Ojarasca 47  marzo 2001

A la toma de la gran ciudad


camion

Cuautla, Morelos, 7 de marzo
  

Nohuiyan huitza yn altepetl ypan tlatoque macehualitin
Vinieron los jefes y los indios de todos los Altépetl
Esta es la palabra de los pueblos del Anáhuac, pueblos primeros en este Valle Primero de la Nación mexicana, en voz de sus autoridades comunales.
"Y aquí está como vinieron a llegar a tierra, aquí en Tenoxtitlan, que no más era tular todavía, que sólo era cañaveral todavía".
Pero ya antes se habían establecido muchos otros pueblos, después de Teotihuacan, después de Tula. Primero fue el pueblo primero, el pueblo hñahñu que los aztecas llamaron otomí. Segundos fueron muchos pueblos chichimecas, abuelos de los padres que fundaron Malacachtepec Momoxco, que los conquistadores llamaron Asunción Milpa.
Y vinieron muchos pueblos nahuas y se llamaban chalcas, acolhuas, culhuas, cuitlahuacas, mixquicas, tepanecas, xochimilcas, mexicas.
Esta es la raíz primera de los pueblos primeros del Anáhuac, que la Conquista no pudo matar, que las instituciones y la religión del español no pudieron asesinar, que la doctrina del liberal y del conservador, del maderista y del carrancista, no pudieron destruir. Esta es la raíz que sigue viva, este es el camino que caminan nuestros pueblos.
Son la madre tierra y el territorio el fundamento mayor de nuestros pueblos porque al principio "toda la tierra se reunió, los habitantes de los altépetl vinieron de todos los alrededores para contemplarlo".
Ya desde antes de la Conquista nuestra gente era llamada la gente del Altépetl. Esta palabra, que podría significarse "en las aguas, en los montes", equivale a la palabra pueblo y expresa la indisoluble unidad de nuestros hombres y mujeres con la tierra, con el agua, con los montes. El Altépetl es la organización milenaria de los habitantes del Anáhuac, el Altépetl es el pueblo como unidad social, política, natural y territorial de los habitantes originarios del Anáhuac.
Entonces el corazón de la estrategia destructora que el poder desató y sigue desatando contra nuestros pueblos está en la lucha por la tierra, en la desarticulación del territorio, en el despojo descarnado de nuestros montes y aguas.
El poder, de muchos nombres y muchas caras, puede nombrarse capital inmobiliario, capital biogenético, partido liberal, partido conservador, puede calzar botas texanas, pudo darse el pomposo nombre de "gobierno emanado de la revolución" o hablar en nombre de una democracia que no existe, que no conocemos.
Su esencia es la misma, desconfía de nuestros pueblos, desconfía de nuestro zapatismo y de nuestra raíz indígena; desconfía, frente a la lógica del mercado y la ganancia, de la organización comunal, de la apropiación colectiva de los frutos que la madre tierra nace. Desconfía, en fin, de quienes somos diferentes, de quienes pensamos que la tierra no es mercancía que se vende y se compra.
Este poder nos roba la tierra, la lengua primera, la costumbre, la organización comunitaria, la cultura y el saber ancestrales de nuestros pueblos.
Este poder nos destruye.
Le exigimos respeto por la organización propia y nos ensarta comités vecinales como antes nos organizó en ejidos.
Este poder es criminal. Se roba nuestras tierra y para ello inventa pomposos programas de certificación ejidal y comunal.
Este poder es ventajoso. A la gran ciudad le damos agua que se toma y oxígeno que respira y nos devuelve miseria, olvido, pérdida de identidad.
Son los pueblos de la resistencia, Yecahuizotl, Ixtayopan, Tetelco, Tláhuac, Zapotitlán, Mixquix, Tlaltenco, Tecómitl, Cuauhtenco, Xicomulco, Atocpan, Oxtotepec, Tlacotenco, Tlacoyucan, Ohtenco, Tepenáhuac, Tecoxpa, Milpa Alta, Miacatlán, Tlalnepantla, Tepetlapa, Ahuayucan, Xalpa, Atemoaya, Zacatitlán, Atlapulco, Tulyehualco, Xochimilco, Tepepan, Xochitepec, Ajusco, Totoltepec, Xicalco, Petlacalco, Topilejo, Parres, Ocotitlán, Totolapan, Aculco, Atlitic, Ocotepec, Xochiac, Ameyalco, Chimalpa, Tlaltenango, Acopilco. Son los pueblos nahuas de Morelos y los pueblos otomíes del Estado de México. Son los pueblos que al resistir se niegan a desaparecer, devorados por la gran ciudad, son los pueblos que no quieren el destino de muchos otros pueblos, destruidos en el cruel anonimato del concreto y las coladeras. Son los pueblos que al salvarse, salvan el futuro de la gran ciudad.
Nuestros pueblos, en su ancestral relación con la tierra exigen que cese el despojo concertado de capitales y gobiernos. Exigen la titulación y restitución de las tierras comunales que por derecho les corresponden de acuerdo a sus más antiguos títulos primordiales. Exigen la inmediata reforma del artículo 27 Constitucional para garantizar la efectiva protección de la propiedad social de ejidos y comunidades. Exigen, la inmediata anulación de los decretos que ha expropiados sus tierras ejidales y comunitarias.
Nuestros pueblos protagonizaron en 1910 la primera revolución social del siglo al grito de tierra y libertad; el nuestro, ejército campesino de hombres y mujeres, impuso la gran reforma agraria y social que transformó, en las primeras décadas de este siglo, a la nación entera. Somos campesinos, somos zapatistas, somos alianza de pueblos indígenas del Anáhuac. El Plan de Ayala representa la primera Constitución Nacional Indígena de nuestros pueblos.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional es el digno continuador de aquel gran esfuerzo liberador iniciado por Zapata y los pueblos que le siguieron. La dignidad rebelde de nuestros hermanos, en guerra declarada contra el supremo gobierno, es parteaguas en la historia nacional porque marca el principio de una etapa decisiva en la lucha de emancipación de todos los pueblos indígenas del país y señala nuevos rumbos para la nación entera.
Los Acuerdos de San Andrés, producto de esta lucha histórica de los hermanos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, expresan el compromiso alcanzado con el gobierno federal para el reconocimiento de los derechos y la cultura indígena, reflejan el consenso de todos los pueblos indígenas del país y son el germen de la nueva Constitución Nacional Indígena. Por eso, no lo duden hermanos, los pueblos del Anáhuac nos sumamos a su digna marcha y exigimos el reconocimiento constitucional de los derechos de los pueblos indígenas, conforme a la iniciativa de reforma constitucional elaborada por la Cocopa.
Todos juntos marchemos, desde este lugar histórico, donde hoy hemos ratificado los Acuerdos de Nurío, a la toma zapatista de la gran ciudad.
 
 

San Pablo Oxtotepec, México, 9 de marzo de 2001

Atentamente

Tierra y Libertad

Alianza de Pueblos Indígenas, Ejidos y Comunidades del Anáhuac



 
 
 

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