SABADO Ť 10 Ť MARZO Ť 2001
Ť La Fura dels Baus, en el Palacio de los Deportes, los días 10, 11, 14, 15 y 16
OBS, un viaje furero a través de la obsesión por el poder, el sexo y el dinero
Ť El público pasa a ser parte de la obra, en la que la sangre y los sacrificios humanos son piezas esenciales Ť La columna vertebral de la obra es Macbeth, de Shakespeare
JUAN JOSE OLIVARES
El poder, el sexo y el dinero son tres de las obsesiones -por llamarlas tales como gustos humanos extremos- que forman parte esencial de la impactante y alucinante obra de "doble dramaturgia" OBS, de la compañía de teatro catalán La Fura dels Baus, que se presentó la noche de ayer en el Pabellón Este del Palacio de los Deportes. Las actuaciones continúan esta noche y los días 11, 14, 15 y 16 en el mismo lugar.
"Para ser rey hay que ser osado, cruel y sanguinario", dicta una de las frases de OBS que tiene como columna vertebral la obra Macbeth, de William Shakespeare, pero con la idea contemporánea de la ofuscación que provocan los programas televisivos que hacen millonaria y poderosa a la gente al instante; esos de rey por un día.
OBS se estableció en un pequeño espacio sin butacas (sólo para mil) en el que le gente formó parte del proscenio y de la historia. La época medieval se vuelve un viaje virtual en el que los participantes -del concurso Peligro de Muerte, que ofrece sexo, dinero y la corona: ícono del poder-, ciudadanos comunes, se convierten en subhumanos por la manipulación de la tecnología enajenante de la televisión.
OBS se mostró como una puesta visual en la que el performance individual de los actores se solidificó en la dilución del drama, en lo espectacular de la tecnología empleada; incluyendo la estridencia de la música electrónica, que poco a poco envolvió las sensaciones del espectador. Más las dos pantallas movibles, y las estructuras que servían de soporte para mostrar cada escena.
El relato comienza desde afuera del local. Dos actores gritan con antorchas que preceden a la agresividad de las imágenes en las pantallas de cuerpos cercenados. La sangre se convierte en el elemento que prevalece.
La gente -con gafas 3-D que protegen de las potentes luces y que en realidad ocultan detalles maravillosos de la puesta- percibe la incertidumbre y mira para todos lados; la oscuridad es cómplice de los artistas. Aparece un suntuoso concurso virtual y los participantes se introducen en el mundo de la absurda fascinación por el triunfo y el poder. Las actuaciones y las proyecciones complementan el teatro digital. Y la música, basada en sintetizadores y distorsionadores, se vuelve seducción para introducirse a la bizarra trama que envuelve con sutileza y agresividad.
La gente no sabe en qué lugar colocarse, ya que los actores con sus estructuras mecánicas pasan sin detenerse a través de la muchedumbre abriéndose paso con gesticulaciones y bruscos movimientos.
Cada fragmento, cada actuación, provoca una explosión de emociones. El sexo y la lujuria se entrelazan con la crueldad y la muerte. Los corazones y las visceras, y los orgasmos vuelan y se impregnan en las ropas del público que entre empujones abre paso a los cuerpos de "violencia medieval" devenidos en cibernoides, al tipo de Nintendo.
Lo importante es que actores y público comparten un espacio ilusorio que vive diferentes etapas de transformación: del gladiador contemporáneo que pasa por la curiosidad, al encanto por obtener una suprema jerarquía, el desengaño y la muerte, que es muy explícita.
La sexualidad representada por una bailarina de table dance es el vehículo para transformar al hombre en un cyborg, en un guerrero moderno transgredido y agredido por la monomanía. Mientras, las luces y los sonidos de distorsión son el diálogo que los espectadores entienden, porque viven esa época de violencia cotidiana. El clímax es la extinción del amor que figura en un baño de líquido orgánico.
Los rostros y pedazos de humanos que corrieron la misma suerte son proyectados por instantes en las pantallas que corren de un lado a otro al igual que las plataformas. La gente tiene que cambiar su posición y su ángulo visual de la obra se modifica también. El viaje, porque OBS es un auténtico peregrinar por arrebatadoras figuras teñidas de color rojo, enmudecen a los asistentes. De hecho una chica tuvo que salir del Pabellón, quizá por la ficticia sangre de los sacrificios humanos y los despojos que manipulan inconscientemente el sentir de la concurrencia. Siempre en la sorpresa, que es parte de la esencia de todos los espectáculos fureros, de teatro callejero. Como Accions (que se presentó en el vestíbulo del Auditorio Nacional en 1983) o Demonios (en la Plaza de Santo Domingo) que naturalmente se armaban como una crítica social innata.
La Fura provocó una catarsis constante en la gente que percibió su representación, su lenguaje tan específico que se basa en la fuerza de sus actores (siete esta ocasión), la avanzada tecnología digital y el relato sonoro (hecho por Raúl de Alba y Vivi Vidal). La Fura corroboró que no es un fenómeno estético catalogado como performance, ni teatro de vanguardia, es simplemente arte actual, muy recomendable.