DOMINGO Ť 25 Ť MARZO Ť 2001
Francisco Pineda
Miedo, soberbia y racismo
Desde siempre, la presencia de los zapatistas en la ciudad de México ha sido temida por la oligarquía. Tres episodios de la Revolución Mexicana revelan que el gran miedo a la rebelión de los indios fue el común denominador de la oligarquía de aquella época: los Braniff, Escandón, Rabasa, Rincón Gallardo, Elorduy, Landeros, Cosío, García Pimentel, Pliego, Creel, Negrete, Madero, Terrazas, Lanz Duret, Castelló, Burgoa, Lebrija, Dosamantes, Corcuera, Capetillo, Noriega, Carranza, Torres Adalid, entre muchos más. Es decir, la oligarquía porfirista y huertista, pero también maderista y carrancista.
El 15 de mayo de 1911, alarmado por la ofensiva de Zapata sobre Cuautla, Porfirio Díaz exigió al representante de Madero que se enviaran "personas prestigiadas para contener el avance suriano". El líder antirreleccionista encomendó esa misión al ingeniero Alfredo Robles Domínguez y éste fue liberado de inmediato.
Robles Domínguez fundó en su casa un "Ejército Libertador del Sur" apócrifo. El nombre era exactamente el mismo que se habían dado los zapatistas. Con ese fantasma el ingeniero prohibió terminantemente que las tropas de Emiliano Zapata llegaran hasta la ciudad de México. En junio de ese año, sólo con su escolta, Zapata presenciaría la entrada triunfal de Madero. Fue la primera vez que se intentó impedir el arribo de los zapatistas a la capital. Así se iniciaron las negociaciones en 1911.
El jefe de los rebeldes del sur reclamó a Madero el cumplimiento del Plan de San Luis. Pero el futuro "apóstol" le dio largas al asunto; la reivindicación agraria se había cancelado en Ciudad Juárez, por medio del pacto entre el viejo y el nuevo régimen. En una carta fechada el 25 de agosto de ese año, decía Madero al presidente provisional que su propósito en las negociaciones con los zapatistas consistía en quitarles su razón de ser y "si acaso siguen algunos disturbios, no tendrán ya ninguna bandera política, sino que serán unas cuantas partidas de bandidos que pronto serán reducidos al orden". Pero esta línea fracasó y se abrió paso la que propugnaban los hacendados de Morelos.
En esa misma fecha, con la sutileza propia de los señores del azúcar, Tomás Ruiz de Velasco escribió al presidente: "Acabamos de recibir el siguiente telegrama 'Ayer regresó Figueroa, quebró buen número'... Zapata en Jojutla estorbando justicia Ƒhabrá modo de eliminarlo?".
Los herederos de Hernán Cortés consideraban que tratar con Zapata representaba una pérdida de tiempo y dinero: "nuestros intereses están consumiéndose mientras se celebran tratos con quien debiera haber sido ya pasado por las armas, pues las garantías a posteriori no nos tranquilizan". Victoriano Huerta era de la misma opinión. En repetidas ocasiones pidió medidas de fuerza y acusó a Madero de tonto.
En esos días se preparó, por primera vez, el asesinato de Emiliano Zapata. El "presidente blanco", Francisco León de la Barra, no fue ajeno a la conjura. Indicó a Huerta, una semana después: "Telegrafiome Zapata de Ayala, diciéndome que sólo tiene una pequeña escolta. Comunícolo a Ud., para que conozca el punto de donde telegrafía... Puede Ud. proceder con libertad".
La emboscada se tendió en la hacienda de Chinameca. El 30 de agosto de 1911, las tropas de Federico Morales (figueroista) sorprendieron a los zapatistas. Estuvieron cerca de lograr su propósito, mientras Zapata jugaba toros y festejaba que recién se había casado. Libró la emboscada y al vencer a la muerte Zapata se convirtió en símbolo y leyenda. En pocas semanas, la contraofensiva guerrillera de los zapatistas desbarató el dispositivo de control territorial que había impuesto Huerta "con los fusiles y cañones de la República". El 20 de octubre de 1911, las tropas rebeldes ocuparon Topilejo, Tulyehualco, Nativitas y San Mateo, a las puertas de la ciudad de México. Al día siguiente tomaron Milpa Alta. La capital vivió momentos de alarma. Los diputados se indignaron, se dijeron engañados y llamaron a los generales a rendir cuentas. Discuten de estrategia y táctica militar; rememoran a Genghis Kahn, Atila, Catilina y Manuel Lozada; citan a Nietzsche, Robespierre y Danton. Imploran a Hernán Cortés; reclaman a Huitzilopochtli. Atribuyen los poderes de Zapata al anillo de Giges. Piden democráticamente la pena de muerte y se aplauden. Uno pontifica: "ya Emiliano Zapata no es un hombre, es un símbolo". La segunda estrategia fracasó y sobrevino la debacle del maderismo.
