Hermann Bellinghausen
Duerme o vela
Demetrio despertó con: el sueño todavía en la punta de los ojos, un ligero temblor de manos que sintieron tocar, un vago buen humor, el cuerpo en su sitio, y la mente por todos lados.
De esas veces que uno despierta en el momento preciso y no antes, y el sueño sigue ocurriendo sin solución de continuidad, como si allá y acá fueran lo mismo.
Largo había sido el sueño en que la luna se guardaba al fondo de un campo rayado en paralelas, surcos para la siembra. Un espejo de agua se tragaba la luz y la escondía bajo su capa. Sin relación con el panorama, le cayó una ocurrencia: hay que salvarse de la esperanza, no necesitarla.
Pasados unos instantes, el estanque dio rienda suelta a otra clase de reflejos. Oro estallado en un secreto de plata, aparente silencio en el negro, eclipse que pasa, los gallos cantan a deshoras y las alimañas se recogen de un suspiro. Entonces amanecen dos ojos en el horizonte que miran al suelo como se persigue un halo o se tienta la suerte.
En los puntos cardinales anda gente que se cruza en el pentagrama sembrantío y baja la barbilla en señal de reconocimiento. Él, que es de ellos, hace igual pues reconoce. "Dos soles calientan el mundo a un tiempo" piensa, y con trabajos distingue uno, el de siempre, que lo deslumbra tras la ventanilla y las alambradas de la vía. Así hacen los sueños: no son evidentes. Lo que se sabe en ellos lo olvida la vigilia.
Pero Demetrio cuando despierta lo primero que ve son sus sueños, siempre tranquilos. Sólo en la vida real puede tener pesadillas. Cuando duerme, el oriente le aproxima por ejemplo rondas de mujeres en falda agitando címbalos y medallas, hombres de gran bigote que salmodian burlas e imitan las distintas especies animales, en particular la humana. Saben arremedar la elocuencia de los micos auténticos.
Entre címbalos y dardos surge un voz oculta y Demetrio, absolutamente despierto, no pierde el hilo del sueño al raz de los surcos, en fila india tras y frente a la otra cara del día, donde la mariposa soñada de Chuang Tzu, sonríen los párrafos suspendidos del Chilam Balam de la garza:
"-Hijo, ¿cuáles son los tristes agujeros por donde gritan las cañas?
-Los agujeros de las flautas.
-Hijo, allí donde hay un cenote, y son muy profundas sus aguas, no hay piedritas en el fondo, y hay cañutos escondidos a su entrada.
-La piedra preciosa.
-Hijo, ¿y los grandes casamientos? Por ellos caen las fuerzas del rey, por ellos caían las fuerzas de los Halachuiniques, cuando los había, y por ellos caen mis fuerzas.
-Los cohetes.
-Hijo, ¿has visto las piedras verdosas que son dos y en medio de las cuales hay una cruz alada?
-Los ojos del hombre".
En una laguna de su mente cruzan las flechas: "Hijo, ve cuál es la muchacha blanca que tiene apretado hasta reventarlo el vestido, la que vende pedernales blancos". Y el hijo responde: "La calabaza de semilla gruesa". Retaíla y va: "Hijo, traeme dos animales amarillos, uno guisado y otro con la cabeza cortada para beber su sangre". Y el hijo: "El venado amarillo y la jícara en que hay chocolate".
"-Hijo, ¿y el papagayo que tira su ropa y tira su camisa y su capa y su sombrero y sus zapato- Hijo, por donde tú estabas pasó. Acaso por allí pasaste, por la alta piedra inclinada hasta el cielo, en la puerta de la muralla. Cuando pasaste por allí, ¿viste unos hombres que venían reunidos delante de ti? Allí hay una gran fiesta con el venerable Akul Él.
-La pupila de los ojos y la pareja de los dos ojos".
Acá donde el duermevela aterriza en la estación Xola, se limpia la baba de la barbilla, acomoda su cuello a la chamarra, recoge las chivas, compermiso señorita se alza del tubo, empuja, sale y queda a merced del andén, el reloj colgante se congela en las 14, y él, ¿cómo es que era: dos ojos, soles en el cielo?. Hace la cuenta con los dedos y termina rápido, en menos de lo que toma tirar un dado.
"-Hijo, ¿a quién viste en el camino.¿Viste acaso a unos viejos que tenían a unos muchachos con ellos?
-Padre, esos viejos que vi en el camino estaban junto a mí y no podían dejarme; estos son: el dedo gordo del pie y los demás dedos".
Hare hare, salam y hosana sana, colita de rana, entonan los altoparlantes y él se confunde. Hermosos eran, en el sueño, los saludos. La gente se reconoce de distintas maneras sobre los andenes. Demetrio recobra la noción del día y la incorpora a un orden natural donde caben dos soles, un tacto que se consuma, una melodía salvada del estruendo y escape de los carros. Fluye una voz que cura la impresión de despertar dentro de un sueño. Para eso Demetrio es bueno.