JUEVES Ť 22 Ť MARZO Ť 2001

Ť No podemos aceptar falsas o medias soluciones, señala el comandante David

El barco zapatista navegó por un mar humano que inundó las islas de Ciudad Universitaria

Ť Nos vamos, pero las palabras que dijimos aquí se quedan, expresa la comandanta Esther

HERMANN BELLINGHAUSEN

Y la nave va: ''Donde pisen los indígenas será la más alta tribuna de México'', dice Pedro de Jesús, a nombre del CNI, ante los jardines rebosantes de estudiantes, en las islas y la explanada central de Ciudad Universitaria. ''Pido al Congreso de la Unión que no se equivoque. Aquí está el epicentro de la voz del pueblo mexicano'', apunta, al reconocer ''la valentía de los hermanos zapatistas de encaramarse el arma para luchar por los derechos de los pueblos indígenas''.

El dirigente guerrerense afirma que ''la paz no se construye en los centros comerciales firmando papelitos ni en los estadios, sino en las comunidades indígenas''. Y miles de gargantas gritan ''šcuuulero!'', con fragor juvenil, a la sola mención del legislador barbado de San Juan del Río (sí, Querétaro), Diego Fernández de Cevallos, quien se ha convertido en el obstáculo más ostentoso para recibir en el Congreso a los zapatistas.

''Si es necesario un levantamiento indígena nacional para que nos escuchen, volveremos aquí para la toma del Congreso de la Unión'', dice De Jesús en resonancia cuasi ecuatoriana.

De otro Pedro habla en su oportunidad el subcomandante Marcos: el niño que nació en las montañas del exilio y hoy tiene cuatro años. ''Un niño, no un chiquillo'', aclara. ''Y, por ejemplo, Pedro es mexicano, hijo de padre y madre mexicanos, nieto de mexicanos, hermano de mexicanos, primo, ahijado y sobrino de mexicanos y, por ejemplo, Pedro es indígena además de ser niño''.

Con el retrato de un niño, el jefe rebelde se dirige a los universitarios. Y dimensiona el tamaño de la sordera parlamentaria que no quiere saber nada de encapuchados ni de indios con un ejemplo simple y real: ''Y Pedro tiene una casa, pero no nació ni creció ni jugó en su casa porque en su casa hay unos soldados que, dicen, están ahí para defender la soberanía nacional que, hasta que no se determine otra cosa, es la soberanía de México. El gobierno de México usa a los soldados mexicanos para defenderse de los niños indígenas mexicanos. Y es que, dicen allá arriba, resulta que Pedro es un niño mexicano, indígena y pobre, sí, pero además es zapatista, hijo de zapatistas, nieto de zapatistas, hermano de zapatistas, primo, ahijado y sobrino de zapatistas''.

Marinos, y hasta submarinos

Las islas de Ciudad Universitaria, inundadas por el mar de gente que desborda la explanada, no se resisten a la celebración. Ningún hombre es una isla, cada uno parte de un continente, en multicitable decir de John Donne, ayuda a dibujar el ánimo del mediodía equinoccial que hoy recibe a la delegación del EZLN en el acto más concurrido desde que llegaron al Zócalo capitalino.

Jóvenes, y muy jóvenes, son la mayoría de los asistentes, pero las familias de maestros y trabajadores no se dejan echar de menos. Decenas de miles al sol hacen de agua al barco que disfrazado de escenario acoge a los comandantes, agitando su vela blanca, y para variar con el toldo arrebatado por el viento antes de que llegaran las visitas. Pues antes del acto sopló fuerte.

A eso se debió referir Andrea Morett, estudiante de Filosofía, cuando habló a nombre del movimiento estudiantil: ''Bienvenidos a otro territorio liberado'', dijo, y se refirió al encuentro ''del viento que sopla desde Chiapas y el viento que emanan los universitarios''. El barco, atracado en el Espejo de Agua donde se instaló el Aguascalientes universitario, lleva escrito en la cubierta de papel estraza la indicación de que ''aquí navegan los sueños'', en un sentido que debe ser simbólico.

Los comandantes zapatistas emplean en la UNAM un tono terrenal, no sólo por aquello del ''color de la tierra'', sino por donde tienen plantados los pies. ''En esta lucha todos somos material, somos herramienta en el campo popular'', dice Zebedeo. ''No nos cansa ni nos aburre insistir'', agrega al reiterar que, pese a las declaraciones presidenciales, ''el retiro del Ejército no se ha cumplido, no existe la libertad de los presos zapatistas, y sigue la necesidad de escucharnos''.

El comandante David declara: ''No podemos aceptar falsas soluciones o soluciones a medias''. Y la comandanta Esther, en referencia al regreso de la delegación a sus comunidades, dice: ''Nos vamos pero no nos vamos. Las palabras que dijimos, aquí se quedan''.

