SABADO Ť 24 Ť MARZO Ť 2001

Ť Buscando a sus hijos, tejieron una red asombrosa de solidaridad en Argentina

Las madres de Plaza de Mayo, lab primera resistencia a la dictadura

Ť Pocas al inicio, pese a la represión revelamos al mundo lo que sucedía en el país: Nora Cortiñas
Ť Alfredo Astiz, un mal recuerdo porque se infiltró en el grupo y ayudó a desaparecer a mujeres

STELLA CALLONI CORRESPONSAL

Buenos Aires, 23 de marzo. Cuando el te-rror estaba en su apogeo, un grupo de madres de los secuestrados por la dictadura militar, después de golpear puertas incansablemente y no obtener respuesta, decidió pararse ante la sede gubernamental argentina, donde estaba instalada la junta castrense.

Pequeña y de apariencia frágil, Nora Cortiñas, de la organización humanitaria Madres Fundadoras de Plaza de Mayo, busca junto a sus compañeras desde hace 25 años a los desaparecidos. A aquel primer grupo se agregó después Hebe de Bonafini, que hoy preside otro movimiento, la Asociación de Madres de Plaza de Mayo.

En entrevista con La Jornada, Nora Cortiñas recordó esos primeros momentos. "Comenzamos encontrándonos en cuarteles, co-misarías, en las puertas de la iglesia, de los obispados, allí adonde íbamos cada día a preguntar por los nuestros, y así fuimos tejiendo una red de solidaridad y de protección mutua".

Recuerda: "Un día estábamos en la Vicaría de la Marina, y nos atendía monseñor Esteban Graselli, a quien yo le digo 'el monseñor canalla', porque siempre nos decía que nuestros hijos debían estar muy comiditos y muy limpios, o andarían con algunas mu-jeres. Así hablaba él, o decía que se habrían ido del país".

Ese día "nos sentimos solas y desprotegidas. Estábamos ahí con otras madres, cuando Azucena Vi-llaflor, que era muy decidida, muy dulce y muy fuerte a la vez, propuso que comenzáramos a ir a la Plaza de Mayo, que al principio íbamos a ser unas pocas y después muchas y que íbamos a lograr que nos escucharan".

Ahí mismo deliberaron y al-guien propuso que se encontraran el 30 de abril (1977), "pero no nos dimos cuenta que era sábado Esa primera vez yo no estuve, porque tenía encomendada otra tarea. Pe-ro se dieron cuenta de que en ese día estaba todo cerrado".

Estar allí no significaba nada. Así que se fijó otro día, que era viernes, y "allí fuimos unas 14 o 15 madres, y algunas llevaban te-jidos como si fuéramos disimuladamente a tejer, pero también a que se nos viera".

Los jueves de la denuncia

Sin embargo, "una madrecita ca-tólica muy supersticiosa nos dijo que el viernes era un día de mala suerte y nosotros necesitábamos de todas las luces. Pensamos en lunes, pero ese era el día de las tareas fuertes en las casas, donde todos nos necesitaban. Así que elegimos un jueves, y allí fuimos a las ARGENTINA_U2_PALZA_DE_MAYO_ 15:30, hora en que mucha gente camina por la Plaza de Mayo".

Es difícil imaginar cómo resistieron en esos primeros tiempos solitarios, solas frente al terror, convirtiéndose en la primera resistencia activa frente a la dictadura.

"Ni siquiera pensábamos que estábamos haciendo todo eso. Sa-bíamos que era necesario no bajar los brazos, impedir que siguieran desaparecidos nuestros familiares. Creo que al principio no sabíamos incluso cómo los desaparecían", dice Nora Cortiñas.

Muchas pensaban que los desaparecidos estaban en alguna cárcel lejana "y todas soñábamos con despertar un día y abrazarlos; nos preparábamos para calmar sus do-lores, porque ya sabíamos lo que pasaba con los detenidos en otras de las dictaduras que vivimos. Ni siquiera pensábamos en el miedo. Allí surgió lo del pañuelo blanco, el pañal de los hijos".

