sabado Ť 10 Ť marzo Ť 2001

Luis González Souza

Marcha de la redignificación nacional

Mañana llega al Zócalo la digna y milagrosa marcha del EZLN. Será algo así como la refundación de Tenochtitlán. Algo que casi ningún otro país ha tenido: una nueva oportunidad de nacer, en este caso, con las invaluables enseñanzas que brindan más de 500 años de lacras y errores como el racismo, la desigualdad y la injusticia mayúsculas, la dilapidación de riquezas, las más variadas formas de elitismo y autoritarismo y, en fin, el derroche de toda nuestra dignidad: individual, gremial, comunitaria, regional y nacional.

"Marcha de la dignidad indígena", la autonombran los indígenas marchistas. De ese tamaño son su humildad y su generosidad. Su inigualable amor por la vida y por México es lo que explica su capacidad para resistir cinco siglos de marginación y penurias miles, comenzando por la pena del olvido y el desconocimiento. Es lo que de paso explica la sobrevivencia de México como país a contrapelo de tantas embestidas y complicidades desnacionalizadoras. Sin la dignidad indígena, México ya hubiera desaparecido hace un buen rato. Del mismo modo en que la dignidad mestiza continuaría dormida si no fuese por la actual marcha de los zapatistas.

Esa marcha ha servido -y servirá aún más- para que muchos mexicanos y mexicanas volvamos a palpar la dignidad. Sirve ya para que -como dijo la comandanta Esther al inaugurar el tercer CNI en Nurio, hace una semana- sepamos que en nuestro país todavía hay personas a quienes se les puede quitar todo, menos su derecho a protestar y a luchar. Eso es la dignidad, en palabras sencillas. Eso es lo que más necesita México, sobre todo hoy, si desea permanecer como un país con futuro. Y es justamente dignidad, harta dignidad, lo que ha sembrado la marcha del EZLN por todos los pueblos y comunidades visitados.

Por eso es la marcha de la dignidad no sólo indígena, sino de la nación entera. La secular humildad de los indígenas, sin embargo, los lleva a denominarla sólo "marcha de la dignidad indígena". Del mismo modo en que su secular paciencia y generosidad les lleva a continuar su marcha contra viento y marea: contra los huracanes racistas y las marejadas de autoritarismo que todavía se dejan sentir en nuestro país (no sólo, por cierto, en Cuernavaca y Querétaro).

Gracias a esa indoblegable dignidad, la marcha llega mañana a su última escala programada: el Zócalo de la ciudad de México. Darle la bienvenida a los indígenas zapatistas es poco. Más bien habría que darles muchas disculpas y agradecimientos. Disculpas por siglos de desprecio y ceguera, tan vigentes que ahora mismo nuestro honorable Congreso de la Unión aún delibera si aprueba o no la ley Cocopa y šsi permite o no a los marchistas que usen la sacrosanta tribuna del Congreso para dirigirse a la sociedad! He ahí un milagro acaso mayor que la resurrección de Lázaro: la sobrevivencia de un país con ese tipo de "representantes del pueblo", moradores de un reino -el Palacio Legislativo de San Lázaro- que ni así termina de transformarse en lo que todo Congreso es: "la casa del pueblo". Si los indígenas no tienen derecho a usar la tribuna de nuestros impolutos legisladores, Ƒquién, entonces, lo tiene? Y Ƒquién da o quita ese derecho? ƑCon qué criterios?

De ese tamaño es nuestra falta de dignidad y sensibilidad política. Por esa pobre y terca realidad, quienes nos visitan desde La Realidad chiapaneca merecen disculpas antes de la simple bienvenida. Disculpas y, también, agradecimientos. Porque, pese a todo, la marcha cumplió toda su ruta. Y, sobre todo, porque pueblo a pueblo, ciudad a ciudad que visitó la marcha, fueron sembrados con las semillas del orgullo, de la humildad y de la generosidad indígenas. La tierra mexicana toda quedó preparada, pues, para la redignificación nacional, que es la medicina más primera para cualquier país como el nuestro, por tanto tiempo (sobre)viviendo "de rodillas", ora por falta de democracia y desarrollo, ora por pérdida de soberanía, siempre por nuestro maldito racismo.

Por lo demás, la bienvenida se da a los fuereños. Y los indígenas zapatistas siempre han estado con nosotros, consciente o inconscientemente. Más aún, ellos son los meros dueños de esta Tenochtitlán que tal vez sólo vienen a refundar. Gracias, pues, y mil perdones por no haberlo comprendido sino hasta ahora, con ésta su histórica marcha por el renacimiento de México, ahora sí, un México digno y multicultural.

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