Tlatelolco y la otra Cuba
El poscastrismo made in USA
Los nexos del Departamento de Estado, el Congreso de Estados Unidos y la Casa Blanca con la mafia anticubana de Miami son ampliamente conocidos. Los estrechos vínculos del presidente George W. Bush con la Fundación Nacional Cubano Americana también son públicos; uno de los miembros de su gabinete salió de esa organización terrorista con sede en Florida, estado gobernado por su hermano Jeff y donde mediante un fraude propio de una "república bananera" se fraguó su ascenso hacia la Oficina Oval
CARLOS FAZIO /II
Para el canciller Jorge Castañeda, quien por sus actividades académicas y literarias lleva 20 años conociendo las entrañas del monstruo, la relación entre gobierno estadunidense y exilio anticastrista no es una novedad.
Con una larga carrera en organizaciones no gubernamentales humanitarias, Marie Claire Acosta también conoce al dedillo los intersticios del poder real en Washington. Independientemente de que Castañeda y Acosta sostengan posiciones adversas al gobierno cubano ?públicas, por otra parte?, de lo que se trata ahora, como funcionarios de la administración Fox, es de defender la tradición principista de la diplomacia de Tlatelolco y los intereses soberanos de México. Por lo que sería recomendable que dejaran a un lado sus fobias personales y actuaran con responsabilidad y sentido de nación.
Decía Martí que patria es humanidad. Eso tiene que ver con Jorge G. Castañeda, Marie Claire Acosta y el voto de México en Ginebra. Y con los planes estadunidenses para la era posCastro en Cuba.
El reciente producto de un tanque pensante
El embajador mexicano en La Habana, Ricardo Pascoe, confirmó
que el gobierno de Fox pretende jugar un papel estratégico en la
transición cubana. ¿Se trataría de un carril alternativo
al de Estados Unidos? No está claro. En ese sentido ?y sólo
por el interés académico, aunque con más razón
ahora en su papel de canciller de México?, Castañeda y sus
colaboradores deben conocer el último producto ideológico
surgido del más influyente tanque pensante de Washington,
dirigido a reforzar las posiciones del imperialismo norteamericano. Me
refiero al informe del año 2000 del Consejo de Relaciones Exteriores
(Council on Foreign Relations, CFR por su sigla en inglés).
Surgido en 1921, cuando Estados Unidos abandona el aislacionismo (del que sólo escapaban, según los fines hegemónicos y expansionistas de la Doctrina Monroe, América Latina y el Caribe), el CFR es el primer instrumento de "globalización" de la naciente potencia imperial. Fue patrocinado por el grupo Rockefeller. Hoy, su membresía asciende a 3 mil 800 integrantes. No se trata de un grupo de derecha compacto; en su seno hay matices, e incluso existen algunos que sostienen diferencias dentro del establishment.
Su actual presidente, Leslie Gelb, trabajó para los departamentos de Estado y Defensa. Y en su lista de directores figuran Tom Donahue, presidente de la Cámara de Comercio de Estados Unidos; Roone Arledge, presidente de la cadena ABC, considerado el padre de la televisión moderna en Estados Unidos; Peggy Dulany, miembro de la familia Rockefeller; el ex director de la CIA, John Deutch; la ex ministra de Comercio Exterior Carla Hill, madre del TLC con México; el especulador financiero George Soros, experto jugador en la economía de casino impuesta por el neoliberalismo; el ex secretario del Tesoro, Robert Rubin; Andrew Jones, un hombre vinculado a Martin Luther King y ex embajador de Carter ante las Naciones Unidas; George Mitchel, quien fue líder de la mayoría demócrata en el Senado, y el republicano conservador Warren Ruthman. David Rockefeller es el presidente honorario del equipo, donde cohabitan partidarios de la autodeterminación de los pueblos con "halcones" de la ultraderecha imperialista.
El CFR ?que edita la revista Foreign Affairs, ahora también en español? es una de las instituciones más influyentes en la formulación de la política exterior y en materia de seguridad nacional de Estados Unidos. No obstante, el Consejo de Relaciones Exteriores se proclama como un ente privado y no partidista. Su interés por Cuba nació en 1959, cuando Fidel Castro viajó a Washington y tuvo una intervención en esa institución. La visita se renovó en 1979, cuando Castro intervino en Naciones Unidas como presidente del Movimiento de Países No Alineados. Dos delegaciones del CFR visitaron la isla en 1976 y 1983.
