JUEVES Ť 8 Ť MARZO Ť 2001
Ť Se sintió a prueba cuando fue declarado "un muerto en vida para la sociedad"
Jorge Rafael Videla, un dictador "paradójico"
Ť Su historia pública y secreta en un libro cuya investigación revela "mínimos detalles"
STELLA CALLONI//II Y ULTIMA CORRESPONSAL
Buenos Aires. En su crítica sobre el libro El Dictador: La historia secreta y pública de Videla, Luis Alberto Romero, habla de un dictador "paradójico". Es una de las aristas que nadie hubiera observado, sin esta mirada aguda y múltiple de María Seoane y de Vicente Muleiro, que no sólo caminan en las tinieblas y desentrañan sus envolturas, sino que además, pueden devolverlas a la luz mediante el ejercicio de un lenguaje depurado y minucioso, que indaga hasta en los mínimos detalles de esa personalidad escondida tanto tiempo, así como de la historia también perdida y la sociedad en cuyo contexto transcurrieron estos hechos. De ahí que ya se lo caracterice como "un libro imprescindible".
A continuación la última parte del primer capítulo "Inquisiciones", del libro El Dictador: la historia pública y secreta de Jorge Rafael Videla, Editorial Sudamericana (Ť):
Se sintió a prueba, sin duda, cuando los muertos, los desaparecidos y su estirpe comenzaron a golpear a las puertas de un viejo que ya había sido declarado un muerto en vida para la sociedad. ƑAcaso esa era la venganza póstuma de los que no están, no son, que él existiera sólo como un fantasma del pasado? ƑFinalmente habían logrado transformarlo en un civil, en un preso territorial porque su cárcel era toda la geografía argentina, en un prófugo de la justicia del mundo, en un indultado, es decir en un criminal imperdonable? Aún estaba vivo.
Sintió que daba una nueva prueba a Dios cuando exactamente un día después de haber sido detenido por el juez Marquevich fue citado a declarar ante el juez Alfredo Bustos en San Martí. Se negó, se negaría hasta que una ambulancia lo llevara de su casa al juzgado a los tres días del mes de septiembre de mil novecientos noventa y ocho a las quince horas, cuando finalmente "el señor Jorge Rafael Videla" tuvo que responder sobre el destino de los cadáveres del ex jefe guerrillero del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) Mario Roberto Santucho y de su lugarteniente Benito José Urteaga, muertos en combate por una patrulla del Ejército el 19 de julio de 1976 en Villa Martelli y cuyos cadáveres, llevados por el Ejército que yo comandaba, nunca aparecieron. Al "señor Jorge Rafael Videla" le costó recordar cómo había matado al principal enemigo subversivo. Repitió que se lo citaba por un hecho por el que ya fui juzgado, aunque no se lo interrogaba por la muerte de un hombre sino por la desaparición de su cuerpo. (Alguien había dejado filtrar la foto del cadáver del principal enemigo a la prensa hacía un par de años. Un militar había tomado esa foto como quien toma la de un ciervo rematado en una cacería. Una foto que no decía nada del lugar donde estaba el cadáver porque era toda cadáver. Un cuerpo hinchado, golpeado, amoratado, seguramente exhibido para que no quedaran dudas sobre el golpe asestado, sobre la victoria conquistada).
El "señor Videla" reconoció que la orden de ubicar y capturar a Santucho había sido dada por él como comandante en jefe del Ejército: En octubre de 1975 impartí la directiva 404/75 mediante la cual el ejército entró en operaciones en su totalidad contra las organizaciones subversivas en cumplimiento de los decretos 2.770/71/72 del poder político, pero negó porque no puedo precisar qué militares se habían entreverado a los tiros con la cúpula guerrillera, cargado sus muertos propios -el capitán de inteligencia Juan Carlos Leonetti- y los cadáveres de sus enemigos, aunque el Ejército admitió las muertes en un comunicado. Negó, porque no tengo conocimiento, saber quién era el jefe de Leonetti o quién, porque no lo puedo precisar, había ordenado el operativo. Negó porque desconozco dónde habían sido llevados el capitán Leonetti y los demás heridos del bando militar. Negó, porque desconozco saber si algún médico había firmado la partida de defunción de los guerrilleros. Negó, porque desconozco, saber si algún juez había intervenido en los procedimientos. Negó, porque desconozco, saber qué sucedió con los cuerpos del combate en Villa Martelli.
Negó porque no tengo conocimiento de que se hubieran quemado civiles en Campo de Mayo. Negó porque desconozco que hubiera habido un Museo de la Subversión en Campo de Mayo (en noviembre de 1999 el Ejército admitiría su existencia al entregarle, de ese museo, pertenencias de Santucho a su familia). Negó porque no recuerdo que hubiera habido una orden especial por la cual no se entregaban los muertos a los familiares. No vaciló cuando aseguró que sí, en lo que fue de mi conocimiento, se entregaban habitualmente los restos de los oponentes muertos a los familiares de los mismos para su inhumación conforme a las creencias y convicciones de sus seres queridos. Entonces, si se desconoce sólo lo que efectivamente sucedió Ƒrepitió desconozco para no admitir que sabía pero que lo negaría siempre?
Más allá del dolor y el respeto que significa la pérdida de una vida debo reconocer que la muerte en combate des señor Santucho tuvo, desde un punto de vista institucional militar, una repercusión muy positiva. ƑPodía admitir, acaso, que la captura y muerte de la cúpula guerrillera enemiga habían sido impiadosamente festejadas con brindis y comentarios soeces, sin apego a la ley humana y divina del respeto a los muertos, con la obscena exposición de los cadáveres como trofeos de guerra sucia, como se conocería años después, dentro de los cuarteles y en el Ejército que yo comandaba, señor juez? ƑHabía tenido tiempo de perfeccionar el discurso sobre bebés robados y ciudadanos desaparecidos desde esa tarde el 9 de junio de 1998 en la que fue arrestado?, Ƒde esperar pacientemente que se aceptara su apelación para que todos estos crímenes fueran consideradas cosa juzgada y se le permitiera una vejez sin más sobresaltos que el revoloteo de los nietos, algún timbrazo del cura o los amigos en el departamento de Cabildo donde ahora anochece y su esposa, Alicia Raquel Artridge, le trae un mate? ƑHabía tenido tiempo de decir de que el sistema que yo comandaba, señor juez, fue excepcional?, Ƒo que fue natural y esencial a la tradición del poder en la Argentina por lo menos durante dos siglos?
Anochece en el departamento de la calle Cabildo. Es veintidós de marzo de mil novecientos noventa y nueve. Es el último otoño del siglo. En la intimidad inevitable de una entrevista, Videla responde: Cumplí con el deber que el Estado me dio. No fue difícil para mí. No huno ningún descontrol: yo estaba por encima de todos.
(Ť) Autorizado por los autores.