En 1912, cuando Madero ya era presidente, se organizó una maniobra semejante y el protagonista fue también Alfredo Robles Domínguez. El gobierno de Madero apenas cumplía medio año y la agitación política, en lugar de ceder, aumentaba. La idea sostenida por el Presidente, en el sentido de que ya no había revolucionarios o contrarrevolucionarios, sino sólo mexicanos que anhelaban la paz, era contraria a los hechos: en el centro sur del país, los campesinos en armas y los obreros en la primera huelga general; en el norte, Pascual Orozco y Bernardo Reyes, por separado, sublevados; la mayor parte de la prensa en contra del régimen; los nuevos políticos a disgusto con el gabinete y la embajada yanqui conspirando. Conforme pasaba el tiempo, las cárceles del régimen que aspiró a una Nueva Era ("Nuevas costumbres, nuevos ideales, nueva raza" decía el lema de periódico oficial) volvieron a ser tan frecuentadas como antaño. Angel Barrios, Abraham Martínez, Gildardo Magaña, Pancho Villa, Andrés Molina Enríquez, Juan Andrew Almazon, Félix Díaz y Bernardo Reyes eran algunos de los reos. Su filiación política tan heterogénea indicaba la intensidad de los conflictos y, a la vez, la incapacidad de los gobernantes. El pluralismo de la democracia burguesa había llegado, finalmente, a las galeras.
En abril de 1912, casi un año antes del golpe de Estado huertista, una intriga anunció el fracaso maderista y el gran miedo que recorría los salones palaciegos. El enredo nació en una reunión de Ernesto Madero y Jaime Gurza, secretario y subsecretario de Hacienda, con el ingeniero Robles Domínguez. Este último manifestó que, dado que tarde o temprano Madero renunciaría, para salvar la situación "debía formarse un fuerte núcleo de ejército revolucionario moderado en el centro del país... que ese grupo tendría por objeto dar ocasión al gobierno para tratar con un grupo organizado su renuncia... haciendo recaer el poder en manos de un grupo consciente y moderado, que serviría de fiel entre los grupos revolucionarios del norte y del sur y de control para aquellas de sus pretensiones que fueran exageradas o imposibles de cumplir".
En 1914, cuando la derrota del usurpador Huerta se consumaba, Robles Domínguez volvió a maniobrar a fin de que la ciudad de México se entregara a las tropas de Carranza, mediante el Tratado de Teoloyucan, evitándose que los zapatistas entraran triunfantes en la capital.
En los tres casos, Alfredo Robles Domínguez aparece como figura central. Pero, Ƒpor qué este ingeniero llegó a representar sucesivamente a quienes contendieron en el campo de batalla? No sólo por oportunismo político. "El objeto -dijo- era asumir el carácter de una reconquista reivindicativa y terminar con el aniquilamiento de la raza de origen netamente europeo. La raza mestiza apoyaría gran parte a la indígena".
En esos tres episodios se condensa el gran miedo que hubo durante la Revolución Mexicana. Porfiristas, maderistas, huertistas y carrancistas coincidían, como un solo hombre y a través de un solo hombre, en un objetivo. El gran miedo y el racismo tomaron la forma de guerra de exterminio contra los zapatistas.
Hoy, el gran miedo cabalga de nuevo. "ƑQué pasa si, conforme a la reforma constitucional que se propone, el pueblo reivindica y reclama su territorio o parte de él, digamos Tenochtitlán?", escribió en Reforma el panista Felipe Calderón Hinojosa, el pasado 15 de marzo.
Pero hoy, como ayer, no sólo es miedo lo que se expresa abiertamente, sino también la voluntad de matar. En fechas recientes, esa voluntad ha sido proclamada con cinismo por el gobernador panista de Querétaro, por un diputado panista de Morelos y por un vocero oficioso del Ejército. El obispo Hilario Chávez, a nombre de la LXIX Asamblea Ordinaria de la Conferencia del Episcopado Mexicano, proclamó la vocación militar del clero reaccionario, desde el año pasado: "En Chiapas será legítimo el uso de la fuerza como último recurso del Estado, toda vez que el EZLN representa un atentado contra la soberanía nacional. Es injusta la guerra iniciada por el grupo rebelde, reticente para negociar y que se niega a un diálogo que se le ha ofrecido... Fíjense bien, es muy importante que lo tomen en cuenta. Es legítimo el uso de la fuerza como último recurso, después de haberse agotado las negociaciones, después de un diálogo oportuno que se ha ofrecido".
Ayer los señores del azúcar despreciaron el justo reclamo que hacían pueblos y ciudadanos encabezados por Emiliano Zapata. El resultado de ello fue la guerra más cruenta, desde la colonización, en el centro sur del país. Pero además, en la cuenta larga de la historia, ese conflicto también provocó la desaparición del régimen agrario que implantara Hernán Cortés en el estado de Morelos. El régimen de las haciendas fue arrasado por la Revolución. La historia enseña que la soberbia del poder suele pagarse y caro.