JUEVES Ť Ť MARZO Ť 2001

Ť Margo Glantz

La guaracha del Macho Camacho

Cambio de escenario: Puerto Rico, estado libre asociado de Estados Unidos. Homenaje a Luis Rafael Sánchez por el 25 aniversario de su gran novela La guaracha del Macho Camacho. Vamos desde Princeton con Arcadio Díaz Quiñones, autor del prólogo a la edición de Cátedra que vamos a presentar, y desde México, Hugo Gutiérrez Vega, cuyo último puesto diplomático fue el consulado en la isla. Clima maravilloso, aunque para los puertorriqueños haga un poco de frío, lo cual no obsta para poner a punto de congelación el aire acondicionado.

Esperamos un coche alquilado, tarda cerca de 50 minutos en llegar, primera contrariedad, por fin llegamos a un bellísimo hotel construido en los años cuarenta, El Normandie, como lo indica su nombre, tiene forma de barco y en sus buenas épocas el espacio enorme del primer piso era una piscina, los cuartos son cómodos, helados, las líneas de los teléfonos están cruzadas, no se pueden escuchar los mensajes, el servicio de restorán es pésimo, nadie habla en español y todo funciona mal en inglés: ''El país no funciona, el país no funciona, el país no funciona: repetido hasta la provocación (por un personaje de la novela). Los pasajeros inscribieron dos partidos contendientes: uno minoritario de asistentes tímidos y otro mayoritariamente vociferante que procedió a entonar con brío reservado a los himnos nacionales, la irreprimible guaracha del Macho Camacho".

Le damos la espalda al mar, de mi cuarto se mira, pero la ventana es pequeña, cortada en casetones bordeados de hierro pintado de blanco, los vidrios son opacos y no se puede abrir. Puerto Rico se convierte aceleradamente en una isla sin mar: rascacielos resguardan la costera, separada de la gleba por barreras que impiden a los automovilistas estacionarse y pasear.

En la noche vamos al bar, es 14 de febrero, gran fiesta tropical de los enamorados con corazones rojos, obviamente muchas parejas y, como en la novela de Luis Rafael, destacan las mujeres y algunas se parecen a su protagonista La China Herética. Casi todas vestidas de rojo, una altísima, encaramada en unas sandalias altísimas de plataforma, su traje rojo sobre fondo blanco, está de espaldas enseñando su enorme y floreado trasero, se recarga en un hombre bajito sentado en el bar, todo es pequeño en él, excepto su enorme vientre cervecero. La mira con adoración, es una hembra ''pletórica de redondeces (que) se glorifica en el adobo espeso de su cándido sudor".

Una rubia oxigenada entra contoneándose y se sienta también en el bar, su falda es amplia y corta y se divide en gajos que se alternan, rojinegros. En el bar varias parejas rodean a la pianista, ella canta boleros mientras los demás platican, cuando inicia ''Nosotros que nos quisimos tanto, debemos separarnos..." todos interrumpen la conversación y la acompañan a coro. Uno de los meseros de la barra canta también boleros, plenas, guarachas, imita a Daniel Santos (''Perdón, vida de mi vida") y mientras sirve las copas salsea o guarachea. Salimos y en la entrada, sentada en una banca con dos jóvenes de pie que la admiran, una rubia preciosa, jovencita y monumental, vestida de negro con una abertura espectacular que deja ver gran parte de sus muslos, las piernas cruzadas calzadas con altísimas sandalías, Ƒ7 pulgadas?, sí, dice Luis Rafael, y agrega, zapatos confeccionados especialmente en San José, Costa Rica para las mujeres de San Juan, Puerto Rico.

''La ciudad no se mueve -dice Arcadia Díaz Quiñones en su prólogo-, pero las pasiones se traman y se consumen a una velocidad de vértigo. Ello ocurre siempre en ambientes cerrados que llegan a ser opresivos... Encierro, espera y dispersión: los personajes parecen destinados a existir constreñidos en enclaves fragmentados de la ciudad, empeñados inútilmente en fijar una identidad elusiva. Todos hablan y nombran sus fantasmas, juegan con el límite de lo prohibido y lo permitido, lo sexual y lo racial y no dejan de hablar del cuerpo y de las funciones corporales".

En efecto el cuerpo habla, vocifera, ocupa un lugar desmesurado en la escena nacional, determina el lenguaje, un español amulatado que enseña la raja, y enseñar la raja quiere decir en Puerto Rico tener ascendencia negra, aunque se esconda: ''Y esa letra, señoras y señores, amigas y amigos, esa letra de religiosa inspiración esa letra que habla verdades, esa letra que habla realidades, esa letra que habla las cosas como son y no como tú quieras, porque, vamos a ver, señoras y señores, amigas y amigos, Ƒquién me discute discutidamente que la vida no es una cosa fenomenal?".