LUNES Ť 5 Ť MARZO Ť 2001

Ť Avilés y Escarpit presentaron ayer, en Minería, su libro editado por La Jornada

Niños de las coladeras, bofetada a la indiferencia

Ť Las historias reflejan el fracaso de las políticas que nos han ofrecido bienestar: Robles

CIRO PEREZ SILVA

La noche avanza junto con unos pasos desconocidos que se adentran en el camellón de la avenida Cien Metros. Van dejando sus huellas sin provocar el menor ruido, ni siquiera el de la basura que crujía al paso; la tarea de matar requiere además del anonimato, absoluto silencio. Después, ya nada importa porque para entonces habrán cumplido con su objetivo.

Así inicia la historia de un mundo subterráneo en la ciudad más habitada del orbe, Los niños de las coladeras, trabajo de las periodistas Karina Avilés y Françoise Escarpit que edita La Jornada. Tiene su punto geográfico en un hueco de tres por cuatro metros y cinco de profundidad, en el que transcurre la vida y la muerte de varias decenas de niños, pero reproduce una extendida realidad que, comenta la escritora Elena Poniatowska, "nos echa en cara, como una bofetada, la crueldad de nuestra indiferencia".

El salón Academia de Ingeniería, donde se presentó ayer el trabajo de Avilés y Escarpit, en el marco de la 22 Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, resultó insuficiente para alojar al público que en buena parte debió escuchar desde los pasillos la reseña de Poniatowska; de la ex jefa de gobierno, Rosario Robles, del columnista Julio Hernández López y los comentarios de las propias autoras.

Poniatowska destacó el trabajo periodístico de Karina Avilés, quien recogió las voces desde dentro para escribir sobre lo que nadie ve, "que no es cualquier cosa, porque de tanto que los vemos los niños de la calle se han hecho invisibles". Así, la libro-ni–os-coladeras buena escritora retoma fragmentos del trabajo periodístico de Avilés y Escarpit para transmitirlos con la misma "sensibilidad y corazón" con que fueron redactados.

"Vieja y oscura, tiene un aliento a gasolina, thinner y aguarrás, olor que entra en todo el cuerpo como si fuera una sola punzada que marea, que pega en el estómago y lo retuerce, lo mueve", recoge Poniatowska del texto al hablar de los "fantasmas infantiles" que difícilmente llegarán a la edad adulta. "Aquí, abajo, el aire es diferente, se embarra en los muros, se pega en la piel, se siente en la nariz, sabe amargo, no lo rompen ni las risas aisladas de los niños tristes.

"Aquí, abajo, se oyen en silencio gritos y llantos, ésos que sólo estallan en el alma y no pueden salir porque están muy adentro, sumiéndose cada vez más en el cuerpo, por eso la única voz real del lugar es el zumbido de los moscos que andan en grupo y arriba del excremento que flota en una de las esquinas de la atarjea", lee Poniatowska reviviendo en el auditorio la sensación de impotencia ante las condiciones "de vida" de los niños de la calle, que acompañó el trabajo periodístico de las autoras.

En su turno, Rosario Robles Berlanga se refirió a "la dolorosa experiencia que significó mi primer contacto con los niños de la calle" estando en el gobierno de la ciudad. Pensé que a Karina y a Francoise les había pasado lo mismo que a mí, que habían experimentado la misma sensación de impotencia y dolor ante una realidad lacerante y es tal vez, la expresión más cruda del fracaso de las políticas que nos han prometido bienestar y que sólo han empobrecido a la sociedad, no sólo material sino espiritualmente", comentó.

La ex jefa de gobierno se refirió a los programas de atención a los niños de la calle que en su momento inició Cuauhtémoc Cárdenas al frente del Gobierno capitalino y que han permitido "salvar" varias de estas vidas.

Previamente, Julio Hernández López se refirió al "acento en lo social" que caracteriza el trabajo periodístico de La Jornada, interés que se refleja, aseguró, en publicaciones como la de Avilés y Françoise.

Miriam era hasta ayer para las autoras, una de las sobrevivientes de Los niños de las coladeras. Ella escapó de su casa a los 9 años, la razón era que su padre la violaba desde los siete. Luego de trabajar en una florería, se encontró con en grupo de Los Ponis y con ellos llegó hasta ese espacio de tres por cuatro metros cerca de la Central del Norte. Con ellos aprendió a sobrevivir en la calle, a robar y a drogarse.

Nuevamente violada por uno de los miembros del grupo, a la edad de 15 años dio a luz a una niña. Pasado el tiempo dejó a Los Ponis y emprendió una nueva vida al lado de su hija y acompañada por otro de los pequeños con quien compartió parte de su adolescencia. Desempeñó varios trabajos, rentó un cuarto en el centro de la ciudad, envió a su hija a la escuela. Las últimas noticias de Miriam la ubicaba en un puesto como secretaria en el Gobierno del Distrito Federal.

"Luego de mucho buscar, ayer la volví a ver", relata Karina Avilés. "Estaba tendida en el suelo, cerca de la coladera donde la conocí años atrás. Cuando me acerqué a ella, saltó de debajo de una manta que también cobijaba a cuatro niños", comenta la autora. "Ella tenía un trabajo como secretaria y le iba bien, pero en un periodo de vacaciones que coincidió con su cumpleaños, al no tener con quien celebrarlo buscó a sus antiguos amigos de las coladeras y ya no regresó".

De los antiguos habitantes de la coladera nada se sabe, concluye el texto, "es un nido de basura con nuevas tristezas: Arturo, Claudia, Víctor, Aldo, Ana, Gasparín, El Rata y El Ballena... La desgracia vuelve a empezar".