Chocolate, una película sobre como el placer puede cambiar la vida
ARTURO CRUZ BARCENAS
La sensualidad de Juliette Binoche se vuelve un dulce que nunca empalaga. En la línea de La gran comilona y Los vagos del valle fértil, pero mesurada, hoy se estrena Chocolate, fábula cómica de cómo el placer puede cambiar la vida. Es una especie de balance entre los epicureos y los ascetas, entre el darse a la buena vida sin reparar en consecuencias y el negarse a todo, en aras de hacer de la continencia una fuerza moral.
Binoche luce más bella y madura, todos los colores le quedan. "Es muy francesa", dijo alguien que sabe de las féminas galas. El camarógrafo poco tuvo que luchar para hallar el mejor ángulo. Por donde se le vea, está bien.
Hay un dicho que se puede aplicar a esta cinta dirigida por Lasse Hallström, escrita por Robert Nelson Jacobs, basada en la novela de Joanne Harris (cualquier parecido en la trama con Como agua para chocolate es mera coincidencia): pueblo chico, infierno (chisme) grande.
El prehispánico chocolate impacta el gusto, la moral y se vuelve hasta revolucionario en un pueblo donde un conde de Reynaud (Alfred Molina) ve en el aromático y exótico dulce un enemigo para su stablishment. Llega Vianne Rocher (Binoche) y su hija Anouk (Victoire Thivisol) a ese pueblo; abre una chocolatería que lo primero que alterará es el apetito sexual de una pareja. Si algo da el chocolate es energía, y el sexo requiere de eso.
La contrición es una ideología que mata el deseo; el ascetismo religioso, la cuaresma llena de privaciones, pueden llegar a extremos ridículos, de aniquilar lo único que tienen los seres humanos: su libre albedrío. Los pezones de Venus (chocolates en forma de senos, de chiches lechosas, maternales) serán una tentación que ni el conde podrá vencer.
Al salir de la función dan ganas de echarse unos chocolatitos para aumentar la líbido. La única pena es que Armande (Judi Dench), uno de los personajes centrales, muera por atracarse de los suculentos platillos elaborados por Vianne. Enferma de diabetes, muere en su sillón quizá por un coma. Lo que sí, nadie le puede quitar lo bailado, o la diabetes no amargó su vida.