DOMINGO 25 DE FEBRERO DE 2001




Las protestas en Cancún arrancan mañana

Globalifobia a la mexicana

ƑQué puede causar que los siga la policía hasta sus casas, que se les videograbe desde una camioneta con vidrios polarizados o que se ataque sus computadoras personales? ƑPor qué sus foros en la red han sido visitados decenas de veces por la Guardia Costera de Estados Unidos, la Secretaría de Relaciones Exteriores, el Instituto Nacional de Migración, la Presidencia y Gobernación?
ƑQué sentido tiene para un gobierno como el de Vicente Fox tratar de colapsar una página en
la red llamada Global Fobia F26? ƑQuiénes son estos tipos tan peligrosos?


Fabrizio MEJIA MADRID * Ilustraciones: Mauricio GOMEZ MORIN

La globalifobia no es, como los medios la retratan, un bloqueo en el que unos hippies gordos se abofetean con policías. Es una coordinación permanente entre más de 30 mil grupos, en igual número de comunidades por todo el mundo, que busca politizar lo que hasta hace muy poco era un proceso aparentemente espontáneo de apertura comercial de las fronteras. En 1999 fue la simplista idea de que la modernización era un proceso unívoco que nos guiaba a su propia inevitabilidad lo que llevó al entonces presidente Ernesto Zedillo a acuñar la palabra globalifóbico, a saber, alguien que no soporta lo incontrovertible, como no se tolera un huracán. Zedillo pensaba que la modernización hacía excepciones consigo misma, es decir, que no se sujetaría a sus propias premisas: romperse y reinsertarse en el cambio acelerado. Así, las respuestas a la globalización no son, como él creyó, junto con muchos de los reunidos en Davos en 1999, atavismos medievales, sino que se dirigen hacia una etapa de desarrollo más compleja que la del mero crecimiento de las bolsas de valores. Lo que sucedió, a pesar de no ser una "revolución", nos condujo casi involuntariamente a un nuevo tipo de sociedad: la globalización rompió las formas de la vieja sociedad industrial y entró en un complicado proceso político para reinsertar a muchos otros tipos de modernidades en un solo sistema. Se había terminado la era del "o" (este sistema en vez de este otro) y habíamos caído en la era del "y" (donde varios tipos de modernidad deben convivir para tener sentido para todos los involucrados). Para alguien que creyó, bastante inocentemente, que la modernización era lineal, la respuesta a los efectos no-deseados de su despliegue -la desigualdad, la destrucción ambiental, la sustitución de comidas tradicionales por enfermedades posindustriales- siempre fue una y la misma: más mercados y mejores tecnologías. Lo que la globalifobia argumenta hoy es que economía, política y ciencia están vinculadas y que existen alternativas políticas para moderar sus efectos. Eso es la globalifobia o, en sus propios términos, la "modernización reflexiva".

El personaje más representativo de la globalifobia es un ovejero y licenciado en filosofía, José Bové, quien fue juzgado el 30 de julio de 2000 por haber destruido un McDonalds en el pueblo de Millau, al suroeste de Francia. Bové protestó así contra la nueva disposición de Estados Unidos de prohibir la entrada de los quesos franceses, la mostaza Dijon y el paté de ganso, en respuesta a una determinación europea de no dejar pasar la carne tratada con hormonas. Unos meses después de su ataque, Bové llegó a las protestas de Seattle contra la reunión de la OMC y sacó un roquefort que había logrado contrabandear para compartirlo con los manifestantes. La postura de su organización, la Confederación de Campesinos -que ya había ganado una demanda contra el Estado francés por construir una base militar en terreno laborable hace una década-, es compartida por las 30 mil organizaciones de todo el mundo que están detrás de las protestas de Seattle, Washington y Praga: lo que comemos, vemos, sentimos y heredamos no debe normarse por la utilidad de las multinacionales, sino por un criterio de salud, gusto cultural y antojos. Para ellos, lo que está en juego en todos los productos del mercado no debe ser la ganancia sino la diversidad. De hecho, la intención común entre la enorme cantidad de grupos autónomos que se autodenominaron "afines" en Praga podría definirse como una preocupación ética por cómo se produce una mercancía: por quién, bajo qué condiciones laborales, y sobre cuál será su impacto en los consumidores. Grupos tan distintos como el Global Exchange de Kevin Danaher, "Reclama la calle" del británico John Jordan, el Observatorio de la Globalización de Susan Georges, las organizaciones en contra del trabajo infantil, la represión a los sindicatos y la sobreexplotación, las "anarco-comunidades" de John Zerzan, la "política del sentido" del rabino anticonsumista Michael Lerner, la "ecología social" de Murray Bookchin, la "revolución por aglomeración cultural" de la antipublicidad de Kalle Lasn, las redes de "acción directa" de los neo-anarquistas, la red para salvar las selvas tropicales de Randy Hayes, el Consejo de Canadienses de Maude Barlow, el Centro de Documentación y Acción Trasnacional de Joshua Karliner o las ONG de consumidores, coinciden cada vez que los burócratas del comercio mundial se reúnen.

