A la comandancia del EZLN:
Al subcomandante Marcos:
A sus casi 93 años y en el hospital donde está internada, mi madre pide que le prendan la televisión: "Ponme a los zapatistas". Si una mujer de 93 años proveniente de una familia de hacendados que perdieron sus bienes en la Revolución y de una clase social que vive satisfecha de sí misma, reconoce, entiende y admira a los zapatistas estamos en buen camino. De hecho todo el país camina, viene hacia las plazas públicas y permanece erguido durante horas, a la espera, agitando en el aire su esperanza. Es el país de los de a pie. Son los de a pie quienes están cambiando a México, los que durante siglos han caminado, los que dejaron la huella de sus piecitos desnudos en todo los códices, los que han llevado sobre su espalda no sólo el haz de leña sino la carga de siglos de indiferencia y desprecio, los que llegaron al Zócalo en un día esplendoroso, el 11 de marzo del 2001, y lo embellecieron y le dieron un sentido que a todos nos da sentido, los que apuestan a que nosotros, los habitantes del DF, los privilegiados, los apoyemos y digamos junto con ellos que este es el momento de saldar la deuda histórica de este país excepcional: México.
La suya es una empresa un poco loca, un poco loca y un mucho heroica, tan loca como la de los polacos que durante la Segunda Guerra Mundial se lanzaban a caballo sobre los tanques de los nazis.
Los zapatistas han puesto a prueba nuestras instituciones. No vienen a firmar la paz sino a abrir el diálogo, a ser escuchados y a escuchar, a ser respetados y a respetar. Su hermosa presencia ha invertido el concepto de democracia al enseñarnos que las decisiones deben venir desde abajo.
México había vivido una contradicción, el de una "revolución interrumpida" como la llamó Gilly. Al institucionalizarse y convertirse en el Partido Revolucionario Institucional (PRI), la Revolución Mexicana se corrompió. El levantamiento zapatista seguramente tuvo mucho que ver con la caída del PRI. Y si en México sobrevienen cambios profundos seguramente también tendrán que ver con el EZLN. Quizá gracias a él podamos dejar de ser un país neoliberal. Si se reconoce la legitimidad y la importancia del zapatismo y se cumplen las peticiones de las comunidades indígenas, los cambios en nuestro país pueden ser radicales.
¿Quién iba a decir que quienes provocarían el cambio serían los más pequeños, como llama Marcos a los indígenas? ¿Quién iba a decir que México se daría cuenta, a partir del grito de guerra del primero de enero de 1994, que la llamada cultura indígena no sólo es la del segundo piso del Museo Nacional de Antropología, la de la memoria prehispánica o la del Fonart y las tiendas de artesanías, sino la clave para entendernos a nosotros mismos? Tal parece que los siglos nos pasmaron mucho más que a los indígenas y perdimos la capacidad de rebeldía y la de comprender que la cultura es algo que vive, perdura, yace soterrado y algún día un grito y un fusil en alto nos abren el entendimiento.
Alguna vez un escritor francés que también fue aviador, St. Exupéry, escribió que sólo lo esencial es invisible. Tuvo razón porque durante siglos en México lo invisible han sido las comunidades indígenas que sólo queríamos conocer por sus usos y sus costumbres. Gracias a los zapatistas, los indígenas ahora no sólo son visibles sino actores políticos y nos dan lo que se nos fue y no supimos ver, lo que no entendimos, lo más valioso: su esencia.
Sólo lo esencial es invisible. Y en México, gracias a los indígenas y a su intérprete, gracias al brutal sufrimiento de siglos que les hemos impuesto, llegamos tras de sus rostros enmascarados a lo esencial.
Hay que reconocer que antes tuvimos a Balún Canán, Oficio de tinieblas y los cuentos de Rosario Castellanos. Antes tuvimos a Juan Pérez Jolote, de Ricardo Pozas. Y la obra erudita, profunda y amorosa de Angel María Garibay K., Miguel León-Portilla, Alfredo López Austin, así como la de antropólogos y sociólogos nacionales y extranjeros. (Sería bueno no olvidar a Carlos Lenkersdorf, conocedor de la cosmovisión maya y traductor del tojolabal). Pasmados, les hicimos caso a medias. Ahora son los propios indígenas quienes se revelan a sí mismos, los indígenas, quienes se dicen, quienes se cuentan, quienes nos franquean la puerta, son los propios indígenas y su intérprete Marcos quienes nos abren el entendimiento. ¡Y las mujeres!
