DOMINGO Ť 25 Ť MARZO Ť 2001

MAR DE HISTORIAS

La vuelta del prisionero

Ť Cristina Pacheco Ť

 

Fermín no se ha dado cuenta de que su paso se ha hecho carrera ni de que va trotando al ritmo que le imponían en la cárcel, un-dos, un-dos. ƑYa te cansaste, cabrón? Sólo piensa en llegar al Vado Grande a tiempo para tomar el autobús. Si lo pierde, se quedará allí dos o tres días, esperando el próximo viaje. Fue lo único que consultó con Valeria. "Mejor te esperas allá. Si regresas me dolerá mucho despedirme otra vez".

Fermín inclinó la cabeza. Cuando te hable, me miras de frente y me responde: Sí, señor. ƑEntendiste o te lo hago entender, indio de mierda? El recuerdo de aquella orden lo sacudió, como una descarga eléctrica. Su frente se humedeció y él se llevó la mano a la sien. Desde que Fermín volvió, Valeria lo ha visto repetir ese movimiento. Su instinto le dice que allí está la obsesión que desvela a su marido, el obstáculo que le impide poseerla, el miedo que lo estremece durante sus pocas horas de sueño, la razón de que se pase horas acuclillado en medio del solar, lejos de la sombra: Te me quedas ahí, indio infeliz, hasta que se te quemen los pocos huevos que tienes.

Fermín se detiene abruptamente. Inmóvil, tiene la sensación de que todo gira en su derredor. Siente que pierde el equilibrio. Levanta la cabeza y aspira hondo el aire purisímo, cargado de rocío, que baja de las montañas. Soñó con volver a verlas cada minuto de las mil noches que estuvo en el infierno -ƑCómo es tu tierra, compadre?- y ahora que las tiene cerca no logra descubrir su belleza. Allá las cimas de los cerros tocan el cielo, pero no se lo digas a nadie.

II

Antes de dar vuelta en la esquina El Dandy mete las manos en los bolsillos de su pantalón y cabecea. No logra sacudirse el dolor que lleva permanentemente clavado en la herida del cuello. "Ya se te enconó", le dijo Nancy. "Oh, morra, Ƒy eso qué quiere decir?" "Que no se te va a quitar nunca, igual que lo cabrón." En venganza él le apretó el seno hasta que la caricia se volvió una tortura y ella gimió. "Loca, šbien que te gusta!", le gritó él y salió riéndose del cuarto.

Nancy se quedó llorando, más que por el dolor a causa de los celos. Hace tiempo sospecha que El Dandy tiene otra mujer. ƑQué otra cosa podría justificar que, de unos meses a la fecha, él salga a la calle cuando van a dar las seis? Su hermana le hizo ver que a esas horas cierran las oficinas y está segura de que él le engaña con una empleada.

Se ha esforzado por ocultarle sus sospechas a El Dandy, pero de noche, cuando lo oye volver, afila sus sentidos para descubrir alguna señal comprobatoria. Su búsqueda es inútil. No puede escuchar, ver ni oler indicios reveladores porque El Dandy se tira en el sillón y se mantiene hosco, silencioso, atento a los ruidos de la calle.

Los más suaves son los que lo inquietan y lo hacen salir al callejón, descalzo y con la camisola abierta. Vuelve al cabo de unos minutos, sudoroso y contrariado. "ƑQué había?", pregunta Nancy. "Nada, duérmete", le contesta, y se tiende junto a ella para traducir los rumores de la noche. Cuando se convence de que ninguno le significa peligro se abandona. Entra despacio en el sueño. Allí lo esperan unos ojos suplicantes que lo obligan a desviar la mirada. En ese momento despierta de una pesadilla y vuelve a otra: la realidad.

III

Fermín se entristece aún más cuando ve que el arriero toma la desviación a Los Mezquites. Le gustaría seguir sus pasos y volver allá, junto a su mujer y sus tres hijos. Se alegra de que sean tan pequeños y aún no hagan preguntas. En cambio, Valeria estará quebrándose la cabeza, tratando de explicarse qué significan las marcas en su espalda, por qué en las noches se despierta gritando; pero sobre todo por qué quiso regresar a la ciudad que aumentó su miseria, lo hundió en la cárcel y lo volvió tan triste.

