domingo Ť 4 Ť marzo Ť 2001

Néstor de Buen

Un hombre de ideas

Mi relación personal con Carlos Abascal ha sido escasa pero grata. Recuerdo que a mediados de 1998 nos presentó en la puerta de Sanborns, en Perisur, un amigo común, Bernardo Ardavín, a quien conozco y estimo desde hace muchos años. No pasó la escena de las simples reglas de la cortesía con un "mucho gusto" más formal que auténtico.

Hará un par de años fui invitado a dictar una conferencia nada menos que en el Teatro de la República, en Querétaro. No recuerdo quienes fueron los organizadores pero la emoción de estar en el lugar, que no conocía, en que se había aprobado la Constitución en 1917 era un motivo fundamental para aceptar aquella invitación.

Me encontré con la sorpresa de que Carlos Abascal y yo éramos los dos oradores. Conocía de sobra su catolicismo a ultranza y su conservadurismo político, pero eso no fue obstáculo para que se haya establecido entre nosotros una relación muy cordial que, en mi caso, se alimentó además de la admiración al orador y al hombre culto. Me contó que su segundo apellido, Carranza, tenía que ver con don Venustiano.

Nuestro penúltimo encuentro -y el tercero- fue con motivo de una invitación que me hizo para desayunar, poco antes de la formalización de su nombramiento como secretario del Trabajo. Hablamos de muchas cosas y fue una reunión verdaderamente grata. En algún momento, cuando le expresé que había sido muy agradable charlar con él me dijo que la experiencia se repetiría. Y yo le dije que me parecía elemental advertir que por mucho que habláramos, en ningún momento le daría la razón si en mi concepto no la tiene. Su respuesta fue positiva: eso es lo que vale.

Han pasado casi tres meses de aquel encuentro y no hemos tenido oportunidad de volver a charlar salvo algún saludo casi protocolario el día que presentó a sus colaboradores. Pero me parece que debo mantener mi compromiso, esto es, decirle, aquí o de cualquier otra manera, que estoy en desacuerdo con sus ideas o que puedo coincidir con algunas.

Ahora coincido con una si es que la información pública es verdadera: el invento del Chambatel que me parece que es una idea excelente. Ojalá tenga el éxito que se anuncia.

No comparto, en cambio, sus innovaciones y en especial la creación del Consejo para el Diálogo con los Sectores Productivos que se acaba de constituir en acto presidido por Vicente Fox. Se trata de una idea tomada del consejo económico y social español, un instrumento de asesoría al gobierno integrado por un grupo selecto de laboralistas y economistas, a quienes se encarga dictaminar sobre problemas fundamentales. En ese consejo la representación sectorial responde a organizaciones democráticas como sin duda lo son los sindicatos UGT y CCOO y la organización empresarial que preside Cuevas, la CEOE.

Entre nosotros todo parece indicar que este organismo se encargará, con presencias sectoriales, académicas y del gobierno de decidir sobre los salarios mínimos y en general sobre los temas que antes se manejaban bajo el nombre aparatoso de "pactos", en rigor, decisiones unilaterales del Estado firmadas con disciplina envidiable por los sectores corporativos.

Ahora, por lo visto, la integración sectorial corresponderá, como siempre, a las representaciones del Congreso del Trabajo y del Consejo Coordinador Empresarial y con eso está dicho todo.

Y está lo de la reforma a la LFT en lo que Abascal, con insistencia digna de mejor causa persiste, marcando objetivos a los que por ninguna parte les veo el espíritu tutelar que debe presidir la legislación laboral. Menciona Abascal que la ley debe suprimir las rigideces que considera un obstáculo para una relación más comprometida y transparente, con capacitación y productividad y transformando a la STPS en una especie de secretaría de desarrollo humano. Pero esas supuestas rigideces no son otra cosa que el derecho al puesto, al salario, a la categoría y a recibir un sueldo no por hora, como pretende Abascal, sino de acuerdo con las necesidades del trabajo y su familia. Que eso y el tiempo de transporte y la disciplina y la obediencia no cuentan para medir el salario en estas modernizaciones de las que hay que desconfiar.

Me temo que Carlos Abascal se está manifestando como un apóstol del viejo corporativismo. Son notables, además, sus perspectivas empresariales. Y eso no se vale en un secretario del Trabajo que tiene la obligación de ser árbitro y no entrenador de uno de los equipos.