DOMINGO Ť 18 Ť MARZO Ť 2001
Ť Noche de locos y chúntaros en el Blanquita
El Gran Silencio, un grupo que debe apreciarse en vivo
La noche cae en la ciudad de México, engalanada en esta XVII edición del Festival del Centro Histórico, desciende con una estela de infiernillos que todo lo calientan. El ambiente en el teatro Blanquita es perfecto para esta velada, que se antoja para locos. Y lo será.
El público arriba, de poco a poco, a este recinto, que por primera ocasión abre sus puertas y se anexa al festival culturoso más importante de la defeña capital. No obstante, afuera, la monstruosa urbe luce indiferente; adentro, la función dará inicio. Sin más espera, las luces se apagan y El Gran Silencio toma por asalto el escenario y de inmediato inunda la mente con su sonido rocanrolero-cumbiambero-norteño.
Gritos, silbidos, mentadas de madre, marejadas de brazos olean en el foro popular más prestigioso. Conexión de facto entre público y banda, dos entes cómplices, equivalentes, iguales. La poderosa música de El Gran Silencio todo lo energiza. Ríos de sonoridad irreverente, ecléctica, inundando el butaquerío.
Rock hecho regio
El Blanquita es ahora un barco que surca las insospechadas corrientes con cambios de ritmos tan vertiginosos como vertiginosos son el rapeo, el acordeón, la lira, la bataca, las congas, el bajo, las tarolas.
Expertos en esto de la navegación, por los mares del rock hecho regio, a este grupo que llegó con la oleada regia, sólo le han bastado dos platos para hacerse de un respeto y calidad a toda ley.
Los norteños forjan con sus instrumentos manojos de ruidos que, combinados, fusionados, mezclados, lanzan sin reparo al público que los recibe y los distribuye, multiplicados por todo el ambiente elevando los decibeles.
Nadie descansa en este barco, nadie lo desea, todos navegan por el afluente auditivo que arrasa con el alma colectiva. Se cuentan con los dedos a aquellos que siguen sentados, todos bailan, se dejan arrastrar por los acordes festivos.
La fauna a bordo es variada: niños y niñas bonitas que, sorprendidos, admiran estos lares, limítrofes entre el centro y la Guerrero. Los niños y niñas menos favorecidos -los más desmadrosos por cierto- vestidos con marcas piratas, los que a la salida comprarán un casete de a 20 varos, la camiseta de a tostón. Los que se marcharán en micro o metro.
Los primeros observan extasiados desde lo alto de su soberbia, detrás de sus gafas Guess obscuras, enfundados-protegidos-aislados en sus Bennetton, Versace, Calvin Klein a esos chavos que son felices con sólo escuchar estos vatos locos.
Concierto "con madre", con dedicatoria para las "jefas que aquí nos acompañan". Los morritos que también levantan la mano y saludan con dedos como de artrítico, que retuercen cuerpos y gargantas al unísono con el cumbiambero sonido del grupo regio.
De la caja de pandora que destapan los jóvenes norteños, surgen canciones descabelladas, temas que pasean lo mismo por su infancia, contando el burro 16, que por su formación, la cumbia sampuesana, el corrido, el rap, la polka, el rock, el pop, el ska.
Una a una las rolas flotan en al aire, a estas horas más caliente que el de la calle. El Gran Silencio hace muy buenos sonidos, pero más mejor son estos carnales cuando destrozan el silencio. Porque eso lo conocen bien.
Dejenme si estoy llorando
Duerme soñando, con tus ojos tan plenos despiertos, con tu corazón lleno y radiante, alucinante, tan lleno de amor... / Yo soy el sol brillante y fuerte que alumbrará (...) mi mirada alcanzará la eternidad... / En tus manos yo aprendí a beber agua, fui gorrión que se quedó preso en su jaula... / Déjenme si estoy llorando, si un consuelo estoy buscando, quiero estar solo con mi dolor...
El final llega luego de un estrepitoso aullido de todo el zoológico que los regresa al escenario; la tripulación se presenta uno a uno, el alboroto alcanza niveles de caótico desmadre. Todos guachan, gritan, rasgan sus cogotes con alaridos que van desde la petición, hasta el piropo; los niveles de líquido sónico descienden, el barco encalla y todos bajamos conmovidos, más felices que al principio.
Afuera, ya con el aire en la cara, uno sopesa lo vivido y quedan algunas certezas: este es un grupo que se debe apreciar en vivo, No cabe duda que estos chúntaros saben que la voz también es un arma y son diestros en ello. Estos chamacos forjados en los barrios bravos de Monterrey, sí estos que se hacen llamar El Gran Silencio Ƒno habrán equivocado el apelativo? Porque, šah como saben destrozar el silencio! La respuesta viene por inercia: no compa, estás bien pendejo.
MIGUEL G. GALICIA/ TODOCULTURA