miercoles Ť 21 Ť marzo Ť 2001

Carlos Martínez García

Una Iglesia que envejece

Acostumbrada a señalar como externos todos los males que la aquejan, la Iglesia católica de nuestro país es reacia a reconocer los peligros que se anidan en su seno y son escollos para que cumpla la misión que se ha propuesto. Uno de esos obstáculos está representado por el clericalismo, que impide a los laicos desarrollar roles más activos en la vida eclesial. Al centrar la administración de los bienes simbólicos de salvación en los clérigos, y otros funcionarios religiosos, la Iglesia romana excluye a quienes busca involucrar en la diseminación del credo, a los católicos y católicas que asisten como meros espectadores y consumidores de los rituales dirigidos por la burocracia clerical.

De acuerdo con un estudio producido por un centro católico, el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (Imdosoc), la edad promedio de los sacerdotes que ofician en México es de 60.1 años, mientras que en la comunidad religiosa es de 65.3 (nota de Eugenia Jiménez Cáliz, Milenio Diario, 28 de febrero). El director del instituto, Manuel Gómez Granados, hizo un cálculo que en su vertiente más optimista arroja resultados preocupantes para la Iglesia a la que dicen pertenecer la mayoría de mexicanos(as): "Si tenemos 12 mil 500 sacerdotes y suponemos que dan cuatro misas todos los domingos y asisten en promedio a cada una 200 fieles, porque la mayoría de los templos no tienen mayor capacidad, entonces podemos hablar de que se atiende a cerca de 10 millones 320 mil. Aunque dieran en promedio ocho misas tan sólo podrían atender a 20 millones 640 mil católicos, sin contar con que los sacerdotes se enferman, salen de vacaciones o cumplen su año sabático". De los cerca de 100 millones de habitantes que tiene el país, según el censo del año pasado, 88 por ciento se declararon católicos. Por lo tanto, únicamente entre 10 y 20 por ciento de ellos, en el mejor de los casos, está recibiendo alguna atención pastoral y doctrinal por parte de algún sacerdote.

El déficit de curas, monjas y otros trabajadores religiosos difícilmente puede la Iglesia católica endosárselo a otras instituciones. Es, en mayor medida, responsabilidad suya y una evaluación verdadera así tendría que tomarlo. Otras confesiones no parecen tener la misma problemática que aqueja al catolicismo mexicano. Datos de la Subsecretaría de Asuntos Religiosos reportan que la mitad de las asociaciones religiosas registradas entre noviembre de 1992 y febrero de 2000 son evangélicas. En ese mismo lapso quedaron inscritos en el padrón 26 mil 70 ministros de culto evangélicos, el doble de los ministros católicos (13 mil 419, una cifra mayor que la del Imdosoc). Durante el periodo mencionado se abrieron 247 templos al culto público, de los que 231 (93.5 por ciento) correspondieron a los evangélicos; mientras que sólo fueron abiertos seis templos católicos y cuatro orientales (información tomada de la revista Este País, marzo de 2001). Si le hacemos caso al último censo, resulta que 6 por ciento de la población mexicana que es evangélica tiene el doble de ministros de culto para su servicio que 88 por ciento de los nacionales que son católicos romanos. La balanza todavía es más desfavorable para el catolicismo si agregamos los miles de núcleos protestantes/ evangélicos que no consideran conveniente registrarse ante Gobernación, y que son encabezados por ministros reconocidos como tales por sus comunidades.

Una vía para sumar casi tres veces más al número actual de sacerdotes católicos que trabajan en México sería agregar a esa función a las religiosas que han hecho votos en alguna orden, que en México ascienden a 31 mil 981 personas. Sin embargo, hay un gran pero que viene de Roma: las mujeres tienen vetado el sacerdocio por dogmas machistas cuidadosamente construidos a lo largo de su prolongada historia. Juan Pablo II se ha encargado de remachar que las tareas sacerdotales están reservadas exclusivamente para los varones, desoyendo eruditas voces que desde dentro de la Iglesia católica han demostrado la anticatolicidad de Roma (destaca en esta labor el teólogo Hans Küng). Entre tanto, otros credos cristianos incrementan la presencia de las mujeres en el liderazgo. En la Iglesia metodista, cuya historia en México data del último tercio del siglo XIX, ya tienen una obispa. Entre los pentecostales --la confesión que más crece en nuestro país-- desde su inicio las mujeres han sido de vital importancia en el crecimiento y dirección del movimiento. Hace unas semanas pude comprobar que la rápida expansión de la Iglesia presbiteriana renovada (forma de gobierno por presbíteros, ancianos elegidos por la congregación y liturgia pentecostal) entre los tojolabales de Chiapas se debe en buena medida a las misioneras indígenas que cumplen de facto funciones de pastoras. Por su parte la Iglesia católica observa cómo envejece su clero.

Una institución que no renueva sus cuadros dirigentes, que es incapaz de producir los recursos humanos que necesita para dirigirse a sí misma, debiera hacer una profunda reflexión sobre cómo está estructurada. Es un ejercicio duro, pero más realista que andar culpando a otros de su crisis.