JUEVES Ť 1Ɔ Ť MARZO Ť 2001
Ť Olga Harmony
La risa y los sueños
Sin el deseo de entrar en inútiles polémicas, pienso que es una exageración lo expresado en estas páginas por el director y crítico teatral Rodolfo Obregón acerca de la falta de espacios y apoyos que muchos jóvenes teatristas han tenido de las instituciones: a lo mejor, ha conocido a muchachos cuyos proyectos son en extremo defectuosos o inviables. Porque una muestra de lo contrario ha sido el Centro Cultural Helénico, cuyo antiguo director, Otto Minera incluso ha sido criticado por abrir en exceso sus espacios. En La Gruta hemos podido conocer por primera vez a teatristas jóvenes que después han tenido una espléndida carrera y a otros que no tuvieron buenos resultados, pero esos son los riesgos que se corrieron deliberamente en un afán de que muchos pudieran mostrar su trabajo. (Y si bien un puñado ha repetido en teatros institucionales no se trata de mafias o grupúsculos cerrados de favorecidos, sino de muy talentosos hacedores de teatro que merecen todas las oportunidades).
Sirva el preámbulo para la ejemplificación de dos contrastadas escenificaciones del Helénico. En la Gruta, Eso que dicen los sueños, escrita y dirigida por la hasta ahora poco conocida Verónica Mussalem se presenta los martes. Se trata, y este es el peso mayor de la publicidad que se le hace, de una teatrista juchiteca, aunque no trabaje con gente de Juchitán lo que le prestaría mayor atractivo. (Sé que en una nota crítica es deplorable hacer comparaciones, por lo que rehuyo cualquier recuerdo de lo que hace Marco Antonio Petriz, de Tehuantepec). Me imagino que la autora y directora nos narra a su manera una leyenda juchiteca, poblada de sueños y fantasmas. Pero no basta partir de la premisa: "Viene a X porque me dijeron que acá vivía mi abuela..." para tener ese resultado. Qué lejos está Comala, no sólo geográficamente, sino desde el punto de vista artístico. La ambigüedad sólo existe en las discursivas repeticiones y a la enésima vez que el personaje que representa María Muro dice del hotel "Está vacío, no hay huéspedes", nada sorprende. Una escenificación muy fallida a pesar de la interesante escenografía de Juliana Faessler, pero que expongo aquí para hacer ver al lector que muy difícilmente Verónica Mussalem puede pertenecer a ningún supuesto grupo protegido.
En el teatro grande, ya con Luis Mario Moncada como director del Centro Cultural Helénico, se repone La risa extraviada escrita y dirigida por Carlos Corona, cuya primera presentación -que, se me dice, carecía de los títeres de Haydeé Boeto- no vi porque el mundo de los niños en edad de ir al teatro me es muy ajeno y rara vez asisto al teatro infantil. Si ahora lo hice, es porque Carlos Corona, con o sin el delicioso Grupo Bochinche, es un joven teatrista cuyo trabajo me resulta muy atractivo ahora veo uno de esos espectáculos infantiles que los niños asistentes y sus padres disfrutan enormemente. Si sé que ya hay un movimiento de inteligentes teatristas que tratan a los niños como seres inteligentes y les abren nuevas perspectivas escénicas. Esta risa chupada por el malvado vampiro es un ejemplo de ello.
Actores y muñecos se alternan en un divertido juego en el que la víctima del vampiro y su sentido del humor, vuelto personaje corpóreo, sufren muchos peligros para rescatar a la risa -ese "estornudo de nuestra razón", como se dice de manera inigualable en el programa de mano. A la gracia de los actores se suma la música original de Mariano Cossa y la coreografía debida a Juan Carlos Vives. El esfuerzo emprendido por Minera hace más de dos lustros para ofrecer un teatro diferente al público infantil se continúa en la nueva gestión de Moncada.