Son las mujeres quienes al lado de los 24 comandantes y las comunidades indígenas van a enfrentarse a 60 senadores priístas y a otros quizá también un poco priístas, son las mujeres quienes hablarán en el Congreso, son las mujeres quienes saben que en manos del Congreso está la paz, las mujeres, las que declaran tras su pasamontañas que están feas y la multitud les responde que no, que no son feas, las mujeres que tienen en su fuerza indígena la fuerza de los pobres.
Hoy, las mujeres de la ciudad de México les rendimos homenaje a las zapatistas y a las mujeres indígenas, las que alguna vez dijeron que querían mirar a su hombre a los ojos y ser ellas quienes lo escogieran, las que pidieron conducir un automóvil como los hombres, las que han decidido criar sólo a los hijos que deseen y puedan tener, las que tienen sobre su cuerpo los mismos derechos que el hombre sobre el suyo, las que ejercerán oficios "de hombre" y llegarán a la educación media y superior, las que saben mejor que nadie que ninguna niña, ningún niño puede ya morir en nuestro país por falta de un medicamento, las mujeres que el padre náhuatl llamó tortolitas, palomitas, collar de piedras finas, plumas de quetzal y que ahora con la ayuda de todos nosotros, nos proponen construir entre todos una nueva relación social, un nuevo estado social.
Muchas gracias a los zapatistas, muchas gracias a Marcos, muchas gracias a la gran marcha indígena a la ciudad de México.
Me detengo. No entiendo. Es el principio de un cuento nahoa que tradujo mi padre. Un saltamontes colorado estaba descansando y un saltamontes sordo le reprochó: ¡Ay, muchacho, brincaste encima de mí!
-¿Qué dices? ¿Ya eres viejo? -Ya soy viejo. -Si eres de veras viejo, dí, ¿cuántas veces has visto la danza de los aventadores de micses y el corretear de los busca piés? -Y tú, ¿cuántas veces la has visto? -Yo, siete veces y tú acaso acabas de nacer y ya te dices viejo... Ya ves que te he ganado, nada puedes decir de lo que se te preguntó... Se despidió el saltamontes sordo, voló y se fue.
Bueno, tampoco entiendo muy bien el cuento en español. Pero me emociona pensar en su origen, en mi origen y que en el cuento aparece el número siete. Me parece que el saltamontes muchacho es más viejo por sabio que por viejo y que sabe más de las cosechas y de las luchas. Tal vez eso quiere decir el cuento, o que tengo que oír también las experiencias del joven. En todo caso asocio el cuento a ciertas expresiones y ritos de "los más viejos" que son, a la vez, un obstáculo para salir del pasado y fuente de experiencias y esperanzas que no debemos olvidar.
Cito el primer mensaje de los siete a la ciudad de México: "¿Cómo habremos de hacer? Le preguntamos a nuestros más antiguos. Así dijeron nuestros más antiguos: pide su ayuda a los hermanos y hermanas que cargan la vida en la espalda y una de las siete llaves que guardan te será dada. Si ellos entran contigo, más fuerte será la voz de todos". Y como si le hablara al saltamontes sordo del cuento dice el Comité Revolucionario: "Nada deben temer. Que teman quienes cierren los oídos y la boca para oír y hablar con los que somos". Fíjense en eso de "los que somos".
Paso a un mensaje en el que creo firmemente: "Estos ni se van a rendir ni se van a vender", dijo un hermano. Sépanlo. Sépanlo bien "señores del poder y del dinero". Sean corteses con respeto y sin paternalismo. Ojo, sin ningún paternalismo. Hablen en forma práctica de cómo van a cumplir con los derechos de los pueblos indios. No intenten sustituir los problemas sociales de los muchos con soluciones personales de los pocos. No se inmolen. Ojo. No confundan los encuentros de cortesía con los acuerdos que llevan en los actos a dar señales de que ahora sí se está cumpliendo. Acuérdense que hablan con quienes han hecho de la dignidad la ley del respeto a uno mismo y a los demás. Por dignidad de dignatarios no den ni asomo de burla, humillación o engaño. Por dignidad no hagan de las palabras ruidos ni de los actos espectáculos. Y acuérdense que hablan con quienes tienen la cultura política de los más viejos y de los más jóvenes de estas tierras, y una cultura de la resistencia indígena y de la democracia de los indios y de los no indios, de los mexicanos, de los latinoamericanos y los habitantes de los más distintos países del mundo que piensan en la historia pasada para hacer mejor la historia futura. Cúmplanles las tres señales a los zapatistas, o hagan lo que el saltamontes sordo, que se despidió, voló y se fue. Si tienen sordera histórica, despídanse y váyanse, vuelen. Que aquí se queda el gran nosotros.
