MARTES Ť 13 Ť MARZO Ť 2001

Ugo Pipitone

ƑDespertar de América Latina?

Retomemos una idea de Alain Touraine, formulada hace pocos días en El País. Hela aquí en pocas palabras: en distintas manifestaciones, al sur y al norte de América Latina, asistimos al despertar de algo que podríamos llamar conciencia colectiva, sentido de la injusticia. Al norte bajo la forma de levantamiento indígena, al sur en la lucha por la democracia y los derechos humanos. Dice Touraine: "exigencia de una democracia más amplia y más fuerte, capaz de dejar oír la voz de los excluidos". Y concluye: "Ya podemos decir que lo peor ha pasado y que la acción democrática se pone en marcha de nuevo".

Uno lee razonamientos de este tipo y es embargado por una necesidad de creer en ellos. La realidad cotidiana tal vez no confirme tanto optimismo, pero también es cierto que desde lejos a veces se ve mejor que desde cerca. Intentemos desentrañar el asunto y comencemos con la agitación indígena.

Aquí Touraine ve un contraste entre una visión gubernamental pacificadora y una visión indígena alimentada por la idea de la agitación social. Correcto. El sociólogo francés señala que ese universo indígena en revuelta va hacia "la apertura y profundización de la democracia" y hacia la expresión de los intereses de la mitad pobre de la población.

En los caminos retorcidos de la historia hay de todo: luchas sociales que educaron a los gobernantes y luchas sociales que se volvieron gobernantes para desgracia de todos. Y es difícil olvidar la aventura del comunismo. Una cosa hoy podría comenzar a estar pasando: la toma de conciencia de los gobernantes acerca de la necesidad de incluir el mundo indígena en la agenda nacional y dejar de tratarlo con una mezcla de condescendencia, abandono, explotación y filantropía. Si eso ocurrirá, ocurrirá gracias a luchas indígenas que fuera de las formas de la democracia obligaron enteras sociedades a entender que ninguna democracia puede construirse sobre un silencioso pacto de exclusión contra una parte de ella.

Hasta aquí sería difícil no concordar con gran parte de las afirmaciones de Touraine. Pero persiste una insatisfacción de fondo. La agitación social es esencial para que los excluidos se impongan en la agenda nacional, pero queda el problema de las ideas. Y es aquí donde me permito disentir con un silencio en el análisis del sociólogo francés: la escasez de ideas que en el presente circulan, tanto de parte de la derecha como de la izquierda, acerca de los caminos que puedan conducir enteras sociedades fuera de las miserias del subdesarrollo y de sus recurrentes explosiones de ira. Retórica sí, a raudales. Ideas, algo menos. Discursos más o menos líricos sobre dignidad, justicia, autonomía y democracia, pero pocas ideas sobre cómo salir de la miseria en un mundo real que estrecha los espacios de lo posible o, por lo menos, los condiciona poderosamente. Poca conciencia de los tiempos del mundo y recurrentes tentaciones mesiánicas. La agitación no es todo, las ideas y los proyectos son esenciales.

En el centro del debate deberían estar, en opinión de este humilde opinionista, las reformas agrarias, las políticas de infraestructura, las escuelas, los hospitales, los planes de apoyo a las pequeñas y medianas empresas, etcétera. En el mundo indígena, como en cualquier otro, la dignidad es condición necesaria, no suficiente. De todo eso, nada, o casi. Pero, en su lugar, amplios debates bizantinos sobre globalización, sí o no.

Si el mundo indígena quiere hablar a nombre de todos los pobres de sus países (siguiendo la hipótesis de Touraine) necesita comenzar a pensar en el camino económico y social viable para el futuro. Necesita llenar de contenidos un rescate social sin el cual ninguna democracia será sostenible en el largo plazo.

Y aquí pasamos al tema democracia. Según Touraine, una vez superado el mito de la revolución permanece la exigencia de una democracia "más amplia y más fuerte". Aquí sólo queda ponerse de acuerdo sobre el sentido de las palabras. Democracia es construcción de proyectos de convivencia que no pueden tolerar excluidos permanentes. Pero no es algo que se encontrará, listo para el uso, en algún rincón olvidado. Es una marcha hacia crecientes convergencias sociales y hacia reglas comunes respetadas. Ni un estricto formalismo jurídico ni una utopía realizada.