jueves Ť 22 Ť marzo Ť 2001
Sergio Zermeño
ƑHasta cuándo?
Los argumentos del zapatismo son buenos, pero no suficientes; ante el burdo desgaste al que la caravana comenzó a ser sometida, tuvo razón Marcos al anunciar el pasado lunes que daban por terminada su estancia en la capital "ante la cerrazón de la clase política". En algún punto del viaje zapatista se disculpó diciendo que eran unos guerrilleros aprendiendo a hacer política; ahora nos enseña que las cosas son al revés; en menos de 24 horas se resolvieron a su favor dos de las tres demandas y ha ejercido una presión que está asfixiando materialmente a los congresistas. El revire de Fox fue también magistral, no tanto por la liberación de presos y el retiro de tropas (en efecto, tardíos), sino porque con ello le cortó la retirada a su contrincante: si Marcos y los comandantes partieran el viernes lo harían pateando el tablero de la política, recurriendo de nuevo al "no rotundo", mostrando un orgullo resentido, dando una muestra más de que los mexicanos no estamos pudiendo llegar a acuerdos, trayendo a la memoria el triste desenlace de los "diálogos" de Minería y de tantos otros momentos de incapacidad comunicativa.
Lo que verdaderamente está en peligro en el momento actual no es el futuro del zapatismo, sino de la cultura política de los mexicanos; patear el tablero y replegarse, por más argumentos que se tengan, magnifica una de las tentaciones del zapatismo: la que busca hacer evidente la intransigencia del tlatoani y acumula fuerzas para asediarlo exhibiendo su contubernio con el búnker global. "ƑLe preocupa la posibilidad de que los marginados se les unan?", pregunta Julio Scherer a Marcos en una entrevista memorable. "Ojalá, no me asusta y lo deseo". Y agregaba: "si ese rencor social no se organiza, necesariamente viene la venganza... Ese conflicto es irremediable... Va a tronar". Una semana después, Marcos le preguntaba a la comunidad politécnica: "ƑHasta cuándo? La respuesta que falta es la nuestra, la del estudiante, la del colono, la del maestro, la del ama de casa, la del empleado, la del desempleado, la del vendedor ambulante, la de la costurera, la del capturista..." (y su lista agregaba otros 52 tipos ocupacionales). Concluía: "ƑHasta cuándo?... a eso venimos a la casa del Politécnico".
Si ésta fuera la dinámica, Ƒno se estaría reproduciendo la matriz con la que ha funcionado la sociedad mexicana, la forma suicida como han terminado nuestras luchas sociales a lo largo de la historia coronada con el baño de sangre del 68?; en la medida en que el tlatoani se encuentra en el vértice y posee toda la fuerza de la pirámide, del lado de la contestación, para enfrentar ese poder, es necesario reunir la mayor cantidad de fuerza aprovechando la euforia del momento: es una lógica suicida que termina enfrentándose a la represión, a una lógica asesina. El sistema partidista-parlamentario que se fortaleció en los ochenta hizo pasar a segundo plano esta lógica de sangre. Pero una salida abrupta del presente conflicto y una opinión pública de por sí predispuesta contra las intermediaciones partidistas y parlamentarias podrían colocarnos nuevamente en aquella matriz trágica, aunque Fox parezca muy lejos del tlatoani ultrajado y vengativo que estelarizó Díaz Ordaz.
Si el objetivo realmente es que nuestra sociedad (civil) se fortalezca en todos sus espacios, y que los indios (y los pobres en general) superen 500 años de víctimas; si no es la acumulación y la confrontación el camino, entonces que se abra el debate sobre la ley indígena, que se siga haciendo conciencia sobre la importancia de la autonomía regional, sobre la importancia de fortalecer a la sociedad civil desde las identidades territoriales (indígenas, urbano populares...), desde los gremios, los sindicatos y las universidades. Para ello, la gente debe hacer suyas esas propuestas, traducirlas para sus propios espacios y territorios. Como ha dicho Marcos, su movimiento no pertenece a la capital en el doble sentido de ser una movilización indígena y de no poder convertirse en una fuerza política nacional como quisieran los partidos y el propio gobierno. El movimiento zapatista corresponde a un territorio, es local y regional, debe regresar a sus espacios, una vez que haya llegado a un consenso sobre el significado de autonomía, gobierno, usos y costumbres, aprovechar el gran capital material y moral, nacional e internacional con el que ahora cuenta, y demostrar desde ahí, hacia el mundo y hacia los mexicanos, que hay un camino para superar la condición de víctimas, explotados y oprimidos, incluso en el marco de la globalidad.