LUNES Ť 26 Ť FEBRERO Ť 2001

Leon Bendesky

Lo micro es bello

La verdad es que la economía mexicana ya es de changarros, entendidos como los muy pequeños establecimientos que realizan actividades muy distintas. En la manera en que se emplea entre nosotros este término y que, en ocasiones, reconozcámoslo, es hasta un poco despectivo, son changarros los expendios de tacos y quesadillas, las misceláneas, la multitud de pequeñas tiendas que venden prácticamente cualquier cosa o el taller en el que se reparan aparatos eléctricos, se sueldan rejas o se parchan llantas. Como aspiración, el nuevo esquema de changarros en México no representa una novedad o una oferta de gran convocatoria. Tampoco parece ser un factor que abra horizontes más amplios para la gente que vive de esas actividades.

La señora que cose prendas en su casa para la gente del vecindario, o la familia que se instala por las noches afuera de su vivienda con un anafre para vender golosinas y huaraches a los peatones, pueden con ello redondear el magro ingreso que obtienen de trabajar en alguna fábrica o comercio o en alguna dependencia pública. En esta sociedad es muy difícil para la mayoría de la gente sobrevivir con un ingreso. La peinadora de un salón en alguna colonia de altos ingresos usa su día de descanso para trabajar como mesera en una cafetería o como vendedora en un almacén. El señor que cumplió con su jornada en alguna oficina gubernamental, maneja luego un destartalado taxi cubriendo la cuota que le piden y éste es, también, un tipo de actividad de changarro.

El asunto de los changarros, y ahora según la nueva terminología de la Secretaría de Economía hay hasta microchangarros, debe ponerse en la perspectiva que mejor le conviene, ya que corresponde a un problema de índole social más que de promoción económica. Los apoyos que se ofrecen para crear nuevos changarros van, según se informa, de 700 a mil 500 pesos en la primera etapa y podrían llegar a 3 mil pesos en algunos casos que requieren de estudio de factibilidad, lo que parece un poco desmesurado para la cantidad del préstamo, y se prevé, sin precisar cómo, que podrían llegar hasta 20 mil pesos. El principal argumento a favor de este esquema de financiamiento es que es mejor que el agio que prevalece en buena parte de la economía. Esto se inserta en una política de tipo asistencial que ataca algunas formas de la pobreza y la marginación, sobre todo en las áreas urbanas, y con ello no puede pretenderse otra cosa, aunque esto no sea, por supuesto, una cuestión menor, y aunque así se fomente la informalidad que tanto ha proliferado en esta economía. Como programa asistencial parece mal situado en la Secretaría de Economía y debería ser un programa ubicado en la de Desarrollo Social.

Por otro lado se formalizó la creación de la Subsecretaría de la Pequeña y Mediana Empresa, con un programa específico de financiamiento para este sector mayoritario de la actividad productiva del país. Este programa cuenta, según se anunció, con recursos de mil 200 millones de pesos. El programa se enfoca a una de las cuestiones que estuvieron más desatendidas durante las dos últimas décadas y que tiene que ver, precisamente, con la capacidad de operación de estos negocios. Esta capacidad no estuvo muy relacionada con la preocupación por la apertura financiera y comercial y por la obsesión por firmar acuerdos de libre comercio con quien fuera el mejor postor. El hecho que hoy esté desarticulada la producción y que las exportaciones tengan un muy bajo componente de insumos nacionales y que, por otra parte, crezcan de modo rápido las desigualdades regionales no es fortuito, sino que es la consecuencia de una política económica miope y muy costosa.

El programa recientemente anunciado continúa con algunos esquemas ya existentes y propone otros nuevos. Marca lo que puede ser un cambio en la estrategia de promoción de la economía por parte del gobierno y que requerirá de una estructura operativa que no debería drenar los recursos para el apoyo a las empresas más pequeñas. El gobierno aplica esta nueva acción con un reconocimiento explícito de que el sector bancario no cumple con sus funciones de intermediación en la economía, y este lastre tiene que superarse, pues el rescate de ese sector sigue siendo muy oneroso. Con el programa se asignan recursos públicos para financiar la actividad empresarial y no debería terminar en un nuevo subsidio de una parte de la sociedad a otra que no cumpla sus obligaciones. Cabe preguntar si la oferta de recursos, que es esencialmente capital de trabajo, será suficiente para un sector que está atrasado en las innovaciones y en la capacitación, si lo que se requiere, también, es el aumento de la productividad. Puede todavía un poco exagerado sostener, como hace el gobierno, que éste será el pivote de una reconversión del sector de las pequeñas y medianas empresas que sostenga el proceso de crecimiento de la economía a las tasas esperadas de 7 por ciento anual y creando 1 millón 300 mil empleos al año.

En este caso, como ya se ha apuntado en las primeras notas informativas acerca del programa, se requiere de una buena coordinación con Hacienda para la aplicación de las disposiciones fiscales y para adecuar las medidas que formen parte de la reforma fiscal que está pendiente. Hasta ahora, y debe reconocerse de modo explícito, muchas de las empresas que pueden beneficiarse de este programa subsisten no porque su rentabilidad sea adecuada o exista una suficiente capacidad empresarial, sino porque no pagan los impuestos, especialmente el del IVA. Esta es la primera acción en el programa económico de este gobierno. El entusiasmo del presidente Fox es encomiable, pero puede ser un poco excesivo vincular las metas generales de su gestión económica con una visión aún restringida de lo micro.