JUEVES Ť 15 Ť MARZO Ť 2001
Ť Deslumbrante, la calidad del Ballet du Grand Théatre de Geneve
Abundante dulzura y poca danza marcaron los altibajos de La Dolce Vita en Bellas Artes
Ť Se estrenó la coreografía de Laura Scozzi en honor del genial Federico Fellini
Ť Música del compositor Nino Rota para rememorar a otro clásico del siglo XX
PABLO ESPINOSA
Con música de Nino Rota y la calidad deslumbrante del Ballet du Grand Théatre de Geneve, el universo felliniano cobró cuerpo en Bellas Artes, la noche del martes, con el estreno de La Dolce Vita, coreografía de Laura Scozzi en homenaje a su paisano Federico Fellini, ese clásico del siglo pasado.
No obstante las evidentes capacidades interpretativas de los ejecutantes, el resultado fue eclipsado por la falta de consistencia del concepto y la dramaturgia. Más teatro mediano que danza grandiosa, excelentes ideas, puestas de manera magistral en escena, pero finalmente una sensación de ausencia, un vacío que no pudo llenar la mera sucesión de buenas ideas.
Destellos, sólo destellos
Faltó danza, sobró dulzura. Sobró teatro, faltó la dramaturgia. Una obra, en suma, más dulce que vital, aunque hay más tiempo que vida, pues apenas fue estrenada en Ginebra hace unas cuantas semanas.
Lo decepcionante no fue el no encontrar una puesta en escena del mundo de Fellini tal cual, aunque el arte del pastiche esté muy cerca de los homenajes. La coreografía tiene vida propia, su particular punto de vista y eso es acierto con mayúsculas.
El problema empieza cuando terminan las escenas y no hay estallido, se extingue la pasión, nunca hace contacto la mecha con la dinamita. Salvo excepciones, la mayor de la cual es la escena amorosa desde los cuernos de la luna hasta las caricias de la más profunda piel. Ella canta Stormy Weather mientras él le declara su amor. Ella flota, en desplazamientos coreográficos de magistral invención, perfecta puesta en vida. Sublime. El único problema es que el texto es perfectamente cursi, habiendo tantos poemas de amor, tantas prosas amorosas primorosas.
Esa escena sintetiza la obra: altibajos. Así como la crítica juguetona, y por ello devastadora, del maestro Fellini a la hipocresía de la Iglesia católica (la cinta fue prohibida en Roma) está lograda en escena, el resto de la mirada reporteril de Fellini, su vasto horizonte sensual y crítico y genial, palidece frente a algunas ocurrencias escénicas del espectáculo suizo, como algunos numeritos con bailarines disfrazados de canes.
Desde un Marcello Mastroianni (el reportero Marcello Rubini en el filme de Fellini) estilizado hasta la ironía, hasta 26 Anitas Ekberg (Sylvia, en la película de Federico el Enorme) en un final harto obvio, casi escolar, la obra de Scozzi transcurre mediante una sucesión de escenas eslabonadas por la imaginería que despierta el concepto de ''lo felliniano".
Los destellos, que a eso se reduce la puesta en escena completa, lucieron más rotundos por igual con la destreza técnica de los bailarines que con la vitalidad absoluta de la música de Nino Rota (1911-1979), también un clásico del siglo XX, que resultó finamente homenajeado.
ƑNo vale nada la vida? La vida es, a veces, dulce. Por lo pronto, La Dolce Vita repitió función anoche en Bellas Artes.