miercoles Ť 21 Ť marzo Ť 2001
Luis Linares Zapata
Serio traspié
Ante un conflicto, sobre todo si éste ha tocado los linderos de la guerra, lo crucial, dilatado y costoso es sentar a las partes interesadas a dialogar para buscar el mutuo entendimiento. Puede, en la mayoría de los casos, tomar años, muertes que lamentar y el malgasto de enormes recursos antes de situar frente a frente a los beligerantes. La ruta seguida por el zapatismo se dirigía, qué duda cabe, en la dirección deseada hasta que algunos legisladores se le atravesaron en el camino. Y mucho de lo sucedido queda acreditado a aquéllos que enviaron a los miembros de la Cocopa (Diego) un ofrecimiento de formato bien calificado de indigno por Marcos.
Así, el gobierno de Fox ha quedado volando en cuanto a sus repetidas promesas de paz ante distintos auditorios y las seguridades dadas a la nación de estar, de hecho, dando inicio a un proceso de negociación para firmar la paz. El EZLN, por su parte, tendrá que regresar a la selva con la buchaca medio llena. Y, entre ambos, dejan un sentimiento de frustradas expectativas en amplísimos sectores de la sociedad mexicana, obligada a restituir algo de lo mucho que, a otros tantos, les ha sido quitado o negado durante siglos. El costo para los causantes de tal desaguisado será inmenso (PAN en primerísimo lugar) y el acentuado, maligno racismo de los mexicanos pierde una oportunidad insuperable de ser derrotado. Seguirá, al lastrar la convivencia, disminuyendo los chances de lograr un desarrollo aceptable en su justicia y ritmo para las aspiraciones del pueblo.
Bien afirmadas quedaron las movilizaciones ciudadanas de que fueron capaces los insurgentes. Ya no se les escatima la legitimidad de su vasta representatividad, afianzada durante el recorrido, entre los segmentos marginales del campo y la ciudad. En especial la que le han depositado los numerosos pueblos indios del país ahora, y por vez primera en la historia, unificados en sus demandas centrales y conscientes de la fuerza que las armas y las palabras precisas le dieron al zapatismo. El mismo secretario de Relaciones Exteriores Castañeda se aprestaba, por estos días, a señalar, en Ginebra, el cambio de estatus del EZLN a un movimiento social y político, como uno de los logros de la estrategia gubernamental. Hoy tendrá que corregir sus apreciaciones ante el inminente fracaso que significa el retorno de los comandantes a las montañas del sureste sin entrevistarse con el Congreso y sin la aprobación de la ley de derechos y cultura indígenas. Al menos una que reciba la anuencia de aquéllos para los que debe ser promulgada. Este Congreso no tiene, dentro de sí mismo, la legitimidad de representar, con cabal propiedad, los intereses de los indios dada la rala participación de éstos en sus filas (debían, de haber proporcionalidad, ser, de menos, 10 por ciento del total).
Las consecuencias de la decisión del EZLN de regresar a su territorio sin haberse encontrado con el Congreso son variadas y preñadas de derivaciones malsanas. El mensaje principal lo formará la dificultad, si no es que la franca imposibilidad, de llegar a un entendimiento básico e inicial por medios políticos entre el gobierno y los rebeldes abriendo el cauce para justificar métodos violentos. A ello le siguen otros muchos: la pulverización del Congreso en facciones intrapartidarias y tristes caudillajes de poca monta; incapacidad de la administración de Fox para lograr una fluida concertación con el Legislativo y con su propio partido para sacar adelante las iniciativas, muchas de ellas fundamentales para la reforma del Estado, en espera de ser desahogadas por los legisladores; el choque entre la imagen de apertura, eficiencia, valentía y vigencia de libertades difundida con tanto ahínco, sobre todo para el consumo del exterior, y el choque frontal con la densa realidad de las intransigencias; la ya avanzada sospecha colectiva de la poca capacidad de las instituciones (leyes incluidas) y de los personajes del régimen, en cuestiones de urgencia o dificultad política (recuérdese Yucatán). La lista podría crecer con gran facilidad hacia las derivaciones que se tendrán en el campo de las finanzas, la pendiente, aunque ya bien manoteada reforma fiscal, o la confianza de los inversionistas tan dados a usar cualquier pretexto para proteger sus asustadizos millones.
Sobre todo en circunstancias de coyuntura en donde la economía se va deteniendo (predicciones achicadas a 3.5 por ciento de crecimiento del PIB), déficit fiscal creciente y cuentas externas (comercial, corriente) que ponen de manifiesto las serias vulnerabilidades de la fábrica nacional. Este horizonte de la actualidad está a punto de desatar la fuga, en escala, de divisas dado el cambio en las expectativas sobre la marcha del país y la reciedumbre, destreza y visión de sus elites.