domingo Ť 4 Ť marzo Ť 2001

Rolando Cordera Campos

La tierra tiembla

La marcha sigue y sorprende al más pintado. Miles de personas, de todas edades y colores, se vuelcan a ver y oír a Marcos, a decirle a los zapatistas que "no están solos", pero también a manifestar con su presencia un no rotundo a la violencia y un voto firme contra una confrontación asediada por palabras de guerra, como una isla virtual al servicio del espectáculo mercantil más vulgar.

La paz se vuelve, de la noche a la mañana, moneda de curso corriente, pretexto para la más pueril de las demagogias, plan de negocios. Lo que se olvida, o esconde, es que no es de guerra de lo que esto se trata porque si ese fuese el caso, los famosos quince minutos sobrarían. Al son de la paz, la república de la imagen avanza mientras la imagen de la república languidece.

En realidad, lo que está ante México entero es otro asunto: la necesidad ingente de una firme y honesta toma de conciencia sobre un pasado en mucho impresentable, cuando de la cuestión indígena se habla, y de un futuro ominoso, si ésta sigue siendo eso, una cuestión no sólo no resuelta sino empecinadamente pospuesta por los gobiernos y los núcleos más influyentes de la sociedadnacional.

Las dudas y la especulación agobian al espíritu público, apenas repuesto del tránsito político del año pasado. Que si Marcos llegará o no ileso a San Lázaro; si el senador Fernández le dará o no la mano, o si Felipe Calderón le dará las llaves no de la ciudad sino de todo México. Peor aún: que si Narro o Veloz son legisladores o mensajeros, o si Sodi es agente de hospedaje o gerente de recepciones. Si, en fin, la democracia resistirá a los bárbaros que han llegado a la puerta y quieren echarnos para atrás, a aquellos tiempos del corporativismo y la manipulación de las masas que tanto daño nos hicieron y horror nos causan hoy.

Cuántas preguntas. Pero más, mucho más respuestas. Todos nos hemos vuelto estrategas, cuando no diestros en las artes de la adivinación. Las vencidas mediáticas se apoderan del escenario, pero no son al final, ni al principio, el eje de la cuestión que nos plantea la marcha zapatista. Si de adivinar se tratase, podríamos decir que perderán los dos, pero que como siempre ocurre el pobre sufrirá más que el que lo tiene todo y sabe que tendrá más, aun después de la derrota anunciada.

Un desenlace es el que habría que evitar: un sinuoso juego de despeje negativo donde, sin embargo, hay un ganador previamente designado. Debajo del periplo zapatista sigue impasible, aunque nada insensible, la gran tragedia de la miseria indígena y campesina, que no puede explicarse cabalmente sin considerar la riqueza del México no indio y la mentalidad discriminatoria y amnésica que su concentración ha inducido, o exigido. Monterrey, Chihuahua o Tijuana, están lejos de Ocosingo y son regiones pobladas por gente de trabajo y tesón. Pero en el tiempo, a todo lo largo de la historia que abre y hereda el México independiente, es ese norte triunfador y modernista el que ha marcado la pauta de la y las políticas, y determinado una distribución de recursos y decisiones que en la gran suma del siglo ha impuesto el olvido persistente de los más pobres y débiles, que todavía hoy se identifican en gran medida por la lengua que hablan, el color de la piel o la vestimenta que portan.

Esa es, nos guste o no, parte de la realidad histórica que pusimos bajo la alfombra y luego quisimos exorcizar, cual malos aprendices de brujo, en estos años de fin de régimen que muchos quisieron mejor ver como hazaña modernizadora.

No sólo está en la historia profunda la fuente de esta extraña, desafiante, travesía, que a todos sin excepción nos hace ver excéntricos. Están también, a la vista, unas caras y sonidos, unas furias diría un lector de Faulkner, que poco tenían que ver con los indios de México y los pobres eternos que han coexistido con ellos hasta volverse también indios. Se trata de los náufragos de la ingeniería social que quiso suceder a la que inventaron los que heredaron la revolución, y que hoy viven la inseguridad y la medianía sin expectativas, y que no sienten caber en los canales de expresión y demanda que la democracia flamante y bien portada ofrece.

Para este mar de los sargazos, creado por tanta tragedia acumulada de un desarrollo que de esquivo pasó a inerte, no hay hoy, hoy ni ya, ya que los consuele o dé cobijo y es por eso, por tanta incertidumbre sin bálsamo, que optan por ser público agradecido de una causa que debía, dice doña política democrática, serles totalmente ajena. No es así, porque las porras para el cambio, que ellos mismos corearon apenas ayer, no se tradujeron en certezas siquiera insinuadas de que el porvenir sería distinto, apenas menos malo que el presente continuo que sin recato les ofrecen la sensatez y la firmeza del señor secretario o del honorable gobernador.

La tierra tiembla, decía con la imagen el gran Visconti. Para este lado del globo, basta con saber del Popo.