Ť Con paciencia y dedicación el Nobel portugués amasa y da forma a sus protagonistas
José Saramago vira su pluma al oír la voz invisible de sus personajes
Ť El instante más hermoso de la lectura es cuando el lector levanta la mirada del libro, señala
Ť Las mujeres nos miran a los hombres como si fuéramos niños, expresa a La Jornada
MONICA MATEOS-VEGA
Hay un momento en la lectura, el más hermoso ?es José Saramago quien así se expresa? cuando el lector deja de leer y levanta la mirada del libro. A la hora de la escritura, el narrador hilvana palabras que se suceden con tanta fluidez que, de repente, sin que él se lo proponga del todo, aparecen en sus historias personajes que reclaman su propio camino. Y el autor debe detener la escritura unos momentos para percibir esa voz invisible que le hará virar la marcha de su pluma.
Así, han aparecido en su obra mujeres entrañables que alivian el corazón de los protagonistas, o los ponen en acción, o dan el toque de buen juicio, o ''se transforman en motores de lo mucho que ocurrirá en las páginas siguientes. Pero si ellas son las que organizan y se convierten en el centro no es porque yo lo haya decidido. No es algo predeterminado", explica el escritor portugués.
Las letras, barro para moldear
Saramago, Nobel de Literatura 1998, habla con La Jornada acerca de su oficio que se asemeja al del alfarero de su reciente novela La caverna, porque las letras son, para el narrador lusitano, el barro con el cual, con la paciencia y la dedicación de un artesano, amasa y da forma a sus protagonistas:
''Cuando escribí Ensayo sobre la ceguera no tenía ninguna idea de que la mujer del médico iba a ser tan importante. Si en el momento en que ella se sube a la ambulancia y se queda ciega para poder acompañar a su marido, alguien me hubiera preguntado qué haría con ese personaje, probablemente habría contestado que en el capítulo siguiente ella llegaría como los demás, pero me di cuenta de que ella no podía llegar. Son las situaciones concretas ante las que ellas se enfrentan las que me hacen cambiar el rumbo. Hasta antes de conocer a Jesucristo, María de Magdala no era más que una prostituta y ella toma su lugar en la historia en el momento en el que María, la madre de Jesús, le dice 'yo ya no puedo nada por él, eres tú ahora quien tiene que acompañarlo'. Es decir, no es tan sencillo saber de antemano cómo van a comportarse los personajes. En Todos los nombres, es una señora mayor la que ilumina a un Don José desorientado.
''Por eso, cuando me preguntan si las mujeres de mis novelas son reales les respondo que no. Son mujeres que todavía no existen, son propuestas. Me gustaría que las mujeres fueran lo que estoy diciendo de ellas en mis libros, pero no lo son, quizá exista por ahí alguna excepción, pero no son reales."
?En El evangelio según Jesucristo habla de ''los meandros laberínticos del corazón femenino', y en Ensayo... escribió: ''que entienda a las mujeres quien pueda" y ''quien las entienda que las compre". ¿Es imposible entender a la mujer o sólo es muy difícil?
?Es muy relativo decir que uno entiende a la mujer o entiende al hombre. En cambio, sí es cierto que nosotros, los hombres, para las mujeres somos más o menos transparentes, y las mujeres para nosotros son opacas. Esto quizá tiene una explicación histórica: que a lo largo de siglos y siglos el hombre sólo ha mirado a las mujeres para aquello que ya sabemos, y ellas nos han mirado, sin que prácticamente nos demos cuenta, como si fuéramos niños: el marido niño, el suegro niño. Y las mujeres tienen la caridad de hacer de cuenta que somos de otra forma.
''Necesitamos manos capaces''
Para José Saramago, la mano tiene una inteligencia propia que, sin importar si se trata de manos de alfarero o escritor, puede crear cosas hermosas: ''No importa si trabajamos con barro o escribimos, no importa si tenemos dedos delgados o gruesos o feos. Necesitamos manos capaces, con esa especie de inteligencia propia".
?También ha escrito que cada uno inventa su propia forma de leer, pero que hay quien pasa la vida entera leyendo sin conseguir nunca ir más allá de la lectura. ¿Cómo se percibe la diferencia?
