MARTES Ť 13 Ť MARZO Ť 2001

Ť Blevins cantó música libertaria en el Centro Histórico

Recital de gospel reverberó los latidos del corazón olvidado de la patria

PABLO ESPINOSA

Un recio recital recíproco. La noche del domingo el Centro Histórico de la capital mexicana olía a sudor de indígenas mezclado con el de la clase pensante, que los apoya, y el pánico de la clase dominante, que los detesta.

A un costado del templo donde se venera a San Judas Tadeo, una fila de personas completa el paisaje y el paisanaje. Pagaron boletos de 500 pesos para un ''concierto-degustación" en el ex Convento de San Hipólito.

Puertas adentro sucede un recital prodigioso: el barítono estadunidense Robert Timothy Blevins ejecutó con singular maestría y facilidad (de la misma manera como Michael Jordan anotaba 50 puntos por partido) una selección de gospel que puso en órbita las almas, incluyendo a las almas muertas de Gogol.

Pasión completa por la música

Blevins es un encanto. Tal es el consenso entre músicos y público que han convivido con él, que forma parte de la delegación cultural suiza que participa en el Festival del Centro Histórico. Canta uno de los papeles principales en la ópera El maleficio de los jacintos, de Tania León, puesta en escena por Bob Wilson en Bellas Artes.

Es el perfecto rompecorazones y rompe-estereotipos, pues la idea que muchos tienen de un cantante de ópera corresponde más a la misa de ocho que a la pinta formidable de maese Blevins: un negro de dos metros de altura, cuerpo monumental, pelo largo repartido en finas trenzas rastafarianas y una vibra tan positiva como la del mejor cronopio.

Los colegas reporteros lo han descrito entusiasmados en sus notas como un rapero o un cantante de reggae, un estereotipo. Tienen razón, pero hay más en esa mezcla de Peter Tosh con Bobby McFerrin con Tom Waits con Dieter Fischer Dieskau: la pasión completa por la música. Porque un músico puede cantar ópera un día y al timothyjornada siguiente cumbia con maestría, igual que un melómano asistir al concierto en jeans y tenis sin que ninguna de estas naderías sean relevantes para la cultura. Es el caso de Blevins.

Pues bien, el barítono Robert Timothy Blevins además de romper los esquemas, es un cantante extraordinario. Su recital de gospel del domingo por la noche queda como episodio magnífico de la cultura nacional. Acompañado por el Coro de Bellas Artes, que ofreció numeritos aparte, el alivianadísimo cantante escanció maravillas en concierto.

El gospel, esa forma moderna del spiritual, que es al mismo tiempo padre y madre espiritual del soul y abuelo de lo que muchos hoy consumen, sin saberlo, en forma de pop y rock, en fin esa música madre de la madre de todas las músicas, el blues, encontró en la garganta libérrima de Blevins la caverna de Platón exacta, a su medida.

Inició con un gospel clásico: Let my people go, que a los conocedores, es decir los jóvenes de alma les debe retintinar por doquier. Entre otras cosas, ha sido uno de los martillazos en el bajo vientre de los conciertos en México de Diamanda Galas. Es conocido, entonces, su carácter contestatario, rebelde, libertario, que es el espíritu del gospel por antonomasia, no obstante muchos despistados lo quieran reducir a ''música de iglesia" ignorando que de ahí nació luego el soul y el blues y más tarde el mismísimo y ''satánico" rock.

El concierto de Blevins transcurrió entre el placer de la melomanía y el arrobamiento de las damas por todos sus encantos desplegados en escena, incluyendo el raro, por técnicamente difícil, recurso del falseto, donde un barítono puede devenir soprano -es decir, pasar en un instante desde la nota más grave a la más aguda- merced a un ritual ancestral, recogido por el gospel, y que en Africa expresaba virilidad exaltada.

El almirante Blevins desplegó su portento también en otros territorios, entre ellos el muy suyo, el operístico, pero en tratándose de la ópera de Gershwin, Porgy and Bess, la situación no podía ser más exquisita.

Tradición por encima del color de la tierra

Al final del concierto, los que pagaron 500 pesos por el boleto que decía ''concierto-degustación" se quedaron en ese edificio del Centro Histórico a degustar, cumpliendo algunos de entre ellos con el estereotipo que distingue al ''culto" público mexicano, el de las señoras y los señores del dinero: lo que importa no es el concierto o la ópera, sino lo que llevamos puesto encima y lo que vamos a comer después.

En un país como México, de tan insultantes diferencias entre pobres y ricos, tal actitud ''cultural" resulta por lo menos ofensiva. Por supuesto que tal no es la intención de los programadores de tan excelente Festival del Centro Histórico, se trata simplemente de una tradición ''cultural" que es parte de la realidad de México, por encima del color de la tierra.

La noche del domingo, gesta definitiva en la historia de nuestro país, por lo pronto, la parte de ''degustación" que incluía el boleto para el concierto, transcurrió entre el olor a indio, la mala conciencia y el pánico que ha inundado a ciertos sectores de la sociedad porque el corazón olvidado de la patria está latiendo fuerte.

Así transcurrió un recio recital recíproco de gospel, una música originalmente libertaria.