JUEVES Ť Ť MARZO Ť 2001

Ť En pleno aguacero, en Ixmiquilpan pidieron a Marcos que pronunciara su discurso

Hidalgo, tierra de largas luchas y grandes represiones, dio cálida bienvenida el EZLN

Ť La madre patria hoy nos necesita más que nunca para que sus hijos ya no seamos objeto de discriminación, dijo el comandante Zebedeo en un mitin en Pachuca

HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO

Valle del Mezquital, hgo., 28 de febrero. "Aquí Dios nos castiga mucho con el agua. No llueve nunca", comenta un hombre de edad, ñañhú que presencia desde los portales la recepción a la delegación zapatista, no sin cierta reserva. Cae sobre Ixmiquilpan un aguacero torrencial, pegan fuertes truenos que rasgan el cielo negro.

A sus espaldas, una mujer con blusa bordada en hilo azul agrega: "llueve así mucho otros dos días. Y el resto del año ya no va a llover".
ezln-hidalgo8ok
Mientras tanto, sobre la plaza sigue reunida una multitud obstinada, y pese a las circunstancias, festiva. Escucha a los comandantes Zebedeo, David y Tacho, tan bajo el agua como los millares de personas. Los portales acaban llenos a reventar de los que prefirieron no mojarse, y que de todos modos gritan "Zapata vive", apretujados como estaban en la plaza al comenzar la ceremonia, cuando aún no llovía.

Pocos minutos antes un grupo bailaba en ñañhú sobre la tarima. Ahora, el comandante David, con el sombreo tzotzil chorreante, dice: "La Tierra es nuestra madre", invita a la concurrencia a que acompañe a los zapatistas en su viaje a México, explica las razones y cede la palabra al comandante Tacho, quien con urgencia en la voz, y no porque la lluvia le moleste, allá de dónde viene llueve mucho de por sí, dice: "vamos a México a conseguir el cumplimiento de la ley de derechos y cultura indígena por el Congreso de la Unión".

El hombre del portal, viendo que empieza a granizar, se abraza el pecho, sonríe con suavidad y señala a la delegación zapatista sobre el estrado: "Ellos sí se están mojando". Alrededor, muchos emplean periscopios de cartón para ver por encima de las cabezas en el portal. Los faroles y reflectores a través del granizo hacen que la multitud empapada se agite y brille como si echara chispas.

En los llanos del pulque

Hoy la delegación del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y su larga cola atravesaron el corazón del Valle del Mezquital, tierras muy otras para ellos, resecas y pedregosas. Donde la pobreza de ser indígena salta a la vista, entre mezquites y eventuales magueyes que parecen huir del polvo.

Estas tierras, pobres entre las pobres, y cuna de uno de los pueblos más antiguos y olvidados de México, gente invisible que abunda en las ciudades y la frontera pero a la que nadie mira. Son los albañiles, las sirvientas, las marchantas, los cargadores citadinos, y no sólo los campesinos de estas ingratas tierras; el pueblo que los meztizos llaman otomí y que a sí mismo se llama ñañhú.

Después de un acto mañanero en la alameda de Tlaxcala, los 24 enviados del Comité Clandestino Revolucionario Indígena ingresaron en los llanos de Hidalgo dejando atrás otras multitudes, y vinieron a encontrarse en Calpulalpan con un millar de personas que tenían un templete con sonido a orillas de la carretera. Bajaron el subcomandante Marcos y el comandante Tacho, y el primero habló brevemente para invitar a los calpulalpenses a unirse en la marcha a México para exigir el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés.

En Apan, Axapusco, Ciudad Sahagún, escolapios que han de ver mucha tele agitaban banderitas blancas. Un chavo de plano pegaba su cartelito a los parabrisas: "Ese Marcos, quiero boletos para Limp Biskit".

Una niña, rodeada de otras con cartelitos idénticos diciéndole "sí a la paz", así  nada más, era el negro en el arroz: "Quiero ser otro Marcos".

En Tepeapulco y sobre todo en Pachuca, donde se efectuó un concurrido acto en la plaza del Teatro Hidalgo, al pie de una inmensa estatua de Benito Juárez rodeada de banderas y mantas de bienvenida, la niña Violeta Jerónimo terminó su discurso para los comandantes con una "chiquillada" de su tierra: "Marcos, no te veo cansado,/ pero sí te veo la lengua seca./ Es que no has pasado por la Huasteca."

