martes Ť 13 Ť marzo Ť 2001

Alberto Aziz Nassif

El zapatismo: retos del futuro

El final de la marcha zapatista es el inicio de un futuro incierto para todos. Después de haber llegado al Zócalo de la ciudad de México se abre necesariamente un nuevo periodo en el cual sólo el objetivo general está definido: la aprobación de la ley sobre derechos y cultura indígenas.

Los zapatistas vienen por el reconocimiento constitucional de sus derechos y de su derecho a la diferencia. Lo que no se sabe es si habrá el consenso suficiente en el Poder Legislativo para aprobar la iniciativa de la Cocopa, que fue enviada por el presidente Fox en diciembre pasado. Lo que tampoco se sabe es la magnitud y el espesor del espacio de negociación que se abre entre los zapatistas y los legisladores. Lo que sí podemos prever es que los derechos y la cultura de los pueblos y comunidades indígenas son un hueco en la Constitución, una herida en la conciencia nacional y una deuda histórica que la sociedad y el gobierno necesitan saldar. Son los retos del futuro. Un país que camina hacia la democracia no puede ignorar a sus comunidades indígenas, como se hizo en el pasado lejano, pero que terminó el pasado 2 de julio del año 2000.

El final de la marcha zapatista en el Zócalo fue el clímax de dos semanas de recorrido por una parte del territorio nacional. El acto del domingo 11 fue la culminación no sólo de un largo recorrido, sino de una fase de la lucha. A través de líneas muy delgadas, los zapatistas irrumpen en el Zócalo, como los días previos en muchas plazas del país, y juntan el apoyo de un sector de la sociedad que está convencida de las bondades justicieras de su causa. Son una guerrilla en el origen, pero ahora está en la capital para hacer política; ha resistido durante siete años con una presencia irregular de negociaciones y repliegues, y ahora se desarma para recorrer el país y fortalecer su causa. La paz tiene el apoyo mayoritario de la sociedad; los zapatistas tienen consenso amplio porque su causa es justa; nadie dice lo contrario, ni los más recalcitrantes conservadores. Lo que está en cuestión son las complicaciones de legislar reglas que reconozcan las diferencias indígenas, la autonomía, los usos y costumbres. Se trata de temas y realidades muy complejos, que necesitan muchos matices de concepción política y jurídica, de técnica para legislar. El problema está en los detalles.

Las jerarquías tienen que estar muy claras para todas las partes: el planteamiento de fondo es una reforma que genere una nueva relación entre el Estado y los pueblos indígenas. La democracia mexicana, actualmente en construcción, necesita establecer reglas nuevas para incluir a esos grupos que han estado cientos de años excluidos; se trata de una reforma que haga de este país un territorio incluyente, en donde la multiculturalidad tenga cabida. Una diferencia fundamental que hoy abre el espacio político para este proyecto es que existe la alternancia luego del 2 de julio; sin ella sería difícil imaginar el escenario que hoy vivimos. El momento no es 1994 ni febrero de 1995 ni Fox es Zedillo ni mucho menos Madero. Las luchas discursivas entre el subcomandante Marcos y el presidente Fox son parte del nuevo espacio que abre la incipiente democracia mexicana en la que hoy se puede discutir, disentir, descalificar e incluso golpear (retóricamente) al contrario, que en este caso es un presidente que ganó el voto mayoritario de forma legítima y democrática, sin que se venga abajo la estructura rígida del autoritarismo porque, afortunadamente, ya se derrumbó.

Detrás de la negociación que tendrá lugar en estos días entre el zapatismo y el Poder Legislativo, se encuentra una gran expectativa social sobre la posibilidad de llegar a una paz real, digna y justa. La fuerza del movimiento por los derechos y la cultura de los indígenas está animada por el empuje de una parte de la sociedad que entiende que el momento actual juntó los ingredientes para negociar y pactar, para dialogar y discutir, y que cualquier fracaso sería terriblemente costoso para todos: a la construcción democrática, al gobierno foxista, al Congreso, a los partidos políticos y, por supuesto, a los zapatistas. El fracaso sólo sería tierra fértil de los radicalismos. El mensaje para el futuro sería muy negativo: si no podemos ponernos de acuerdo en un proyecto incluyente, nada garantiza que podamos ponernos de acuerdo en la otra parte de la agenda (reforma del Estado, economía, trabajo, medios, etcétera). Si la negociación fracasa, la descomposición política será el escenario más probable. El zapatismo es el primer reto de un futuro que ya llegó.