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México, D.F. viernes 23 de marzo de 2001 
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Editorial
PASO AL DIALOGO 

SOL Entre la tarde y la noche de ayer, y tras exasperantes desencuentros, jaloneos, movilizaciones masivas y saboteos a las perspectivas de paz por parte de la reacción parlamentaria panista y priísta, el Congreso de la Unión y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional lograron un acuerdo para que los representantes de la organización rebelde chiapaneca sean escuchados de manera digna en el Legislativo, en el contexto de los esfuerzos por lograr la aprobación de la iniciativa de reformas legales de la Cocopa en materia de derechos y cultura indígenas. 

Es una noticia espléndida y reconfortante para quienes están empeñados en construir un México equitativo, tolerante, plural y pacífico, y cabe felicitar por la consecución del acuerdo al propio EZLN, a los sectores de la sociedad civil que lo han venido acompañando y respaldando, y por supuesto, a las bancadas del PRD, del PT y del PVEM, así como a los legisladores del PRI que, con un sentido de responsabilidad propio de su cargo, lograron derrotar, por estrecha mayoría, a sus colegas que, por intereses inconfesables, por ideologías excluyentes y autoritarias o por una combinación de ambas, obstaculizaron hasta donde pudieron el necesario encuentro entre los dirigentes rebeldes y los órganos encargados de elaborar y conformar las leyes. Es obligado reconocer, también, el papel desempeñado por los esfuerzos del presidente Vicente Fox para crear condiciones propicias a la reactivación del proceso pacificador en Chiapas. 

El hecho mismo de que representantes indígenas que iniciaron su gesta con un levantamiento armado se hayan ganado el acceso a la máxima tribuna del Congreso de la Unión es un suceso al que no puede regateársele el calificativo de histórico, toda vez que expresa y resume los avances de la sociedad en su conjunto en materia de tolerancia, justicia, pluralismo y fortaleza institucional. 

No debe olvidarse, sin embargo, que este acontecimiento positivo y constructivo no es el colofón, sino el prefacio de una negociación pacificadora que habrá de enfrentar numerosos obstáculos, dificultades, detractores y saboteadores y que, dadas las circunstancias, habrá de desarrollarse en dos pistas: el proceso de aprobación legislativa de la versión de la Cocopa de los acuerdos de San Andrés, por un lado, y el diálogo entre el Ejecutivo y los zapatistas, por el otro, a fin de aterrizar e instrumentar dichos acuerdos. El EZLN considera que no están dadas las condiciones para que inicie el segundo de estos procedimientos, pero es indudable que el acuerdo con el Congreso logrado ayer introduce elementos de optimismo para que se reanuden los contactos --rotos desde comienzos de 1997-- entre los rebeldes y el gobierno federal. 

Finalmente, lo ocurrido ayer en la Cámara de Diputados aporta tres datos insoslayables sobre la vida política y partidaria del país: por un lado, el retroceso y aislamiento del PAN, que votó en bloque contra la invitación a que los representantes zapatistas expongan ante los legisladores sus argumentos a favor de la aprobación de la ley Cocopa; por el otro, una fractura sin precedentes de la bancada priísta, que se dividió entre los partidarios de la pacificación, dignificación e inclusión de los indígenas y los tradicionales dinosaurios empeñados en preservar los pedazos de un régimen caduco, injusto y opresivo. 

El tercer hecho a considerar es la convergencia esperanzadora --así fuera coyuntural--de una mayoría de legisladores de distintas fuerzas políticas en una postura razonable, democrática y dialogante. Los alineamientos referidos podrían prefigurar una composición parlamentaria que haga viables las transformaciones profundas que el país requiere con urgencia. 
 

 
 

 

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