UNAM: EL SINDROME DE LA VIOLENCIA
El
porrismo ascendente que se manifiesta en los planteles de educación
media superior y superior alcanzó ayer una cota trágica y
repudiable: un alumno de la Escuela Preparatoria 5 fue asesinado y otro
de la Facultad de Contaduría resultó lesionado --ambos con
arma de fuego-- en el contexto de una riña entre educandos de las
preparatorias 5 y 9. En días pasados han ocurrido alarmantes enfrentamientos
en el CCH Naucalpan y en esta misma tendencia se inscribe la grave vejación
a maestros, alumnos y funcionarios de la Facultad de Ciencias Políticas
y Sociales perpetrada recientemente en ese plantel por elementos residuales
de lo que fue el Consejo General de Huelga (CGH).
Tales sucesos expresan una creciente degradación
del ambiente universitario en la que los radicalismos intransigentes confluyen,
en el territorio de la violencia, con expresiones delictivas como el porrismo,
un pandillerismo estudiantil específico de los centros de educación
superior -de esta capital y de otras ciudades del país- que hasta
hace unos años parecía haber perdido impulso y que hoy se
muestra reactivado y al alza.
La descomposición referida tiene una razón
inmediata en el callejón sin salida al que fue conducida -por sus
propios dirigentes y por las autoridades universitarias y gubernamentales-
la huelga que paralizó la UNAM en 1999 y 2000. Tal movimiento dejó
-entre otros saldos-un severo desgaste de los mecanismos de participación,
diálogo y mediación en la máxima casa de estudios
y una comunidad universitaria polarizada y atomizada. Se generó,
así, un ambiente que propicia --aunque ciertamente no justifique-- las
medidas de fuerza, el vandalismo y la irracionalidad.
En otro sentido, las delincuencias de todos los signos
experimentan un periodo de auge en el país, y ello no sólo
se refiere al narcotráfico, los homicidios, los robos y los secuestros,
sino también a la generalización de actitudes de desprecio
a la legalidad, cuyo ejemplo más inmediato y candente es la negativa
del gobernador yucateco a acatar las disposiciones del máximo tribunal
electoral del país. En el momento actual sale a la luz, en toda
su escandalosa dimensión, el derrumbe moral que se gestó,
durante los últimos gobiernos emanados del PRI, en las instituciones
de impartición de justicia y en las corporaciones de seguridad pública.
Tales factores externos alimentan, a su vez, las expresiones de incivilidad
y de delincuencia que se padecen en los planteles universitarios.
En tales circunstancias, los sectores universitarios razonables
y civilizados -que son, ciertamente, la mayoría de la comunidad-
tienen ante sí el desafío de aislar a los delincuentes y
a los intransigentes, que son, por supuesto, los menos. Por su parte, las
autoridades gubernamentales deben encontrar a los responsables del homicidio
de ayer y presentarlos ante los organismos judiciales que correspondan,
así como emprender acciones perentorias para desarticular -con estricto
respeto a la autonomía universitaria- los grupos porriles que, hoy
por hoy, actúan con completa impunidad
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