PARTEAGUAS
El acto multitudinario realizado ayer en el Zócalo
capitalino marca la culminación de la movilización zapatista
hacia la ciudad de México y el inicio de una nueva lucha cívica
que habrá de desarrollarse en el Congreso de la Unión, con
el objetivo de lograr la inclusión de los indígenas mexicanos,
sus derechos y sus especificidades, en el marco constitucional del país.
Las clamorosas adhesiones conseguidas por los comandantes
rebeldes en más de diez entidades, en su lucha por obtener un estatuto
de dignidad, inclusión y justicia para las comunidades indígenas,
se vieron coronadas por la muchedumbre que ayer se dio cita en la Plaza
de la Constitución para escuchar con respeto y emoción las
lenguas más antiguas del territorio nacional, las cuales tuvieron,
por vez primera en cinco siglos, un lugar protagónico en ese espacio
urbano de centralidad histórica y política.
Con este buen augurio habrá de dar inicio el debate
legislativo tendente a la aprobación de la iniciativa de reformas
legales elaborada por la Cocopa en materia de derecho y cultura indígenas.
En ese proceso, la nación asiste a la oportunidad más promisoria
que se haya presentado jamás para saldar su deuda histórica
con los indígenas, un oprobio que es y ha sido fuente de inestabilidad,
violencia, ilegalidad y marginación. La determinación de
las comunidades chiapanecas ha ganado, en los siete años transcurridos
desde su alzamiento, una amplia legitimidad y un claro respaldo de los
pueblos indígenas de otras entidades. A ello ha de agregarse la
disposición del Ejecutivo federal a pugnar por la aprobación
de la Cocopa de los acuerdos de San Andrés, así como la movilización
de fuerzas políticas y sociales de la sociedad mestiza en esa misma
dirección.
No debe olvidarse, sin embargo, que los intereses contrarios
a ese acto de elemental justicia no se reducían a las cúpulas
tecnocráticas que ostentaron el poder público durante los
últimos sexenios priístas, sino que persisten en las corporaciones
empresariales, en los cacicazgos ancestrales, en el propio Legislativo
e incluso en el círculo del presidente Vicente Fox. En esa medida,
conseguir la aprobación de la "ley Cocopa" y sentar, así,
las bases para la reactivación del proceso pacificador en Chiapas,
implica lograr la derrota política y parlamentaria de fuerzas reaccionarias
racistas, intolerantes y antidemocráticas que no sólo pretenden
perpetuar las actuales condiciones de opresión y marginación
de los indígenas sino que constituyen el principal obstáculo
para la transición democrática en la que están empeñados
la sociedad y el Ejecutivo federal.
Desde esta perspectiva, la travesía zapatista que
culminó ayer en el Zócalo no sólo es un parteaguas
de la lucha indígena sino también del difícil proceso
de democratización nacional que empezó en 1988 (o en 1968)
y que se ha robustecido con los aportes de incontables luchadores sociales
y políticos, numerosos movimientos cívicos, los propios zapatistas
y el propio presidente Fox. En esa lógica, el EZLN, el Ejecutivo
federal y las fuerzas partidarias democráticas que reivindican la
justicia social, están del mismo lado ante la aprobación
de la "ley Cocopa" --una de las tres "señales" pedidas por los zapatistas
para retomar el diálogo, además del retiro de tres posiciones
militares en Chiapas y la liberación de los presos zapatistas aún
encarcelados--, la materialización de una paz justa y digna, la
consecución de un estatuto de igualdad y respeto para los indígenas
del país y, en general, la construcción de una nación
más libre, más equitativa y más incluyente. |