Ahora, en español, ya no en lengua maya, saludo a todos ustedes, hermanos. Digo otra vez, ante ustedes: no hay una lengua superior a otra. La lengua maya es tan importante como la inglesa, la francesa, la alemana, la castellana, el náhuatl, el purépecha, el tzotzil, el zapoteco, el hebreo o tantas otras. Una de las grandes riquezas de México es su diversidad de lenguas. Una riqueza que debemos cuidar porque son el alma de todos los pueblos de México. Debemos cantar en todas ellas, escribir en todas ellas, pensar en todas ellas. Las lenguas tienen un mismo fin: despertar la conciencia de los pueblos. La lengua conduce a los pueblos hacia un mismo destino.
Pues bien, los no indios han hablado de los indios a lo
largo de quinientos años. Los no indios han tratado de decir que
son los indios, qué no son; qué piensan, qué no piensan;
qué creen, qué no creen; qué sienten o qué
no sienten. Pero los no indios no han querido escuchar la voz india. Los
dueños de las cosas que se compran y venden, los dueños del
poder que compra y vende, los dueños de las muchas palabras que
quieren imponerlas sobre todas las otras palabras, no han querido escuchar
la voz de los indios. Creen que esa voz no existe, creen que esa voz es
un dialecto y no un idioma. Creen que los derechos de los pueblos indios
son cenizas de un extinto fuego que puede dispersarse con soldados, policías,
discursos, cercos militares, masacres, grupos paramilitares, desnutrición,
represión, marginación, racismo, olvido,
analfabetismo, miseria, discriminación, despojos, desalojos de comunidades
en costas, selvas, bosques, desiertos, ríos, presas, llanuras.
Pero esa voz de los pueblos indios que no quieren oír
está aquí, con ustedes, viva y más poderosa que nunca
(es decir, tan poderosa como siempre). Es la voz y la lucha que el Ejército
Zapatista de Liberación Nacional ha hecho resonar en México
y en el mundo. Es la voz y la lucha que el Ejército Zapatista de
Liberación Nacional y el tercer Congreso Nacional Indígena
se han propuesto que resuene, a través de reformas impostergables,
en la Constitución mexicana. Esta es la voz del México que
no hemos querido oír. Es la voz del México que también
somos y que muchos nos hemos resistido a ser. Es nuestra voz más
antigua y profunda. Con esta voz que ustedes impulsaron con las armas y
ahora, sobre todo, con argumentos de paz, con esta voz que está
llena de ustedes, nos han fortalecido a todos los nosotros que no somos
indios y que al mismo tiempo somos también ustedes. Porque también
detrás de ustedes, de sus manos y brazos, de sus pies y sus huellas,
de su corazón, de su rostro, de su aliento, nos encontramos nosotros.
Los nosotros que somos la verdadera vida de todos los que han vivido, de
todos los que siguen vivos, de los que deben y tendrán y deberán
tener derecho a seguir viviendo.
Tomen mis palabras, hermanos, como un humilde reconocimiento, un sincero homenaje a la lucha por la dignidad que no solamente empezó al iniciarse el mes de enero de 1994, sino que a partir de ese día reanudó, con poderosa voz, con poderoso canto, con poderosa verdad, la lucha por la dignidad que se inició hace quinientos años. Esta lucha, limpia y profunda, verdadera porque nace de los manantiales que respetan la vida, nos engrandece a todos. Por su lucha, el mundo ahora es más grande. Por su lucha, México debe ahora decidir ser más grande.
Permítanme decirles que en las lenguas indígenas de México hay conceptos que no contienen las lenguas europeas contemporáneas. La palabra "hermanos" en las lenguas europeas no distingue entre hermanos mayores y hermanos más jóvenes. En el caso de la lengua maya, empleé al principio de mi saludo la voz la'ak, hermano, que significa además pariente y compañero. La palabra suku'un significa hermano mayor, La voz tup' significa el más joven hermano, el pequeño, como en el tzotzill k'ox o en el tzeltal xut.
