MIERCOLES Ť 21 Ť MARZO Ť 2001

Ť Vilma Fuentes

Espacio mexicano en Canadá

El pintor Remigio Valdés de Hoyos me afirma, sin sonrisa equívoca alguna, que prefiere Montreal a París. Perpleja, ni siquiera le pregunto por qué, mientras pienso en los 20 grados bajo cero que hielan las calles. Desde luego, los canadienses nos han confortado, a Jacques y a mí, diciéndonos que trajimos el ''buen tiempo''. No puedo ni siquiera imaginar qué se siente a menos 40 o 50 grados, puesto que nunca había imaginado el frío que sentí en Montreal durante los brevísimos momentos en que cruzaba algunos metros para subirme o bajarme de un auto.

El azar objetivo, como de costumbre, me da la clave del enigma remigiense dos días después. Rolf Puls, director de la librería Gallimard -o embajador en Canadá como lo llama Antoine Gallimard- nos cuenta que uno de sus amigos, pintor, residente en la Costa Azul, pasa los inviernos en ese país.

A la mañana siguiente, despierta antes de las seis por la luz que atraviesa los ventanales del cuarto piso donde nos hospedamos, me levanto y miro el amanecer, la nieve, la ciudad... para convencerme de que estoy en Montreal y no en la ciudad de México o de Cuautla. Pero la evidencia está ahí, frente a mis ojos, luminosa, rojiza, azulada, amarilla como son los amaneceres sobre el Popo y el Ixta, rápidos, casi violentos, augurios del esplendor del día. Después, la luz cambia, blanca, reflejada por la nieve, enceguecedora, sin las reverberaciones que suben del suelo hirviente de México. Comienzo a entender la pintura entre brumas de Remigio Valdés de Hoyos, la búsqueda de los grises, los blancos y los azules. Epocas distintas de su obra deslumbrada.

Otro enigma me fue aclarado por el cónsul de México en Montreal, Jaime García Amaral.

Yo había aceptado la traducción al francés de Rey Lopitos por King Lopitos. Cuestión de sonoridad. Lo que no podía entender al llegar a Montreal era que aceptasen una palabra inglesa: los habitantes de Quebec prentenden ser los defensores de la lengua francesa más pura. Existe, me dice el cónsul, una Carta de defensa del francés. Lo que no impide a los habitantes de Quebec, a pesar de la guerra entre anglófonos y francófonos, utilizar una palabra inglesa cuando no les cruza de inmediato por la mente el término francés.

García Amaral me invitó a la inauguración de una exposición colectiva en L'Espace Mexicain: planta baja de un rascacielos no fumador.

Llegué temprano al Espacio mexicano porque tenía una tercera presentación de King Lopitos en la librería Olivieri. La galería mexicana estaba repleta. La mayoría: šcanadienses! Fanáticos de México y coleccionistas. Exposición en beneficio de la Cruz Roja con telas y esculturas adquiridas por el Grupo de los 16 -me explica Cati Bloch-: ''un grupo de empresarios de Cuernavaca''. Reconozco de inmediato el mundo mexicano, sus colores, su fuerza, sus estilos tan diversos, a través de los ventanales del lugar: la maravillosa cabeza, Autorretrato, esculpida por Cuevas en bronce; Daphné, de Juan Soriano; Muerte cargando sapo, de Francisco Toledo; Arcángel, de Sebastián, un Manuel Felguérez, dos Pedro Cervantes, Irma Palacios, Gunther Gerszo y otras obras de un total de 25 artistas.

Sin ningún presupuesto, el consulado mexicano en Montreal logra realizar actos culturales diversos en ese espacio. Jaime García Amaral, especialista en centros culturales, pone el lugar a disposición de quienes deseen organizar un acto, una exhibición, un recital, un concierto. Veracruz tuvo una exposición de su comida, sus vestidos, su música, con todo y un bar estilo La Parroquia. Guanajuato desea presentarse en Montreal. Y García Amaral prepara una exposición de los pintores mexicanos jóvenes que viven en Montreal. šY que no son pocos!, me dice.

De regreso a París, Lucía García Noriega, quien por desgracia se va de la ciudad luz -por una vez el Centro Cultural de México en esa ciudad funcionaba con una política clara-, me explica la presencia de artistas mexicanos en Montreal cuando me dice que la pintura de Remigio Valdés de Hoyos le evoca los frescos de Pompeya. Y Montreal bajo la nieve, con su enorme cementerio en el centro de la ciudad, posee un aspecto fijo, hipnótico, ausente, congelado por el invierno como si trajese hasta nosotros, a pesar de sus edificios modernos y sus autos silenciosos, los vestigios de un tiempo acabado y, por ello, permanente.