Después vendría la ronda, que perdura hasta estos días: "Como nos juntábamos a pesar de que la policía nos sacaba a cada rato, un día nos empujaron diciéndonos que no se podía estar allí reunidas porque había estado de sitio y nos dieron la orden: circulen. Y circulamos pero, caminamos dando la vuelta a la plaza".

Intentaron otras maniobras: les quitaban los documentos y las metían en una colectiva, "que ha-cían desocupar para sacarnos de allí. Cuando querían hacerlo con una sola, nos juntábamos todas y les dábamos los documentos. Así nunca podían separarnos. Si alguna era llevada a una comisaría, íbamos todas. Nos echaban, pero esperábamos en la puerta. La pla-za ya era nuestra".

En julio de 1977 se acercó al grupo un joven rubio que dijo llamarse Gustavo Niño, y les pidió ayuda por la desaparición de su hermano. Ellas, las madres, acogieron al muchacho con la solidaridad de siempre. Era el capitán de marina Alfredo Astiz, que comenzó así su tarea de infiltración.

"Azucena Villaflor, que era una madraza, enseguida lo protegió. Ella era una lideresa natural. Nun-ca tuvo un gesto de autoritarismo, no levantaba la voz, jamás se im-puso a pesar de que era el motor de todas nosotras. Cada jueves traía algún borrador, cartas para el Papa, para los militares, para los políticos, para el mundo, y lo ha-cía con humildad pidiendo que to-das opináramos y agregáramos lo que fuera necesario. Juntábamos monedas para mandarlas".

Pero el 8 de diciembre de 1977 las esperaba la tragedia: "Fuimos a diferentes iglesias a buscar firmas para que saliera una carta pagada el 10 de diciembre demandando el cumplimiento de los de-rechos humanos... En la de Santa Cruz, donde nos reuníamos un día por semana, estaban algunas ma-dres y familiares y llegó Astiz, que para nosotros era Gustavo... hizo como si sacara un peso para ayudar con la solicitada, pero levantaba la mano. Estaba señalando a uno por uno a los familiares que pensaban llevarse".

La solución final

Al salir de la iglesia estaba allí la patota --grupo operativo-- y co-menzaron a separar a los señalados. Se llevaron a nueve personas, "entre madres y familiares. En ese grupo iba la monja francesa Alice Domon. El día 10 ya fueron a buscar directamente a la monja Leonie Duquet, en la iglesia de San Pablo. Pero poco antes había sido secuestrada Azucena Villaflor, cuando iba a comprar el diario pa-ra ver si había salido la carta".

Astiz a continuación fue enviado a París para infiltrarse entre los exilados políticos, y "después lo vimos como un cobarde, cuando se entregó a los ingleses durante la guerra por las islas Malvinas".

Agrega: "Perder a Azucena fue un gran golpe para nosotras. No se puede perdonar ese genocidio ni olvidar, y Argentina ha firmado pactos y tiene en su Constitución artículos que dicen que hay delitos que no prescriben y que no son amnistiables. Ahora vemos que la política económica que se implantó a través de ese terrorismo de Estado es para seguir adelante con el exterminio del pueblo".

La Operación Cóndor, la coordinación de las dictaduras que go-bernaban el Cono Sur en los 70 para eliminar opositores, "fue una expresión criminal de ese poder económico transnacional. Ahora vienen con el Plan Colombia, que es otro Cóndor. Entonces entendemos que debemos levantar la bandera de la justicia por la que luchaban nuestros hijos. Y seguimos por ellos y por todos".

Por último, Nora Cortiñas cree que hay luces de esperanza, "co-mo eso que vimos en Porto Alegre recientemente. Allí todos juntos pensamos que otro mundo es po-sible, y lo vemos con nuestra gen-te en las calles, exigiendo sus de-rechos. Ese mundo es posible con justicia social, con cárcel para los asesinos y torturadores, cuando ningún pueblo pase hambre".