VIERNES Ť 23 Ť MARZO Ť 2001
Ť Fernando González Gortázar
El nuevo aeropuerto: recapitulación
Ahora que, con siete sexenios de retraso, por fin va a ser decidida la ubicación del aeropuerto alterno de la conurbación capitalina, y presumiblemente realizada la obra, pienso que es conveniente hacer una recapitulación de los argumentos a favor y en contra de los dos posibles asientos de esa obra, cuya importancia y seguras repercusiones en campos múltiples serán muy grandes.
Se trata de una discusión añeja: yo mismo escribí por primera vez sobre el tema en 1984, y lo he hecho en otras dos ocasiones. A lo largo de los años, numerosos especialistas han emitido su opinión, y la mayoría concuerda en un punto: difícilmente se encontrará un lugar más inadecuado para el nuevo aeropuerto que el antiguo lago de Texcoco. Los argumentos al respecto son de índole muy diversa, empezando por los geológicos, geográficos y meteorológicos. El suelo de ese sitio está compuesto por una capa de arcilla amorfa muy líquida que en lugares alcanza un espesor de 40 metros.
Además de volver ardua cualquier cimentación, esta mantequilla amplifica no sólo las ondas sísmicas, sino las provocadas por el impacto y las vibraciones del aterrizaje. Apenas el 29 de enero último, la Fiscalía Especial Contra Asentamientos Irregulares del estado de México suspendió la construcción de viviendas en predios de la extinta Sosa Texcoco, afirmando que "existen estudios del suelo que documentan la inseguridad" del sitio, y que "de ninguna manera se aprobará" la construcción de grandes edificios; hoy, ese mismo gobierno defiende la "opción Texcoco". Por supuesto que se trata de problemas resolubles, pero con inversiones en edificación y mantenimiento (por la necesidad de desaguar perpetuamente, e incluso así correr el riesgo de inundaciones) que se antojan absolutamente excesivas e innecesarias.
Por otro lado, toda el área lacustre pre senta frecuentes periodos de niebla y de malos olores, que el nuevo aeropuerto compartiría con el actual (como también compartiría el producir la contaminación atmosférica y auditiva de áreas cercanas, densamente habitadas). Por cierto, al no hacerse pública información alguna al respecto, no sabemos qué destino se piensa dar a este último: a veces se habla de "aeropuerto sustituto", y a veces de "aeropuerto alterno"; de darse el segundo caso, ambas terminales funcionarán como pareja, lo que se tiene en casi todas las grandes urbes como parte de una infraestructura de apoyo mutuo, que permite solucionar emergencias. El AICM no sería compatible con el de Texcoco, ya que ambos tendrían iguales trayectorias de aproximación y despegue y similar espacio aéreo, mismo que, por cierto, dadas las características de nuestro valle, no permitiría construir tres pistas como está planeado, porque implicaría que en los tres corredores los aeroplanos volarán a la misma altura, lo que no es posible. Así, desde antes de nacer la nueva terminal sería ya inadecuada, y la actual debería clausurarse necesariamente, cosa que por el momento (insisto: por el momento) no parece sensata ni posible.
Vienen luego los argumentos ecológicos: por sí solos, éstos deberían ser suficientes para olvidar la opción del viejo lago, pero nuestro desprecio por la naturaleza parece irredimible. Desde hace tres décadas, el Plan Texcoco ideado por Nabor Carrillo ha avanzado lenta y trabajosamente, y hoy, el sueño de recuperar nuestra cuenca lacustre está siendo impulsado por varios arquitectos visionarios, sin que las autoridades se hayan interesado por un proyecto factible que traería enormes beneficios sanitarios, climáticos, ambientales (entre ellos la vital recarga de los mantos acuíferos), paisajísticos, recreativos y culturales a nuestra maltrecha aglomeración urbana. Pero algo se ha logrado, y la naturaleza ha respondido con su nobleza habitual. Nuestros antepasados (que se asentaban en los bajos del lago, dejando, testimonios arqueológicos --también los hay paleontológicos-- que el aeropuerto destruiría) obtenían alimentos de esas aguas salobres: ahuantle (huevecillos de insectos), poshi (insectos acuáticos), acociles (camaroncitos), una especie de ajolote, ranas, un pez nativo, y otros varios: todos estos organismos sobreviven milagrosamente, aferrados a su deteriorada casa ancestral. Pero son las aves las que han tenido un retorno espectacular: unas 100 mil pasan allí el invierno, habiéndose contado 156 especies residentes o migratorias (de las cuales por lo menos nueve están en riesgo), que ofrecen un espectáculo fascinante que mucha gente debiera ver, a menos de una hora del Centro Histórico. Todo eso sería dañado severamente por el aeropuerto. Además, las normas internacionales recomiendan no ubicar las pistas a menos de ocho kilómetros de las rutas migratorias de las aves, por su alta peligrosidad; obviamente, eso no sucedería aquí.
Y las razones urbanísticas: en una argumentación incomprensible, el gobierno mexiquense ha afirmado que el aeropuerto va a "contener" el asentamiento irregular de 3 millones de personas en esa zona; es como decir que la recuperación del lago ayudaría a "contener" la humedad. Si se sienten incapaces de evitar urbanizaciones ilegales en las condiciones de hoy, Ƒcómo piensan lograrlo cuando exista semejante imán? La única alternativa real, Tizayuca, está considerada zona de crecimiento en el Programa de Ordenación de la Zona Metropolitana del Valle de México (el cual manda evitar la urbanización "sobre todo en los valles de Cuautitlán-Texcoco"), se asienta en tierras escasamente productivas, hay agua disponible y no tiene ninguno de los problemas antes citados.
Su único problema es la lejanía relativa, pero eso bien pudiera ser una virtud. En efecto, la forma como la población se distribuye en el territorio nacional, y como se han desarrollado nuestras ciudades es enteramente irracional. Todo ha ido al garete, sujeto a las deformaciones del centralismo, a la inercia del hambre, la manipulación política y la especulación económica. "Planificar para sobrevivir", decía Richard Neutra; eso es justamente lo que no hemos hecho. La opción de Tizayuca permitiría recuperar un poco el orden, crear polos de desarrollo controlado, concebir a la capital como centro de una amplia región multipolar cuyas células se complementan, y no seguir simplemente amontonando personas y penurias en la misma zona. La impostergable red de ferrocarril suburbano, que tendrá que hacerse con o sin aeropuerto, permitiría llegar a Tizayuca en sólo 32 minutos desde la estación de Buenavista, que hoy está semiabadonada. Pero claro, allá no existen (tanto, al menos) los poderosos clanes políticos y económicos que, para plusvaluar sus tierras texcocanas, han apoyado esta opción insostenible.
Una última observación: es obvio que la nueva terminal va a ser concesionada a grupos privados. Esto no debe significar que no se les impongan condiciones, y entre ellas la de dar a la arquitectura el valor que tiene: debe evitarse que se repita el caso de la actual y reciente ala internacional del AICM, que resultó insuperablemente antifuncional, vulgar y mediocre. Hacer buena arquitectura no requiere de más dinero. Requiere, eso sí, de mayor conciencia, mayor responsabilidad y mayor talento.