Beora , ma' ich maya t'aan , ma' ich kastl'aan t'aan . Beora ich puksi'ik'al t'aan : suku'uno'ob , bootik teex tumen a ti'alex ba'ate'el .
Ahora, no en lengua maya, no en lengua española. Ahora en el idioma del corazón: gracias a ustedes, mis hermanos mayores, por su lucha.
Si se quiere encapsular la llegada de la comandancia del EZLN al Zócalo descríbasela obsesivamente como "fecha histórica". Lo será y, lo fundamental, lo está siendo, pero su importancia es más específica: es el reconocimiento de cada uno de los participantes, presentes o no en la Plaza, de la imposibilidad de continuar aceptando la idea y la práctica restrictivas y selectivas de la nación. El subcomandante Marcos ha sido muy preciso. "México, venimos a pedirte humildemente, respetuosamente, que no permitas que vuelva a amanecer sin que esa bandera tenga un lugar para nosotros, los que somos el color de la tierra". Tal certidumbre, en una ciudad vivificada se convierte con el simbolismo y la carga de realidad de estos casos, en la gran ceremonia de inclusión. "No estoy solo", podría haber sido la consigna complementaria de cada uno de los presentes.
Ayer atestiguamos el deseo vigoroso de paz, en su definición más intensa, el cese de todas las guerras de alta y baja intensidad económicas, sociales, culturales, dirigidas contra la mayoría. También hemos visto el compromiso grave y festivo a la vez contra el racismo, la segregación, la discriminación, el sexismo, la intolerancia, la homofobia. Por eso la marcha de la dignidad ha encontrado eco en sectores de colonos, feministas, ecologistas, obreros, campesinos, estudiantes, desempleados, subempleados, y el sector indígena no necesita de vanguardia. Al renunciar el EZLN explícitamente al poder, su actitud puede verse lírica, según los especialistas en delatar intenciones, pero no es de ningún modo incongruente. Por eso estoy convencido de la profundidad del pacto: el retorno a las armas es imposible no sólo por el altísimo costo humano, sino porque desterrar la violencia ya es asunto de tantos que bien podríamos decir que es asunto de todos. Con sus tristes excepciones.
Lo del 11 de marzo es sin duda una victoria política, con todo lo azaroso de las afirmaciones sujetas a revisión periódica. También, y de manera irrefutable, es una victoria cultural, el término que pretendió arrogarse en vano una derecha de alcaldes y gobernadores que sueña en su integrismo con calificar al padre Ripalda de izquierdista subversivo. (Este es un caso para Pepe Carvalho). Es una victoria cultural porque en el recorrido por 12 estados y a través de la importancia concedida nacional e internacionalmente al hecho, se ha reiterado el apoyo de sectores muy significativos de la sociedad dentro y fuera de las encuestas, decididas a hacer suya la causa de la integración indígena, que es también y con rapidez posible, la causa de la desintegración del racismo y la desigualdad extrema. La victoria cultural de estos días no es sólo del EZLN, sino de la sociedad en su conjunto. Los que insisten en minimizar acontecimientos y en hablar de manipulación, no parecen entender que las movilizaciones no se dan por vocación alguna de títeres, sino por la necesidad de cada persona de modificar o cambiar las imágenes internas de sí misma y de la sociedad en donde vive. Así como la izquierda hizo muy mal en menospreciar a los votantes de Vicente Fox, los que se burlan de la marcha zapatista con el candor y el rencor que les son propios, confunden su mirada de prejuicios con el entendimiento.
Una de las grandes lecciones que extraigo de la marcha es ver hasta qué punto el tema de los usos y costumbres deben adecuarse a los cambios actuales. Las intervenciones de las comandantas zapatistas, de las mujeres en Nurio, de las oradoras en los distintos actos ratifican el avance de estos años y los efectos benéficos de la globalización cultural. (La economía es muy otra cosa). Todas han insistido en el machismo y la discriminación en sus propias comunidades, y se aplican la perspectiva de género. Lo relativo de los usos y costumbres se valora gracias a esta experiencia y a la modernidad de muchas actividades. Así como el gobierno deberá reconsiderar el paternalismo tan penoso y deberá llevarle los últimos auxilios al indigenismo oficial, así también, estoy seguro, las propias comunidades están revisando en la práctica las nociones autoritarias y excluyentes de los usos y costumbres.
