miercoles Ť 28 Ť febrero Ť 2001

Arnoldo Kraus

EZLN: memoria sin olvido

No estoy seguro si la afirmación del presidente Vicente Fox: "por la marcha zapatista arriesgo todo mi capital político" sea veraz. Incluso, quizá el planteamiento debería ser otro, pues de "tener éxito" la caravana, sin duda, el capital político de Fox y su gobierno se incrementará aritméticamente en México y en forma geométrica en el extranjero. Concertar la paz, sería para el actual gobierno sepultar en lo más profundo las ineptitudes de siete años de dos ex presidentes y mostrarle al mundo que, a diferencia de aquellos países en donde la guerrilla sigue siendo vigente, en México, como dice nuestro refranero político, "sí se puede".

Para el movimiento zapatista y las comunidades indígenas, y para quienes observamos con simpatía sus reclamos, la marcha, después de siete años, va más allá de los acuerdos de paz: tanto los pasamontañas como las advertencias de Ignacio Loyola -desde la pena de muerte hasta negarles que visiten Querétaro-- son una invitación a ejercitar la memoria. Memoria sin olvido, memoria con presente.

Históricamente, los cinco siglos de omisiones y amnesia deben atemperarse con la irrupción del EZLN hace siete años. En las esferas social y económica, la situación de los indígenas debe, asimismo, contrastarse con los niveles en educación, en salud, en vivienda y el promedio de vida de estas comunidades con el resto de la población. La marcha, iniciada de facto hace siete años, incluye un repaso acerca de la importancia de la memoria y del peso de la responsabilidad humana e histórica hacia esos grupos. El dilema, como en tantos otros tristes avatares -Hiroshima, el ascenso del neonazismo en Alemania, las masacres de la población indígena en Guatemala--, puede formularse bajo la siguiente pregunta: Ƒha sido vencida la ética por la historia?

El ideario del movimiento zapatista y sus reclamos son, en esencia, una invitación al gobierno y a la sociedad para dialogar con el pasado y para contextualizar las urgencias morales que hacia las comunidades indígenas se tienen. Se calcula que en México, 7 por ciento de los habitantes son indígenas y, de acuerdo a los estudiosos, la población hablante de lenguas indígenas tiende, a diferencia de la década pasada, a incrementarse. Este simple hecho, aunado a las mermas existenciales de estos grupos, obliga a la sociedad y al gobierno a dialogar y a ofrecer respuestas "completas" a los reclamos de estos pueblos. Es evidente que los tiempos de "no ver", de "no saber", o de ocultar, como una de las tantas extensiones de la complicidad, deberían quedar sepultados; de hecho, insospechadamente, ése tendría que ser uno de los beneficios de la globalización. Estos reclamos tienen que afrontarse bajo el rubro de una urgencia que podría denominarse "ética social", que vindicase el peso de los testimonios como semilla y sustento de la memoria. Eso, "testimoniar" y exponer a quienes quieran escuchar, es uno de los instrumentos zapatistas. Lo contrario, minimizar las matanzas de Acteal o Aguas Blancas, ha sido el derrotero de los gobiernos y bandera del poder al no haber encarcelado a los culpables de esas masacres.

Borrar la memoria y ejercer el olvido ha sido la tónica que ha sumido a los pueblos indígenas en su situación actual. La complicidad y el ocultamiento, en ésos y en otros inenarrables asesinatos, son fieles instrumentos de nuestros gobiernos. Esa exterminación, en ocasiones sin recato, como en El Bosque o Acteal, y en otras circunstancias, en forma velada, soterrada, disfrazada, pero sostenida --alejarlos y marginarlos del progreso es suficiente--, ha sido también una constante y es, por supuesto, fuente de los reclamos indígenas. Esa suma de olvidos y perdones, fortalecida por la fragilidad de la identidad colectiva, fenómeno tan característico en Occidente, ha cimentado diversas patologías en y de la memoria.

Precisamente, la marcha y los siete años previos le apuestan a lo contrario: a cimentar las bases de una memoria colectiva que establezca las dimensiones de estos alegatos, que diferencie lo justo de lo injusto, que evite que el peso de la amnesia sea mayor que el de la realidad y que el valor de la memoria sea más que las fuerzas del olvido. El olvido, hay que subrayarlo, ha sido la antesala del perdón: Ƒen dónde están los asesinos "intelectuales" de Acteal y Aguas Blancas? Apelar a la conciencia y a la memoria como plataforma y reivindicación o reinvención de esa "ética social", en los tiempos actuales es, sin duda, uno de los propósitos de la marcha. Paul Ricouer habla de "la memoria herida". La historia de los indígenas se inserta en esa memoria herida; que la sociedad confronte esas mermas es otro objetivo de la caravana.