Ť Sucesión de petardos en la decimonovena corrida de la México
Desaprovechan los artistas enrazado encierro de Xajay
Ť Toreros sin recursos Ť Enésimo ridículo del juez Ť Otro festejo eterno
LEONARDO PAEZ
Si un espectáculo como el taurino se nos ha ido de las manos, tanto a los que dicen arriesgar su dinero en promoverlo como a los que desperdiciamos nuestro tiempo en padecerlo, el lento aprendizaje de los que hacen la fiesta parece no terminar jamás.
Cuando por fin el ganadero de Xajay se animó a enviar a la Plaza México una corrida de toros con cara, es decir, con trapío, con presencia imponente y hasta con raza, sin que esto significara que fueran unos pregonados, sino al contrario, la inefable empresa dispuso que la torearan tres diestros exquisitos, coletas cuyo estilo refinado es inversamente proporcional a sus recursos y a su decisión.
Paciencia en vez de emoción
Lo bueno es que la corrida pretendió ser un homenaje a San Agustín Lara, primer santo laico mexicano, pero el festejo resultó otro novenario herreriano, no por la intensidad fallida del espectáculo sino por la duración infame de una más de sus ociosas combinaciones.
Esta vez sólo con un rejoneador y tres espadas, pero a la postre nueve reses saldrían por toriles, gracias en parte al enésimo petardo del juez Heriberto Lanfranchi, y en parte a la generosidad infructuosa de Guillermo Capetillo.
Sucede que por órdenes de cualquiera, pero no de la autoridad, a ésta le impusieron la exigencia de que fuese incluido entre las reses a sortear el único toro del encierro escaso de trapío, de gallarda presencia, de armonía de formas, un tal Cisne, montado de cuerna y muy escaso de ésta, por lo que de inmediato fue protestado por la escasa pero comprometida concurrencia.
Salió en sexto lugar de la lidia ordinaria y correspondió a Fernando Ochoa. Ante la fuerte silbatina, Lanfranchi ordenó regresar lo que apenas horas antes por injustificadas razones había autorizado, y salió entonces el primer reserva, Farolito, cuyo trapío explicó que no fuera incluido en los lotes.
Actuó en primer término el rejoneador mexicano Giovanni Aloi, que enfrentó a Novillero, discreto de presencia pero que acudió a los cites e hizo evidente la madurez de Giovanni como torero a caballo al dejar rejones, banderillas a una mano y rosas en todo lo alto, las más clavando al estribo, y una banderilla, la segunda, soberbia, templando mucho y toreando en verdad con su cabalgadura. Si acierta al primer intento con el rejón de muerte, se lleva una oreja.
Lo demás
Lo demás fue lo de menos artística y tauromáquicamente hablando, ya que ni Guillermo Capetillo, ni Juan Serrano Finito ?¿o friíto?? de Córdoba, ni el triunfador de hace ocho días, Fernando Ochoa, pudieron descifrar los problemas planteados por los de Xajay y menos aprovechar las cualidades de cuatro de ellos.
Guillermo, como todo torero estilista, requiere del toro de inmejorable estilo, por lo que casi nada logró a lo largo de la tarde. Algunas verónicas, una media, contados derechazos y naturales de buena factura, pero sin parar mucho, templando poco y mandando menos. Mal, muy mal al entrar a matar, yéndose de la suerte y dejando la espada donde cayera.
Por su desmotivada parte, Finito de Córdoba se notó molesto por el cartel, la fecha, los toros y la pobre entrada, lo que determinó que realizara dos faenas con el mínimo esfuerzo, sin ligar ni estructurar ni mucho menos arrebatarse. Junto con el compromiso personal, le faltó la atmósfera, lo que no impidió que escuchara el hiriente grito de ¡toro! en su primero, y fuera de más a menos con su segundo, al que toreó muy bien de capa pero no supo hacerse de él con la muleta.
El michoacano Fernando Ochoa, que en la corrida anterior pareció recuperar el rumbo, la tarde de ayer dio la impresión de regresar a su nivel de incompetencia, al caer de nueva cuenta en el detallismo efectista con su primero ?un derechazo de dos vueltas enteras, imagínese?, y a cuyos restos el juez ordenó se les diera arrastre lento, más por el tumbo que provocó que por la bravura mostrada. Luego sobrevino el guateque especulador del torillo aprobado, regresado y sustituido por otro manso y deslucido.
Una lástima que la empresa no se haya atrevido a servir este tipo de encierros a Ponces, Julis y compañía. Habrían incrementado, más que su fama, su estatura y su respeto ante la afición sana de México.