MARTES Ť 6 Ť MARZO Ť 2001
Ť Los campesinos obligados a convertirse en subempleados se volcaron en las calles
Edomex, traspatio del DF, acogió a la caravana zapatista y todas sus demandas pro indígenas
RAMON VERA HERRERA
Estado de México, 5 de marzo. En estas tierras, "puño que abarca el Distrito Federal", como dijera el subcomandante Marcos en Toluca, se hace visible el México profundo del que hablara Guillermo Bonfil Batalla. Ese México indígena que parece no existir, pero que se trasmina en modos, gestos, frases y formas de relación y que, aún sin la presencia de un lenguaje propio, aflora lo que de indios tenemos la mayoría de los mexicanos. Ahí están, si no, los anarcopunks de Naucalpan, Tlalnepantla o de los cinturones de barrios bravos de Toluca, guerreros de la calle mimetizados para su defensa cotidiana como animales, al modo de los antiguos guerreros que defendieron esta región del embate castellano durante la conquista. Estos chavos lobos, ocelotes, gallaretas, garzas o tlacuaches --nomás con una engominada al pelo-- surgidos de la barriada para defenderse de la represión policiaca y no sentirse aislados ante la enormidad que los avasalla, son segunda o tercera generación de los campesinos que en esta entidad han sido orillados a convertirse en obreros, subempleados, sirvientas, vendedores ambulantes o de plano mendigos por esclavitud en una red gangsteril de controladores de Marías, sistema que habrá de desmantelarse para que como mujeres, indígenas y pobres, ellas recuperen la dignidad enajenada por la desprotección de un Estado y varios gobiernos que miran para otro lado.
Son mazahuas, otomíes, matlazincas, tlahuicas o náhuas, y muchos hablan su lengua o la escuchan hablar a sus padres, pero son urbanos ya, viviendo en ese entrevero de tabiqueras y milpa, cementerios de automóviles y zacatales.
Sí, el famoso Edomex es el traspatio del Distrito Federal, si no para lo económico de grandes empresas, sí para personas, comunidades y ejidos campesinos que resisten el embate de dos inmensas ciudades que en veinte años serán una.
Del bosque que continúa desde Michoacán en las inmediaciones de Valle de Bravo o Zitácuaro, la Alianza Vallesana y la Alianza de Pueblos Indios Mazahua Otomí defienden el bosque y el agua de caciques, madereros y complejos turísticos que jalan y jalan agua.
En los lomeríos de Temoaya que configuran uno de los bordes del Valle de Toluca, la especulación agraria ejercida por las antiguas haciendas y ranchos sigue rampante, agravada por el crecimiento de las ciudades y propiciada por la contrarreforma al artículo 27 Constitucional, atomizando los enclaves campesinos.
En la zona de Santiago Tianquistenco, uno de los más grandes mercados de la antigüedad precortesiana, sigue funcionando el más importante de la región, pero ahora el coyotaje y el intermediarismo entre productor y consumidores urbanos y rurales ha crecido, y es una de las correas de control del gran capital para esquilmar a las comunidades, incluso a las aledañas. Y la fayuca se vende en una zona cada vez más extensa, mientras que disminuye la venta de animales en pie, o de algunos productos agrícolas que antes eran comunes en esta región.
La zona se urbaniza más y más, y en Santiago, que ya logró el reconocimiento de ciudad, la Mercedes Benz y gran cantidad de maquiladoras comienzan a atraer mano de obra que alienta el abandono de antiguas tierras comunales, rompe vínculos con la comunidad, crea cinturones de antros, alienta la introducción de droga y armas a los barrios. Sin embargo, resisten comunidades legendarias como Santa María Coaxusco o Capulhuac, divididas por una calle pero que defienden junto con sus vecinos agrarios, como San Pedro Atlapulco, sus territorios, sus bosques, y de nuevo el agua.
A los pueblos limítrofes con el Valle del Anáhuac, como Atlapulco, en la parte más alta del valle de Toluca y del valle De México, su calidad de tributarios de ciudades como Huixquilucan, Lerma y Distrito Federal los tiene levantados en resistencia pacífica desde hace varios años, pues sus bosques son los que recargan de oxígeno a las urbes, mientras la falta de agua seca sus tierras para irse por el excusado o por la manguera con que los chilangos lavan sus carros.
Acosados por varios frentes, comunidades, ejidos, migrantes, obreros, colonos de los pueblos del Estado de México agrupados en el Consejo Supremo Otomí, el Consejo de la Nacionalidad Otomí, el Consejo Estatal de Pueblos Indios, la ANIPA y Alianza de Pueblos, Comunidades y Ejidos del Valle del Anáhuac, en la zonas más enfrentadas a las ciudades, y por APIMO en la región boscosa colindante con Michoacán, todos reivindican, al paso de la Caravana por la Dignidad Indígena, el movimiento de los pueblos indios del país con todas sus demandas.