LUNES Ť 12 Ť MARZO Ť 2001

Ť Aquí estamos otra vez; el pueblo es capaz de construir su historia, se dijo

Ayer, el Zócalo acogió a difuntos y vivos, viejos y nuevos luchadores, los iguales y los diferentes

Ť Se vivió una especie de resurrección para muchos veteranos militantes de la izquierda Ť Floriberto Díaz, Jesús Piedra, Gonzalo Aguirre, Guillermo Bonfil, algunos representados

LUIS HERNANDEZ NAVARRO

La vida no le alcanzó a Floriberto Díaz para ver este domingo en el Zócalo de la ciudad de México los resultados de su obra. Su corazón dejó de latir el 15 de septiembre de 1995. Heredero del legendario rey Condoy, se forjó de maíz y de barro. Puesto en la disyuntiva de ser mixe o convertirse en antropólogo escogió la ruta de sus raíces. Su pensamiento, sus proyectos y muchos de sus discípulos fueron claves en la elaboración de los acuerdos de San Andrés. Algunas de las propuestas más relevantes del nuevo movimiento indio son, en parte, producto de su reflexión.

Pero aunque él no estuviera en la capital de la República, los suyos viajaron hasta aquí para honrar su memoria y honrarse a ellos mismos. Su viuda, Sofía Robles, zapoteca hablante del mixe y una de las organizadoras de mujeres indígenas más reconocidas en el país, enemiga personal de la tristeza, llegó a la plaza con sus compañeros llena de emoción y de alegría, para exigir el reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios.

Ya era tiempo de que el reclamo tomara este tamaño

Según Sofía, de vivir Floriberto habría dicho, satisfecho, que ya era tiempo de que el reclamo, que desde hace tantos años han hecho los pueblos, tomara este tamaño. Y añade: ''Donde quiera que esté ha de estar satisfecho. Todos estos días he estado escuchando las ideas de Floriberto, lo que pensaba''.

No pudieron estar físicamente en la ciudad de México Francisco Cabrera y Noé Torres, dos dirigentes indígenas fuera de serie. Nacidos respectivamente en la Mixteca poblana y en la Meseta Purépecha, se encontraron con la muerte en un accidente carretero, cuando se trasladaban a Chiapas para hablar con la comandancia zapatista. Estuvieron, sí, presentes en la memoria de sus hermanos del Congreso Nacional Indígena, organización de la que fueron arquitectos y albañiles, y en la que dejaron una huella profunda.

Jesús Piedra Ibarra no pudo disfrutar en el Zócalo la concentración popular de protesta más numerosa de la historia reciente, nacida de la magia del poder de convocatoria de sus antiguos camaradas reconvertidos por las comunidades indígenas: los cuerpos de seguridad del Estado mexicano lo desaparecieron en 1975.

Sin embargo, incansable como siempre, su madre, doña Rosario Ibarra, pudo mirarla por él y por tantas otras víctimas de la guerra sucia. Sin el compromiso y trabajo de esta mujer por la presentación de los desaparecidos políticos y por el respeto a los derechos humanos, sin su guerra contra la impunidad y contra el olvido, este acto habría sido muy otro.

No pudo arribar hasta el DF Francisco Gómez, un tzeltal que dirigió la Anciez y que cayó en la toma de Ocosingo combatiendo contra el Ejército Mexicano, los primeros días de enero de 94. En su memoria, uno de los municipios autónomos zapatistas lleva su nombre. Vinieron, con su recuerdo y su ejemplo a cuestas, los 24 representantes de la comandancia rebelde.

La ruta de la fe

No alcanzó don Bartolomé Carrasco, ''surco de la esperanza'', a ver cómo su fe en los pueblos originarios y su evangelio liberador encarnaban este 11 de marzo en la marcha por la dignidad indígena. El arzobispo emérito de Oaxaca, figura clave de la teología india, murió en paz hace apenas dos años.

Pero estaba allí, lleno emoción, tocado en lo más profundo de su ser, el sacerdote jesuita Ricardo Robles, que ha pasado 37 años en la sierra Tarahumara, viviendo entre los rarámuris, hasta el punto de convertirse en uno de ellos. El Ronco, como lo conocen sus amigos, fue una figura clave de las negociaciones de San Andrés y es una de las personalidades más respetadas dentro del movimiento indígena del país. Orgulloso de haber estado en la plaza, mientras los representantes tarahumaras estaban al frente, cuenta que se sintió sobrecogido al oír entonar el Himno Nacional sin voz dirigente, como nunca antes lo había escuchado.