En 1998, el CFR formó un grupo de trabajo para que elaborara una nueva política sobre Cuba. El grupo fue presidido por los ex subsecretarios de Estado Bernard Aronson y William Rogers. Aronson, quien ingresó a la subsecretaría como demócrata en 1989, siguió en el cargo bajo el gobierno republicano de George Bush padre hasta 1993. Rogers, quien atendió el tema cubano durante las administraciones Nixon y Ford, definió claramente los objetivos del grupo: "Trabajar para crear las mejores condiciones posibles para una transición pacífica en Cuba y el surgimiento de una Cuba democrática, próspera y libre en el siglo XXI". Es decir, la Cuba posCastro. A juicio del intelectual cubano Lázaro Barredo, se trata de un "asunto sentimental". Algo diferente a las políticas norteamericanas actuales para China, Vietnam y Corea del Norte. La idea del poscastrismo como "el abrazo de la muerte", para descalabrar a la revolución y hacer que Cuba vuelva a ser una posesión de Estados Unidos.
En la elaboración del informe ?solicitado al CFR por el Departamento de Estado? participaron 23 miembros y 20 observadores. Algunos miembros ultraconservadores, como Dan Fisk, uno de los que engendraron la Ley Helms Burton (condenada en todo el mundo, México incluido), quien es asesor del Comité de Relaciones Exteriores del Senado; Adrian Karatnyck, presidente de Freedom House, institución que ha sido un instrumento de subversión de Estados Unidos en numerosos países bajo el manto de la libertad y los derechos humanos; Peter Rodham, director del programa de seguridad nacional del Centro Nixon y Mark Falcoff, una de las luminarias de la nueva derecha, favorito de varios tanques pensantes conservadores y del senador Jesse Helms.
Entre los observadores figuraron dos funcionarios de la CIA, que habían estado adscritos a la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana; uno de la Dirección de Inteligencia del Pentágono (la DIA); un asesor de John Ashcroft, autor de la Enmienda Ashcroft sobre alimentos y medicinas, y actual fiscal general de Estados Unidos; un asesor de Bob Graham, senador de Florida vinculado a la mafia cubano-estadunidense de Miami y Marc Thiessen, vocero de Helms.
El 29 de noviembre de 2000, la task force, como expresión de la plutocracia norteamericana bipartidista, pasó por encima de la opinión de la ciudadanía estadunidense ?partidaria de una normalización de relaciones? y dio a conocer un informe que fortalece el bloqueo y fomenta la subversión en Cuba. El grupo partió de la premisa de que ningún cambio en la política estadunidense hacia Cuba debía consolidar o legitimar el status quo en la isla. Se trataría de establecer una relación "pueblo a pueblo", más allá de la relación con el gobierno de Fidel Castro, manteniendo intactas las leyes Torricelli, Helms Burton y de Ajuste Cubano, condenadas en todo el mundo, ya que están dirigidas a destruir a un gobierno legítimo y constituido. Estados Unidos no reconoce la legalidad de Cuba, ni su gobierno, y su objetivo es incrementar la inestabilidad social y promover la subversión ideológica siguiendo el "modelo polaco", la punta de lanza utilizada para apresurar el colapso del socialismo real en Europa del Este.
El informe recoge la idea del entonces presidente electo, George W. Bush, quien en su último viaje a Miami dijo: "Hay que ser duro con Cuba; seré duro para que Castro se vaya. No voy a descansar hasta que no libere a su pueblo y pueden estar seguros de que no es una promesa, es un hecho".
Cubanos de afuera y de adentro
Una de las recomendaciones del informe es fomentar el contacto entre los cubanos de afuera y de adentro. Peter Rodman lo explica con claridad: "Continúo apoyando las medidas humanitarias que puedan expandir la libertad de acción de los cubanos americanos para que ejerzan influencia allí". Muy claro: no se trata de fomentar la reunificación familiar, sino de "ejercer influencia", como una especie de topo, para subvertir el orden establecido. Marc Falcoff refuerza la idea cuando dice que el contacto de los cubanos de afuera con los de adentro debe servir para "ir abriendo huecos en los muros de la propaganda y desinformación, detrás de los cuales el pueblo cubano es obligado a estar".
El informe recomienda infiltrar a los jóvenes oficiales de las fuerzas armadas ?otra vez el esquema polaco? y utilizar la venta de medicinas y alimentos (lo que es imposible mientras no se derogue la Ley Helms-Burton y se levante el bloqueo) como un arma de subversión. Nada nuevo. La guerra fría terminó hace una década, pero la Casa Blanca sigue instalada en la misma retórica histérica, rehén de la mafia de Miami y de ambiciones geoestratégicas imperialistas. Públicamente, ningún gobierno del mundo autoriza a sus ciudadanos para que vayan a otro país a subvertir el orden. Estados Unidos sí, por ley. Desde hace 42 años sus políticas hacia Cuba han sido dirigidas a destruir la revolución y fomentar la transición hacia el capitalismo, hacia el mercado salvaje. Se trataría de una suerte de rendición ideológica de la revolución cubana por la vía del contacto. ¿Racismo? ¿Destino manifiesto?