La marcha indígena, que exige paz con justicia y dignidad (y todo lo que de ahí se deriva y de momento se resume en las tres señales incumplidas por parte del gobierno) ha sido escuchada por toda clase de ciudadanos, que los zapatistas hoy no cesan de ennumerar y reiterar, y en los que el comandante Tacho cuenta desde ''licenciados y homosexuales'' hasta ''pilotos de aviones'', agrega ''a los marinos y los submarinos'', y poco le falta por mentar a los subterráneos.

La explanada de CU está colorida, bullente y muy atenta. Toda clase de mantas caen sobre la roca volcánica que retrata serpientes y escaleras al pie del mural cúbico de Juan O'Gorman, retratan a Zapata, a los encapuchados, a los indígenas, y despliegan saludos y demandas. Ondean banderas blancas y en ellas el águila bifronte de la UNAM, y banderas negras con Marcos y el Che. Una manta bajo los árboles declara: ''El neoliberalismo en Chiapas y en la UNAM no pasará''.

Hay agua y nave

Terminado el acto, el doctor Pablo González Casanova camina entre los miles de muchachos, hijos de los universitarios para quienes hace tres décadas fue rector. Va feliz. ''Qué bien estuvo'', celebra, tanto la concurrencia como las palabras escuchadas. Don Pablo, protagonista de las dos historias que hoy se juntan al pie del Espejo de Agua, tiene doble motivo para mostrar satisfacción. Esto vive y se mueve.

Ana Esther Ceceña, quien se cuenta entre los miles de alumnos directos (por no mencionar los indirectos), había sido la encargada de abrir el acto y saludar ''desde la universidad del pueblo de México''. Con la entonación de quien está más acostumbrada a las aulas que a las plazas, demandó ''la desmilitarización de la vida'' y que los zapatistas sean escuchados por el Congreso. Luego se pronunció por la educación pública y gratuita, y se manifestó ''en especial por la educación autónoma de las comunidades zapatistas''.

Como todos los oradores que la habrían de seguir al micrófono, la maestra Ceceña fue severa con la inexpugnable Cámara que hace las leyes del país: ''Un Congreso que se niega a recibir a la dignidad indígena no tiene razón de ser''. Y expresó una convicción, confirmada por la investigación social de profesionales como ella, y hoy vox populi aun para los noticieros electrónicos y las encuestas privadas. ''El país es inexplicable sin los pueblos indios''.

Globos de colores, lienzos coloridos, gente también llena de colores. La visión de la explanada es espléndida. Contradiciendo temores y augurios, no chocaron las contradicciones reinantes en el alma mater, sobre todo entre los estudiantes que vienen de vuelta de una huelga desgastante, no escuchada y a la postre reprimida con la fuerza pública. Eso sí, los fantasmas de la Policía Federal Preventiva y de los porros están en mantas, discursos y consignas, y en la memoria de todos.

En el que ha sido el acto más concurrido y armónico de universitarios en lucha desde quién sabe cuándo, estuvieron todas y cada una de las individualidades reunidas, y anuncian que es posible la reconciliación.

En un gesto solitario pero expresivo, una madre de familia, que sostiene dos bicicletas de sus hijos, alza la cara al cielo en una de las tantas evoluciones del helicóptero policiaco que zumba sobre las miles de cabezas (hay quien dice que 40 mil). Suelta las bicicletas, que no caen, se coloca las manos a la altura de las orejas y las menea mientras saca la lengua en señal de burla y rechazo. ƑGesto inútil? El destinatario allá arriba ni se entera; debe estar viendo si acaso un mar de hormigas al rayo del sol, un barco anclado en una fuente sin agua, un montón de trapos agitados por el aire. Estudiantes, trabajadores y maestros apoyando a los indígenas, nada del otro mundo. Nada que quite el sueño a los representantes populares en el Congreso.

En la oferta de memorabilia zapatista y artesanías varias, un vendedor ya realizó una síntesis y anuncia el kit completo del subcomandante Marcos: gorra, pasamontañas, pipa y paliacate. Atraviesa el gentío dando voces, que se confunden con las otras.

Esta ocasión, el himno zapatista, entonado como de costumbre por el cantador y comandante Gustavo, fue acompañado por un kazoo, que después de acordeones, saxofones, trompetas, violines y guitarras, resulta uno de los pocos instrumentos que se habían empleado para tal fin en las decenas de actos de la marcha indígena en el país. Que no se diga que falta novedad.

La gente se dispersa con lentitud. Será que no hay clases, que es primavera, que la fiesta está bonita, que esta historia aún no termina. En las islas hay gente que baila. La marea escurre, ya demostró que existe, que no se acaba. Que cada que tiene que ser, regresa. Que, con perdón de Paul Valery, recomienza siempre, y no abandona a los navegantes que la llaman. Habiendo agua, y marineros, la nave va.