Miles de obreros, chavos, mujeres y algunos curiosos contagiados del entusiasmo reinante, oyeron al comandante Zebedeo: "la lucha por el reconocimiento constitucional de los derechos indígenas ha comenzado. La madre patria hoy nos necesita más que nunca, para que sus hijos ya no seamos objeto de discriminación. Hagamos todos el uso de la conciencia de sumergirnos en la lucha. Hagamos nuestro necesario esfuerzo. La sensibilidad es posible si queremos ser parte de esta historia. Hacer esfuerzo en esta tarea no será un tiempo vanidoso".

Invitando a unirse a la marcha, se dirigió a las "amas de casa, los campesinos, los choferes, los licenciados, todos los que se sienten mexicanos". Cuando el subcomandante Marcos habló sobre la paz, los derechos y la valiosa existencia de los pueblos indígenas, los pachuqueños le agradecieron con aplausos y ovaciones.

A través de llanos y zonas industriales, la caravana llegó a la iglesia de Actopan, con sus frescos portentosos al aire libre. Otra multitud muy indígena llenaba la plaza a un lado del templo para oir a los comandantes Abel y Maxo.

Esta es tierra de largas luchas, de grandes represiones, de resistencia, de afirmación por encima de la miseria.

Marcos hace un reconocimiento a su combativo público: "Si ustedes hubieran hecho la guerra, la hubieran hecho mejor que nosotros".

Enseguida, la caravana se desvió en su ruta a la ciudad de Ixmiquilpan y se dirigió al municipio Francisco I. Madero, tierra de indios recios que no se dejan. Ahí queda la escuela de El Mexe, famosa por su combatividad, y el pueblo de Tepa. Un letrero a la entrada de este último: "Apoyamos la paz pero también queremos salud".

El Mezquital por dentro

En Tepa (San Juan Tepantepec) los zapatistas encontraron una concentración de campesinos, estudiantes, maestros y obreros dura y madura. Aquí hay una antigua historia de organizaciones independientes. Y hoy tiene una hija presa por razones políticas en condiciones carcelarias criminales, nada menos que en el penal de alta seguridad de Puente Grande: Erika Zamora Pardo.

Alfonsina Pardo, madre suya y de otros siete hijos, antecedió a los comandantes al micrófono para hablar de su hija: cursaba el último año de bachillerato cuando fue detenida en julio de 1998 en El Charco, Guerrero, después de la matanza que hizo allí el Ejército federal. Detenida, torturada, obligada a firmar actas autoinculpatorias, fue condenada a ocho años y medio de prisión.

En noviembre de 1999, Erika Zamora fue trasladada a Puente Grande, y desde entonces, su madre la ha visto una sola vez. Doña Alfonsina reconoce en su hija un espíritu ejemplar, pero en el colmo de la humillación, fue obligada a cursar preescolar y ahora está en primero de primaria, porque sus estudios anteriores "no sirven".

Inspiración para el aguante

De ahí la caravana atravesó el más hirsuto de los paisajes hasta Ixmiquilpan, donde la esperaba una plaza atiborrada de ñañhús, nahuas y mestizos, además de los extranjeros que vienen en la caravana de miles de mexicanos, cada día más larga y más abrumada por las policías del régimen que no se sabe si la cuidan o la vigilan.

El recibimiento es nuevamente grande. ¿Estamos ante una avalancha? ¿O qué fenómeno es el que recorre ahora el espinazo de México?

Al anochecer todo indicaba que sería un acto más, cálido y tumultuoso. Pero el aguacero lo convirtió en algo distinto.

Cuando, en medio de la tormenta eléctrica y pluvial, el subcomandante Marcos dudó si leía el discurso que traía preparado o se esperaba a que pasara el agua para que la gente no se mojara, el público le gritó que no, que prosiguiera.

Y entonces, chorreando como el resto, el subcomandante improvisó ante su papel mojado y por ende borrado. El público lo obligó a mantenerse al habla, con ellos todos.

A lo mejor para los selváticos de Chiapas aquella era una lluvia de tantas, quizás más frías, pero aquí en el Mezquital de las secas y las penas resultaba una fiesta, una inspiración para el aguante.

Las calles de Ixmiquilpan eran ríos. Cuando la multitud echó a caminar sobre el torrente, como si con sus pasos pudiera detener el agua, una señora dijo: "déjenla que corra, para que llegue al río".

Aquí el agua vale muchísimo, así como la dura tierra y la vida misma, aunque desde fuera los patrones y los gobernantes crean que es barata, desechable, "exportable" y redimible con limosnas. Cómo se ve que no saben lo que vale la existencia de estos indígenas, pobres de cosas pero millonarios de ganas y fortalezas.

Quién hubiera dicho que los zapatistas encontrarían la primera lluvia de su viaje en un lugar donde no llueve nunca.