La ley sobre las culturas indígenas habla de la preservación del vasto patrimonio de las etnias, de los saberes y las lenguas a defender de la vitalidad de las tradiciones (aquellas irrenunciables). Pero también, así no tenga por qué incorporarse al debate constitucional, la noción de cultura indígena se ha ido modificando al ritmo de los grandes cambios en la idea misma de cultura. Es muy valioso lo que se preserva, pero es igualmente valioso lo que se añade. En los años próximos la flexibilización de la idea de México hará que los indígenas, los pobres, los desahuciados de la prosperidad, vamos, incluso los analfabetos funcionales (tecnócratas, políticos y empresarios incluidos), hagan suyas las ventajas imponderables de la cultura que les ha sido negada o ante la que han sido indiferentes. También son y serán derechos de los indígenas y de los mexicanos en general, oír a Mozart y Verdi, leer a Balzac y Saramago, ver a Eisenstein y John Ford, y considerar en el panorama nacional absolutamente propios a ?la enumeración dista de ser exhaustiva? Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, Rulfo, Paz, Tamayo, Toledo, Luis Barragán, Rojo, Miguel León-Portilla, Alfonso Reyes, Silvestre Revueltas, Carlos Chávez, Rosario Castellanos, Sabines, Monterroso, Guillermina Bravo, Fuentes, Poniatowska, Pablo González Casanova, Luis Villoro, José Revueltas, Leonora Carrington, Gerzso, Pitol, Pacheco, Buñuel, Gabriel Figueroa, Carballido, Magaña, Cosío Villegas, Luis González y González, Juan García Ponce, Rodolfo Morales, Cuevas, Felguérez, Zaid, Garro... La lista es tan interminable como los derechos culturales.
Al sistematizarse las tareas de la preservación y el respeto por el legado de las generaciones, se abre el camino para que al nuevo nosotros, formalizado ayer en el Zócalo, le resulte imprescindible reconocer el gran papel liberador de las artes y las humanidades de todas las tradiciones del planeta. De otra manera, se convertirían en prisiones los adelantos, y en última instancia dejaría de tener sentido la lucha. Si se da en la organización comunitaria un mandar obedeciendo, en la cultura debe instaurarse un preservar ampliando.
¿Qué porcentaje de niños indígenas termina ahora la educación primaria? Los informes van del 2 al 8 por ciento. ¿Qué hacer ante esto? Deshacerse de la división tan artificial entre educación y cultura, y darse cuenta de que la reforma constitucional sólo dará buen resultado si las vías de la modernización son políticas, sociales y culturales. Alguna vez Alfonso Reyes pidió el latín para las izquierdas porque no veía la ventaja de dejar caer conquistas alcanzadas: del mismo modo debemos exigir la divulgación de la riqueza del castellano en los sectores indígenas y en la sociedad, porque en gran medida la discriminación se ha fundamentado en la exclusión lingüística, que al rechazar lo diverso (las lenguas indígenas) le cierra el paso a la lengua en común, y porque en el manejo de las potencias y las potencialidades del español se deposita el horizonte del desarrollo, del gozo de la lectura, de la racionalidad democrática.
Una joven de Capalillo, Guerrero, en frases que rescató Hermann Bellinghausen, afirmó en la marcha: "A los ricos siempre les hemos pagado el precio de nuestra pobreza. Pero no venimos aquí a llorar porque nos cierran la puerta. Hoy somos la puerta". Ayer, en el Zócalo, experimenté a fondo la justeza de la metáfora al pertenecer a la multitud que cifraba en su vastedad a muchas otras. Ayer los asistentes se convirtieron en la puerta de entrada, o si no se quiere ser tan tajante, en la ilusión materializada de un país distinto, más igualitario, opuesto a la discriminación, más libre y gozoso. Nada de lo anterior se mantiene con facilidad, y a la vivencia de un día la podrían disipar la opresión o el sofocamiento de los días siguientes. Pero los alcances culturales del 11 de marzo, fecha que sintetiza y anuncia distintos procesos de implantación de la diversidad, permiten ese grado de optimismo que desemboca en la convicción racional: el "nunca más un México sin nosotros" es en sentido estricto, "nunca más un México fundado en la exclusión de casi todos". Sé que mi esperanza será calificable de utópica, pero desde la convicción que emite el calificativo, esto me parece un gran elogio.
Muchas gracias, EZLN. Y si hago el agradecimiento a título personal es porque hasta ahí llegan mis poderes de representación.