, APOGEO del régimen fascista. Italia combate a lado de la Alemania nazi. En el pueblo de Castelcuto el ánimo patriótico de los camisas negras ensaya por las calles cantos germánicos y pasos marciales. La voz en off de un hombre maduro recuerda aquellos tiempos, sus días de pubertinaje en pantalones cortos, su despertar sexual y las erecciones traicioneras, su compulsión masturbatoria y su primera fantasía romántica con la mujer más deseable del pueblo, la bella y solitaria Malena Scordía (Monica Bellucci), esposa de un oficial en servicio al norte de África.
MALENA, DE GIUSEPPE TORNATORE (Cinema paradiso, El fabricante de estrellas), es la evocación nostálgica de una adolescencia siciliana, con el previsible color local y una galería de personajes pintorescos, parecidos a los de una comedia de Pietro Germi, Seducida y abandonada (1964), con Stefania Sandrelli. Nada parece haber cambiado en las obsesiones y prejuicios de la región, las mujeres siguen eternamente enlutadas, envidiosas y frustradas, con el vicio de la maledicencia y el placer de difamar a toda persona de conducta cuestionable. Su saña colectiva se concentra aquí en Malena, objeto de lujuria de toda la población masculina. La intolerancia del lugar se resume en la actitud de sus mujeres; en su conjunto, francamente detestables.
A ESTAS IMAGENES negativas y al horror de una revancha femenina que se cumple con la victoria de los aliados, el narrador opone la fantasía desbordante de Renato Amoroso (Giuseppe Sulfaro), el púber que se imagina héroe cinematográfico, seductor invicto, Valentino siciliano. Renato sueña despierto e imagina a Malena en el cuerpo de la Rita Hayworth de Salomé (Dieterle, 1952), o en el de Jane esperando anhelante la llegada en liana de su Tarzán. Las referencias de Tornatore cinéfilo se multiplican hasta perder efectividad, y la impaciencia erótica del joven se expresa en imágenes extremadamente burdas, un fetiche sexual visto en kaleidoscopio, por señalar sólo una obviedad en la fotografía de Lajos Koltai. El acierto es mayor en la recreación de la vida cotidiana, en los breves apuntes humorísticos (la violencia doméstica del padre antifascista abofeteando a madre, hijos y vecinos entrometidos), y en la zozobra colectiva frente a los bombardeos. Sin embargo la cinta no alcanza mayores vuelos. La iniciación sexual de Renato palidece ante situaciones similares en el cine de Comencini o de Fellini, en particular en sus escenas de burdel o en los repetidos intentos del joven por espiar a la mujer deseada. A la evocación de Tornatore la domina más el sentimentalismo satisfecho que la ironía y el desenfado que propone el guión de Luciano Vicenzoni. Malena aparece distante, poco cálida, y su supuesto desafío a la moral social semeja más una actitud veleidosa; lo interesante es el personaje de Renato, su mirada alerta, su aprendizaje, y su capacidad de asombro. Desafortunadamente, Tornatore no trasciende jamás la superficialidad de su propia sabiduría sentimental, y su primer impulso lírico se vuelve empalago visual y sonoro (infaltable música de Morricone), con las dosis ya habituales de autocomplacencia.