Fermín se apoya en el tronco de un árbol, abre el morral de ixtle y saca una tortilla. La come despacio, mirando temeroso a uno y otro lados. El día en que Valeria descubrió ese movimiento llamó a sus niños para que lo vieran. Creyó que se trataba de una broma o un juego. Entendió que no cuando Fermín, al sentirse observado, cruzó las manos sobre el pecho y gritó: Digo que soy perro, digo que eres mi padre, digo lo que quieran, pero no me la quiten.

Una gota de lluvia le humedece la frente. Fermín levanta la cabeza y mira las cumbres de los cerros. "Va a llover fuerte". El sonido de su voz lo asusta, como cuando volvía del aislamiento impuesto por algunos de los custodios para vencer su obstinación: No pongas cara de que no sabes lo que hiciste, porque te va peor. Orale, vas pa dentro. Para huir del hambre y del frío, para no enloquecer en medio de la oscuridad sin tiempo, Fermín adquirió en el apando el hábito de contarse su historia desde el momento en que llegó a la ciudad de México.

Tres años antes, cuando lo detuvieron, también la contó pero en su idioma. El Ministerio Público no la entendió, el defensor de oficio no la entendió, la secretaria no la entendió. Fermín tampoco comprendió cuando lo hicieron poner su huella en una hoja ni cuando se la leyeron en voz alta: "El de la voz, Fermín Gregorio Domingo, se declara culpable de homicidio en grado de tentativa con arma punzocortante, en agravio de Juan Carrillo Carrillo, alias El Dandy."

Al ver que dos custodios se acercaban, Fermín levantó las manos y, siempre en su lengua, contó lo que realmente había sucedido. Logró describir la forma en que El Dandy lo había herido en el brazo para arrebatarle el dinero. No lo dejaron relatar la otra parte de la historia.

Ahora que está solo, bajo la lluvia del amanecer, la cuenta a gritos, en su lengua, pero la refiere a gritos para que la repita el eco de los cerros: "El patrón me había dicho Tengo confianza en ti. No podía dejar que El Dandy se llevara el dinero. Le quité la punta manchada con mi sangre y me defendí. Pero El Dandy pidió auxilio, llegaron los policías y como me vieron con el arma en la mano, dijeron: Ah, conque lo quisiste matar, pinche indio. Ahora te vas al tambo y por mi madre que no sales. Mientras me subían a la patrulla miré a El Dandy, como pidiéndole que dijera la verdad, pero él siguió acusándome".

Un acceso de tos sacude a Fermín. Se cubre la boca con el antebrazo. Lo mismo hacía en la cárcel para evitar que sus compañeros despertaran y volvieran a insultarlo. Desde que aprendió su significado, ciertas palabras le resultan intolerables. Se dio cuenta el día en que estuvo a punto de agredir a un nuevo recluso que, por ganarse su amistad, le dijo: "Lo malo es que me apendejé y me apañaron, pero alcancé a pasarla medio bien con los setenta mil varos. Tú, en cambio, estuviste a punto de volverte asesino por sólo trescientos pinches pesos. šDiez dólares, güey!"

El día en que lo liberaron salió con la intención de irse a la terminal para regresar a su tierra; pero algo extraño lo desvió y sólo al bajarse del camión se dio cuenta de que estaba en la calle donde lo habían detenido. Nuevos vendedores atestaban la calle, sin embargo el barrendero era el mismo: "ƑQué pasó, Fermín? ƑVienes a buscar chamba?" Al oírlo Fermín se dio cuenta de que eran otros sus motivos. El barrendero los adivinó: "Olvídate. Aunque vayas y denuncies y enseñes pruebas, a El Dandy no le van a hacer nada, nomás porque es güerito. Déjalo con su conciencia. Tú regresa a tu tierra".

La familia, el paisaje, el silencio lo fascinaron pero no pudieron liberarlo. Siguió preso del hombre que tiene secuestrada su inocencia. Ahora vuelve a la ciudad para liberarla: obligará a El Dandy a que confiese que él, Fermín Gregorio Domingo, no es asesino ni ladrón.

Fermín sabe que El Dandy podría negarse, pero entonces él no fallará: le clavará el cuchillo en la vieja herida, una sola vez, aunque signifique su regreso al infierno.