Lunes en la Ciencia, 5 de marzo del 2001
Posgrado de risa loca José Luis Fernández Zayas El posgrado en ingeniería se fundó, en la UNAM, hace casi 50 años, en la entonces llamada División del Doctorado de la Facultad de Ingeniería. La producción de doctores fue durante muchos años bajísima, ni siquiera de uno por año, así que se le cambió el nombre a División de Estudios Superiores. Años después, los de licenciatura dijeron sentirse mal por el nombrecito (sus estudios, Ƒeran inferiores?), así que se le rebautizó como División de Estudios de Posgrado, su nombre actual. Ahí se hace investigación en ingeniería, se dan maestrías y doctorados (todavía poquitos, apenas unos cuantos cada año) y se tienen algunos programas excelentes de apoyo a las empresas más importantes de México. Merced a una complicada involución administrativa, ahora participan también en este noble y patriota esfuerzo otras entidades de la UNAM, tales como algunos institutos y centros de investigación cercanos a la ingeniería. Para el lamentable estado de la academia en México, el cuadro académico del posgrado de la facultad es de muy alta calidad. Lo malo es la burocracia, que en este caso es de proporciones gigantescas. Por ejemplo, un candidato al doctorado tiene que demostrar que tiene un dominio satisfactorio de una lengua extranjera relevante a su especialidad. Esta es frecuentemente el inglés, que el aspirante debe demostrar que conoce mediante un examen. Un candidato en especial tuvo que llevar tres veces dicho comprobante (con exámenes diferentes, todos muy satisfactorios) porque el encargado "no encontraba el comprobante en su expediente". Otro candidato, graduado en una universidad estadunidense y autor principal de varias publicaciones (en inglés) en revistas del más alto nivel, vio su trámite suspendido durante varios meses por la falta de dicho comprobante, por más que su tutor aullaba en su defensa (el tutor es profesor de inglés, certificado en Gran Bretaña). Los casos de extremo ridículo abundan. El candidato debe llenar formas semestrales, solicitar jurados y exámenes, llevar comprobantes de todo, y una curiosa variedad de requisitos administrativos inútiles, engorrosos y costosos, que en nada contribuyen a la calidad académica. Dejan claro, sin embargo, que se percibe (por la administración) que los académicos somos muy tramposos, y toca a los administradores limitar nuestros excesos. Como si entrenar en el posgrado de ingeniería fuera tan lucrativo, al hacer trampas y engañar con calidad debajo de la estándar mundial, como comprar computadoras y automóviles por arriba del valor del mercado. Los obstáculos administrativos son enormes, más ahora que la UNAM ha centralizado (šen estos últimos meses!) los trámites de terminación del doctorado. Los alumnos de ingeniería realmente se doctoran en tramitología y certificracia. Algunos de ellos han alcanzado posiciones muy respetables en la administración pública. En suma, el burócrata ya le ganó la carrera al académico. El administrativo es el que decide si mis alumnos se pueden doctorar o no, y no el jurado doctoral. La degradación administrativa no sólo cuesta una fortuna al país, sino que representa pérdidas adicionales en cascada, de gran magnitud, casi imposibles de evaluar. Lo concreto y real es que varias universidades públicas de los estados tienen ya programas de doctorado en ingeniería más exitosos y de mejor calidad (según un indicador, generalmente aceptado, del Conacyt), que la UNAM. Los académicos de la UNAM tenemos una gran tarea enfrente: rescatar a la universidad de sus taras, empujarla hacia el siglo XXI, modernizarla para que el pueblo y su nuevo gobierno nos estime, nos aprecie y nos apoye. A veces pareciera que no somos capaces de identificar nuestros propios males y corregirlos, pues lo que no se puede medir, no se puede corregir. Es de temer que si nos quedamos donde estamos muramos poco a poco con nuestra Alma Mater, tan lentamente que no lo notemos. Entonces seremos, como otras antiguas instituciones, enormes muertos vivientes. Nuestra obligación es impedirlo, apoyar a las gentes buenas y honestas (que abundan en la UNAM) a salir adelante. Por lo pronto, rescatemos la toma de decisiones académica de los burócratas. El autor es presidente de la Asociación Mexicana de Directivos de la Investigación Aplicada (Adiat) |