Ť El australiano exhibió su maestría en el marco del Festival del Centro Histórico
Hechizo de jazz durante el concierto de Burrows
Ť Presentó varios temas de su autoría y recordó a Porter, Gershwin, Goodman y Ellington
JAIME WHALEY
Un jazzecito que emanó en forma fluida y libérrima hechizó a un selecto auditorio ?y no en cuanto a clase, sino por lo reducido de la sala? durante la presentación el pasado fin de semana del australiano Don Burrows, dentro del Festival del Centro Histórico, en el museo Franz Mayer.
Reminiscencias de las tonadas de los cuarentas, ejecutadas con ánimo y maestría por este músico, ya entrado en años pero aún con el vigor y la alegría de joven; fue ovacionado sinceramente por el público que en número cercano a las dos centenas se dejó caer en las mullidas butacas para la agradable velada.
Y así como no queriendo, el respetable entrecerró los ojos más no a causa de un letargo sino en signo de dejarse llevar por la música, ya del clarinete, ya de la flauta de este Donald Vernon Burrows, nacido en Sydney en 1928 , y quien, a los 13 años de edad abandonó la escuela para, desde entonces, dedicarse de lleno a su pasión, no sin antes adiestrarse para tal fin en un conservatorio.
De aquellos días de escolapio este artista recuerda que poseía una flauta rústica que le costó un dólar con 85 centavos, que fueron rigurosamente pagados en abonos semanales de cinco céntimos ya que su padre de oficio panadero devengaba un magro salario de seis dólares cada siete días. Ahora, dice, tan sólo una de sus flautas está valuada en 17 mil dólares.
Una veintena de temas, de su autoría los más y el resto de compositores tales como Cole Porter o George Gershwin, sin dejar de lado a Benny Goodman o al Duque Ellington, conformaron el repertorio, que tuvo el acompañamiento en los teclados de Kevin Hunt. De Goodman, su gran ídolo y a quien desde su juventud Burrows se propuso como modelo a seguir, realizó una estupenda versión de Bailando en el savoy.
En su largo devenir musical, Burrows ha marcado hitos para artistas australes. Fue el primero, como lo hace notar Mauricio Hammer en el programa de mano, en tocar en los festivales de jazz de Newport y de Montreaux. Siendo también el precursor de una corriente de músicos australianos que han visitado China. El mundo supo de él, en el ya lejano 1967, cuando una trasmisión televisiva vía satélite Pájaro Madrugador, enlazó el orbe entero y el apareció con su inseparable flauta.
En cuanto a reconocimientos, quiza el testimonio que más agradece a sus coterráneos es el de que sea considerado como un tesoro nacional viviente y en tono guasón explicó a dos damas que se acercaron a felicitarlo al terminó de su actuación sabatina, que teme que en algún museo de su país se vaya a conservar su corazón en frasco con formol como está el de Phar Lap, un caballo ganador y también orgullo del país-continente.
En las casi dos horas de su pulcro desempeño, Burrows también entonó un tema mexicano, La mentira, de Alvaro Carrillo, y luego confió que hace 25 años vino por vez primera a México y no se cansó de escuchar a los mariachis en Garibaldi ni a la trova yucateca en una fresca noche de jueves en la alameda de Mérida. "La música cubre todos los estados de ánimo", explica y abunda que la música existe para expresar en sonidos lo que no es posible externar en palabras.
Impulsado por los aplausos Burrows ofreció un encore, Los años dorados, composición de los colegas brasileños Chico Buarque y Antonio Carlos Jobim.
Y es de aquel país sudamericano del que Burrows acaba de llegar y al que volverá en unos meses más, cinco o seis, quizas en un periplo que también incluirá obligatoria parada aquí.