?Hay un momento en la lectura, que es el más hermoso, en el que el lector deja de leer y levanta la mirada del libro. Es como si en ese instante lo que estuviera leyendo se completara en su mente, como si en ese momento la narración alcanzara un nivel de compresión distinto. Interrumpir la lectura para levantar la mirada es mirar más allá, no se sabe adónde, pero es una fusión entre el ser que el lector es y lo que está ahí, en el libro. Creo que esto ocurre a todos los lectores aunque no se den cuenta, y puede que algunos piensen que simplemente levantan la mirada porque sí. No es que el escritor esté dando ''luz" o ''claridad", no es suficiente explicarlo así, de lo contrario bastaría con escribir, precisamente, esas palabras. Se trata de algo muy complejo, de leer la palabra que está antes, que está después y la que sigue, y la que no está. Eso es lo que el lector percibe.
?¿Y qué ocurre a la hora de escribir?, ¿llega un momento en el que el narrador levanta la vista de lo escrito?
?Es diferente. El momento en el que el lector levanta la vista no es previsto por el escritor, a la hora de escribir es un instante al que debe llegarse de manera natural, porque es un momento espontáneo que sale o no sale. No se piensa ''ahora tengo que elegir la frase que va a ocasionar esto". El propio movimiento de la narración va llevando al escritor a encontrar la frase que un minuto antes no sabía que existía. La novela se va formando así.
''Antes de escribir se tienen pocas ideas acerca de la construcción narrativa. Claro, si yo no la escribo la novela se escribe a sí misma, pero hay un proceso en que el autor se convierte en la materia de la novela. En el fondo, la novela se funde con el autor y el fermento de uno y otro va ocupando su espacio, organizando una narración coherente. Es muy difícil explicar por qué ocurre. Un lector al responderse, ¿pero cómo inventaría el escritor esa frase?, tiene la impresión de que el autor se pasó media hora escribiéndola. Pero no.
''Existen momentos particularmente hermosos en los que el autor mismo se queda sorprendido y dice 'esto me ha salido bien', pues de alguna forma las palabras se van buscando unas a otras.''
?¿Usted ha vuelto a leer sus novelas anteriores?
?No. Se acaban y ya, aunque a veces me gustaría tener una especie de inocencia total para leer una novela mía como si no fuera mía, para ver qué sentiría.
?¿O para corregirla?
?No, yo tengo la idea de nunca corregir una novela, claro, a menos que haya un disparate. Pero rescribir una novela como a veces ocurre cuando se hace una tercera o cuarta edición no lo haría nunca por una razón muy sencilla: lo que publiqué hace 20 años lo escribió un señor que tiene mi nombre y que soy yo, pero hace 20 años, y no tengo derecho de decirle a aquel señor que lo que escribió no estaba bien y que se lo voy a corregir.
''Además, no tendría la seguridad de que ahora estoy siendo mejor que yo hace 20 años, pues tendría que admitir que lo que escribo ahora, supuestamente mejor, podría ser corregido dentro de 20 años si yo viviera ese tiempo.
''Así, al estar corrigiendo y corrigiendo llegaría a la perfección sublime, y eso no existe. Entonces que cada uno se quede en su momento, en su tiempo, porque ese es el libro que la persona que lo escribió podía escribir en ese momento.
''Nosotros ya no somos los mismos diez años después, y tengo que respetar a la persona que fui, con mis errores y todo. Para corregir un punto de vista de antes o tengo más que decir, mejor escribo otro libro.''
El mundo es único
?En La caverna señala que ''el joven no sabe lo que puede y el viejo no puede lo que sabe", ¿existe algo que los viejos puedan aprender de los jóvenes?
?Sí, pero con la condición de que los jóvenes intenten entender a los mayores. Este asunto se resolvería si los jóvenes pusieran la voluntad y los viejos la experiencia, sin entrar en esa competencia de ver quién tiene más razón que otro.
''Si los jóvenes a la hora de mirar a lo mayores se dieran cuenta de que no tienen ninguna razón al despreciarlos por el hecho de que son viejos, y si los mayores supieran que no tienen ningún derecho para despreciar a los jóvenes supuestamente porque no tienen experiencia ni han vivido, nos entenderíamos mejor. Porque cuando un hijo y un padre no se entienden, no tienen que esperar más que 10 o 15 años para comprenderse.''
''Cuando somos jóvenes imaginamos un mundo nuestro que tiene muy poco que ver con la realidad. Porque no hay un 'mundo de los jóvenes', ni hay un 'mundo de los mayores', hay un único mundo, donde se mezclan muchísimas cosas, desde las que tienen que ver con la sensibilidad hasta muy complicadas. En muchos casos, sucede que los padres le tienen miedo a los hijos, eso es complicado'', expresó José Saramago.