Ya no le alcanzó el tiempo a Gonzalo Aguirre Beltrán, autor de Formas de gobierno indígena, uno de los padres fundadores del indigenismo y uno de los grandes teóricos de la antropología mexicana, para mirar lo que había pasado con los indios a los que trató, con la mejor intención del mundo, de asimilar a la cultura nacional. El veracruzano fue nombrado por el EZLN como su asesor en los diálogos de San Andrés. Su memoria fue honrada durante las negociaciones con un minuto de silencio.

Tampoco pudo Guillermo Bonfil, uno de los críticos de Aguirre Beltrán, ver este domingo cómo desde el México profundo que él tanto quiso y estudió surgía una fuerza que hacía realidad muchas de sus tesis y conjeturas.

En cambio, estaban allí antropólogos como Gilberto López y Rivas y Alicia Castellanos, que han dedicado parte de su vida militante en la izquierda a hacer entender a la izquierda Neanderthal, pero también a la pretendidamente moderna, la importancia de la cuestión indígena. Hace apenas siete años, Gilberto, al lado de Héctor Díaz Polanco, defendió la importancia del proyecto autonómico para el mundo indio, ante la indiferencia o el menosprecio, tanto del mundo académico como de los partidos políticos. La autonomía es un asunto de intelectuales, decían entonces otros intelectuales opuestos a su realización. En una de esas revanchas de la historia, este 11 de marzo la demanda autonómica inundó las calles de la ciudad de México.

Día de muertos, día de vida

Más que el 25 de diciembre o el 1o. de enero o el 16 de septiembre, la fecha más importante en las comunidades indígenas, además de la fiesta del pueblo, es el 2 de noviembre, Día de Muertos. En esa ocasión se reúnen los migrantes y los que siguen viviendo en su terruño de origen, los vivos y los muertos. Todos, o casi todos, llegan a la comunidad para reafirmar lazos y pertenencia. Aunque no lo parezca es una celebración de la vida.

Este 11 de marzo fue, en la ciudad de México, una especie de Día de Muertos. En el Zócalo se encontraron los difuntos y los vivos, los viejos y los nuevos luchadores, los de el norte y los del sur de México, los iguales y los diferentes.

Francisco García Pérez es un campesino totonaco de la comunidad Carrizal, en Papantla, Veracruz. Vino a la capital con otros tres compañeros de su localidad porque ''nos llama la atención la injusticia que hay. Y eso nos obliga. Es que semos mexicanos indígenas''.

Francisco es parte de un comité civil del diálogo y participa en Tajín en la lucha por la defensa del patrimonio cultural. Dice: ''Que se respeten los acuerdos de San Andrés Larráinzar. Es que no apenas están empezando los compañeros. Que se respeten los derechos de la cultura indígena''.

El 11 de marzo fue, también, una especie de resurrección para muchos viejos militantes de la izquierda desencantados con la política institucional. Fue el momento de volver a creer en las posibilidades de la lucha por la transformación social; el día para celebrar la revancha de la historia.

El doctor Reveles fue un estudiante de medicina modelo en la Universidad Autónoma de Zacatecas. Su biografía es emblemática de una generación de activistas sociales que, como modernos narodnikis, vivieron a cabalidad los mitos y los gestos del movimiento de 1968 y se vincularon con el pueblo.

Originario de una familia humilde, debía de estudiar -cuenta la leyenda- dentro de un clóset para no molestar al resto de la familia. A pesar de ello, sus calificaciones fueron sobresalientes. En 1974, a los 16 años, comenzó a militar en la izquierda social de su estado. Muy pronto se ligó a un pujante movimiento campesino que luchaba, primero por la tierra, y luego por organizar la producción de manera colectiva. Más tarde participó en la lucha por democratizar la universidad, en el sindicalismo universitario y como funcionario de la institución.

Se decepcionó de los proyectos políticos en los que militó, porque se apartaron de la lucha popular y del compromiso con la gente, y ''se dejaron seducir por el engaño del Estado, por las promesas de bienestar para unos pocos. Se convirtieron en políticos profesionales de la mentira''. Ahora, en cambio, la situación ha cambiado. Según él, muchos están revalorando su historia personal; ahora ''estamos viviendo un renacimiento de las fuerzas de la izquierda''.

Con la lucha del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, con la marcha del 11 de marzo, ha renacido su esperanza. Dice: ''Volví a sentir que es posible que cambiemos este país. Volví a sentir que el pueblo es capaz de construir su historia''. Y concluye: aquí estamos otra vez.

Muchos de los asistentes al Zócalo pensaron igual que el doctor Reveles. Paloma Sáiz, durante muchos años organizadora de sindicatos independientes, no duda en afirmar: ''Ya nos lo merecíamos''.