MARTES Ť 13 Ť MARZO Ť 2001

Teresa del Conde

Felguérez con Landucci

Los óleos y las dos esculturas de Manuel Felguérez que se exhiben en la Galería Landucci Arte (Colima 233) son -siempre sucede así- perfectamente distinguibles como de su autoría y a la vez muy distintas del rico conjunto que presentó en el Marco y en el Museo Tamayo con el título de El límite de una secuencia. Manuel sigue guiado por ''el sentido del orden", no puede evitarlo, pero al mismo tiempo maneja dobles articulaciones y contrapone los conceptos de diferencia y similitud, aunque yo no sé qué tan consciente sea de ello. Pareciera acudir a una colaboración entre macrocosmos y microcosmos, o al modo como el primero se refleja en el segundo.

Siempre hay novedades, atendibles si uno se para frente a las obras y se detiene a contemplarlas más allá del vistazo de conjunto. Así, en Sombra del tiempo maneja un ligerísimo efecto de trompe l'oeil muy acorde con el título del cuadro, pese a que los títulos son elegidos después, nunca antes de terminar la pieza. Mucho ayuda en esto su esposa Meche de Oteyza y en la presente ocasión hasta a mí me tocó participar en el bautismo del cuadro que se integró a las colecciones del MAM: Dominio del color negro.

Lo ahora expuesto es fruto de un año y pico de trabajo; llama la atención algo que parece una constante: el efecto del cuadro (disfrazado o incompleto siempre) dentro del cuadro, una usanza que se generalizó en Italia principalmente durante el manierismo y que ha tenido múltiples secuelas en el siglo XX: Balthus, Dalí, Sandro Chía, etcétera. Ni vale la pena detenerse en eso, sino en el tratamiento de esta opción. Sombra del tiempo (160 x 180) es una pieza maestra, lo es por lo atractivo de la paleta, por lo acertado de la composición que yo no vacilaría en situarla como uno de los grandes ''clásicos contemporáneos" y lo es también por las asociaciones que provoca con obras clave del pasado. Mientras la veía, me venía con insistencia a la memoria el lienzo rojo del Cristo de Memling en el Museo de Filadelfia. Hay aquí la apariencia de un soporte pegado dentro de la tela, invadido por elementos de índole diversa, pero la parte inferior queda libre de ellos, está ligeramente desflecada, como si en efecto fuera una tela pegada que proyecta una casi imperceptible sombra, es decir, ilusoriamente ''se despega" del plano. En otras composiciones el despegue es real.

Así, Pacto secreto (160 x 190) ofrece varios planos y conexiones que son radicalmente distintos, pero a la vez similares en cuanto a recurso, a las que efectuó Frank Stella en cierto periodo. También hay rectángulo inscrito, es decir, cuadro dentro del cuadro, sólo que esta vez es verídico y está soportando otros elementos en relieve, malla de alambre, cables, girones de tela entiesada. Recordando los murales y relieves suyos de hace algo más de 30 años, no puedo menos que pensar que esta composición es altamente ''sesentera" con todo y que obviamente no se parece a lo que entonces realizó. La tierra baldía 2001 (quizá el título de ese famosísimo poema de T.S. Elliot no cuadra del todo) es también un relieve, muy distinto del anterior; parece un aguaferte escultórico en el que los trazos radicales por espesos, se acercaran amenazantes al espectador. Allí el cuadrado irregular proyecta una sombra ficticia (puesto que está pintada) sobre el soporte de 130 x 145. En otra Tierra baldía, realizada en el 2000, ofrece un elemento que hace pensar en los huesos desenterrados de algún animal, turbando aquella ''suave noche de octubre" de la que habla el poema; pero eso es pura casualidad. Felguérez no procede jamás como ilustrador de algo.

En Tierra de fuego (100 x 120) la forma rectangular parece descender desde fuera del cuadro. La estrategia colorística consiste aquí en hacer valer una zona irregular roja de pequeñas dimensiones que chorrea hacia abajo y mucho podría hablarse con santo y seña del color en estas obras; guarda balance diríase que exacto con las formas, con ello quiero decir que resulta ser ''natural", Vigilia (100 x 120) es buen ejemplo, los colores se desparraman como cuando uno ve el paisaje desde un avión, sobre una superficie luminosa y clara, alusiva quizá al lienzo vacío en el que va a trabajar el pintor.

Además de las dos esculturas de 1997, se exhibe una serie de óleos en formato pequeño realizada con la minucia de un pintor neerlandés del siglo XVII, aunque parezcan tan sueltas y a la vez tan experimentadas como todo lo que integra el conjunto.