martes Ť 6 Ť marzo Ť 2001
Marco Rascón
La guerra por el tiempo y la paz
Quien controla el tiempo, tiene el poder. El jefe de Gobierno del Distrito Federal decidió que las actividades de su gobierno empezarían a las 6:30 de la mañana para tomar las decisiones no de lo que hubiese pasado, sino de lo que vendría cada día. Antes que cualquier otro tomara la palabra, anunció a la opinión pública que empezaría a trabajar más temprano que todos. Y desde entonces en el tiempo local es la primera declaración que se escucha, la que marca la pauta, el eje de los acontecimientos, vanguardia sobre los medios, dominio pleno de las ondas herzianas; es, pues, la noticia ineludible.
Pero... la maldita frivolidad de Fox y el neoliberalismo tienen también sus tiempos, y en abril retrocederán una hora los relojes a fin de alinearnos con los astros y los mercados del mundo, hecho que volvió a despertar las protestas anuales en torno al horario de verano, que esta vez tuvieron oportunidad de ser canalizadas en una consulta y hoy constituyen el punto de deslinde entre la política del gobierno de la capital y el federal.
Esto coloca al Gobierno del Distrito Federal en riesgo de sufrir una profunda derrota ideológica, pues al ser despojado del control del tiempo hará una hora tarde todo lo que hace ahora. Es como si hubiese pasado su reunión matutina diaria a las 7:30 de la mañana.
ƑQué sucederá con la ciudadanía? ƑPor qué tiempo optará? ƑQuién impondrá el tiempo a quién? La derrota del tiempo local es inminente, porque contradice su mensaje inicial de diciembre: empezar más temprano, abrir las decisiones antes que el sol llegue, demandar el encendido de radio y televisores antes del amanecer. ƑCuáles fueron los motivos para enredarse con el tiempo?
La pugna política por el tiempo es protagónica y contrasta con el tiempo de la marcha zapatista a la capital. La clase política se siente desaparecida y minimizada, porque es el tiempo de los indios y ante este desafío la violencia oficial despliega una guerra declarada, ideológica y mediática para privatizar la paz.
Entre el tiempo del costumbrismo local y el de la globalización se metió el de las naciones indias, y los medios de comunicación, oligárquicos por vocación, decidieron ir a la vanguardia a toda costa para imponer el tiempo y la paz, aunque ésta no signifique nada para los millones de ciudadanos indios que viven, emigran y habitan en ciudades mexicanas y extranjeras. En su pelea por apropiarse de la paz, la oligarquía recurre a la cursilería de siempre, pero ahora al filo de la navaja, pues el paso de la marcha zapatista es más fuerte que todo el tiempo virtual que ha descubierto a los indios de México a los que ahora denomina: "10 millones de hermanos".
En esta guerra por la paz, gobierno federal y medios se pusieron la misma máscara que han usado siempre frente a los indios: la del Teletón. Usan ésta porque la filantropía sirve para ocultar el racismo y demostrar que la indianidad es una forma de discapacidad que bien vale la paz... entre televisoras. Para los medios, la marcha zapatista es un acontecimiento en suspenso, igual que la erupción del Popocatépetl: el límite entre la fascinación y el miedo, la aceptación de la amenaza... siempre y cuando sólo sea ceniza.
La falange empresarial metida en el gobierno capitalino y el federal, que controla y organiza a los medios electrónicos, ha hecho una estrategia de tolerancia frente al fenómeno indio al que considera movilizado por viejos resentimientos. Esta actitud de apertura "tolerante" ha reconocido que los indios tienen alma, siempre y cuando acepten las condiciones del indigenismo criollo, que tiene como objetivo congelarlos en el pasado sin que pretendan ser ciudadanos del mundo; que no intenten hacer prevalecer su cultura al ritmo de los cambios científicos y tecnológicos, en todo lugar y no sólo en los territorios de origen.
En esta guerra por la paz se han mezclado las buenas conciencias con el racismo para hacer de la capital y el Congreso una trampa. Los cantos y las encuestas por la paz son el preludio de una guerra contra quienes se ofreció el perdón y la reconciliación, que no aceptaron. Ya Carlos Salinas lo hizo, Ƒpor qué los indios, malagradecidos e insumisos, no reconocen la tolerancia de gobiernos y medios? ƑPor qué no reconocen que ya los consideramos "hermanos", siempre que no los veamos en la esquina?
Hoy, hoy, hoy es la consigna criolla para la paz. En Nurio, Michoacán, el tiempo es otro, así como la concepción de la paz. Expresarlo claramente es el reto, no la firma de una paz abstracta. Decir y ganar esta guerra ideológica por el tiempo y por la paz verdaderos es la expectativa real. El empate es una derrota. Es el tiempo para que las naciones indias obliguen a una refundación de los derechos de todos, incluyendo a los mestizos que, aunque mayoritarios, somos esclavos, rehenes del racismo colonial, víctimas de nuestra misma intolerancia cultural.
En Nurio tienen la palabra las naciones indias, no la del indigenismo ni la de los antropólogos ni la de la filantropía criolla; tienen la palabra los hombres libres que exigen derechos sobre su tiempo.