miércoles Ť 7 Ť marzo Ť 2001
Carlos Martínez García
El síndrome talibán
El integrismo y la intolerancia de los talibanes que gobiernan Afganistán los ha llevado a destruir monumentales estatuas que representan a Buda, efigies esculpidas en roca que alcanzan 53 metros y tienen mil 500 años de antigüedad. Los budas gigantes son considerados por la UNESCO patrimonio cultural de la humanidad. Las peticiones que de todo el mundo se han hecho al dirigente supremo de los talibanes, Mohamed Omar, para que detenga la destrucción han sido infructuosas. El argumento de Omar para devastar las enormes figuras es de naturaleza religiosa: "Sólo Alá todopoderoso debe ser venerado y esas estatuas deben ser destruidas para que no sean adoradas ni ahora ni en el futuro".
Los mecanismos justificatorios de los talibanes para enarbolar sus salvajes acciones son los mismos de otros guardianes de la identidad que tienen por sagrada y extendible --por coerción-- a una colectividad, pueblo o nación su particular cosmovisión. Los talibanes han desatado una guerra santa contra todo aquello que consideran disolvente de los principios islámicos. Como toda guerra provocada por concepciones fundadas en la ortodoxia religiosa, la suya es implacable y bárbara contra los infieles y de control totalitario en el territorio que domina (95 por ciento de Afganistán). Pero también es una batalla hermenéutica, que sostienen contra otros musulmanes que alegan una distorsión de las enseñanzas de El Corán por parte de los ulemas (intérpretes de la doctrina islámica) al servicio de Mohamed Omar. En la primera fila de la oposición al monopolio semántico talibán está un importante sector de mujeres musulmanas, que señalan como una adulteración de las escrituras coránicas la extrema misoginia de los santurrones que dictan toda clase de torturas y ejecuciones contra los disidentes.
Un síndrome como el que aqueja a los talibanes, el de la intolerancia beligerante y excluyente de lo diverso, es el que padecen distintos personajes y grupos que buscan uniformizar la pluralidad social. Hipersensibles a todo lo que consideran ofensa a sus principios (los que tienen por obligatorios e incuestionables para toda la sociedad), los condiscípulos mexicanos de los talibanes lo mismo se dan en la izquierda que en la derecha. Algunos jerarcas católicos tienen poco que envidiarle a los clérigos afganos que han decretado la expulsión de otras propuestas de vida que califican heréticas.
El año pasado el cardenal Juan Sandoval Iñiguez defendió la destrucción que dos jóvenes católicos hicieron de un dibujo de Ahumada (titulado La Patrona, y que evocaba un desnudo de Marilyn Monroe), bajo la consideración de que el dibujante había ofendido los sentimientos religiosos del pueblo mexicano. Parecidas argumentaciones han enarbolado el cardenal Norberto Rivera Carrera y el obispo Onésimo Cepeda, quienes lanzan invectivas y anatemas contra el laicismo que es contrario a la idiosincrasia de los mexicanos, la que definen a partir de una identidad imaginaria y cerrada a la pluralidad.
Los deseos exterminadores aquejan al gobernador panista de Queretaro ("hay que fusilar a los zapatistas por traidores a la patria"), pero también florecen vigorosamente entre los talibanes del CGH. Creyentes en que el territorio unamita les pertenece únicamente a ellos, los ultras y megaultras de los restos de lo que fue un vasto movimiento, decretan expulsiones y acciones vejatorias contra quienes consideran sus enemigos. Nada más que a diferencia de los talibanes afganos, que se ufanan públicamente de sus excesos, los seudorradicales anidados en Ciudad Universitaria niegan ante los medios de información los ataques perpetrados a personas que se atreven a ejercer su derecho de opción política contraria a los mermados contingentes cegeacheros. Estos, por propia determinación, sí pueden estar en las instalaciones universitarias a la hora que les pegue la gana (por ejemplo a media noche), pero si otros que no comulgan del mismo dogma cegeachita lo hacen son acusados de provocadores y corren el peligro de ser agredidos en nombre de una supuesta defensa democrática de la UNAM. Antes del encueramiento que hicieron de algunos profesores, trabajadores y estudiantes el pasado 6 de febrero, los escuadrones del CGH ya habían dado sobradas muestras de antiintelectualismo. Cabe recordar el ataque, en los meses de la huelga, llevado al cabo contra la centenaria puerta del Museo de la Ciudad de México, y las agresiones verbales lanzadas a Carlos Monsiváis, la noche en que en ese recinto tuvo lugar una conferencia auspiciada por La Jornada.
La intolerancia que pretende extirpar la diversidad sigue presente en comunidades como la de Justo Sierra, en el municipio de Margaritas, Chiapas. Hace dos semanas los tojolabales evangélicos del lugar fueron golpeados y recibieron un plazo para abandonar el poblado. Sus hijos tienen prohibido ingresar a la escuela; las razones que aducen los católicos tradicionalistas para justificar una y otra acción es que los protestantes quebrantan la unidad del pueblo al tener una práctica religiosa distinta a la mayoritaria. En todos los casos señalados la mecánica mental es la misma: negativa rotunda a la pluralidad.