Masiosare 11 Pero no existen gracias a las reuniones de los poderosos. Muchas de esas organizaciones tienen más de 15 años de existir en sus localidades. Lo que es nuevo es su formación en una red a partir de organizaciones autónomas bajo el principio de la "descentralización coordinada". Su forma de actuar y decidir es como una Internet de carne y hueso, con nodos de reunión y links, cuyo resultado no es sólo vestirse de tortugas en una avenida principal. También es una red que ha logrado constituir el Consorcio de los Derechos de los Trabajadores para boicotear los productos que provienen de la explotación infantil, carcelaria o basada en algún tipo de discriminación. Es, también, la que oponiéndose a los alimentos modificados genéticamente ha logrado la aprobación de especificaciones en los productos que entran a Europa y quien estuvo detrás del Protocolo de Montreal sobre Biodiversidad. Son los críticos de organismos no elegidos que deciden la vida de millones como el Banco Mundial y el FMI, pero también de los "paneles" de controversias comerciales, integrados absurdamente por abogados y no por médicos, biólogos, campesinos o consumidores. Son, además, los críticos de las industrias petroleras y nucleares, que no creen que el cambio acelerado deba acompañarse con daños irreversibles. Y son, en fin, los que frente a lo descomunal del mundo y lo restringido de los poderes de sus políticos proponen una reinserción de lo local como una voz que debe ser tomada en cuenta por los que unilateralmente deciden el futuro global.

El enorme poder moral y mediático de la globalifobia tiene limitaciones políticas profundas. Cuando el 28 de septiembre de 2000 el presidente checo Vaclav Havel se ofrece como mediador entre los activistas y la presidencia del Banco Mundial, la globalifobia se pierde en interminables debates y no logra nombrar a representante alguno. Las divisiones afloran: los que tienen puntos específicos de tratados comerciales qué cambiar se separan de quienes quieren cambiar las bases espirituales de las sociedades consumistas.

*La globalifobia en tierras zapatistas

ƑQué puede causar que los siga la policía hasta sus casas, que se les videograbe desde una camioneta con vidrios polarizados o que se ataque sus computadoras personales? ƑPor qué sus foros en la red han sido visitados decenas de veces por la Guardia Costera de Estados Unidos, la Secretaría de Relaciones Exteriores, el Instituto Nacional de Migración, la Presidencia y Gobernación? ƑQué sentido tiene para un gobierno de transición como el de Vicente Fox, tratar de colapsar una página en la red llamada Global Fobia F26 (www.d4mx.org)? ƑQuiénes son estos tipos tan peligrosos?

Masiosare 22 En México, la globalifobia tiene dos afluentes: de un lado, la parte más institucional es la Alianza Social Continental, creada en Costa Rica en 1999, que agrupa a organizaciones ambientalistas, sindicales y políticas de Brasil, Canadá, México, Estados Unidos y Centroamérica, y del otro, una reciente red de colectivos de jóvenes que ven en la acción directa una forma de reinsertar sus biografías en las causas públicas. Son ellos, los muchachos de entre 16 y 20 años, los que componen el núcleo de la globalifobia mexicana. Frecuentemente fuera de las instituciones de educación y dedicados a actividades mal remuneradas, los niños de la globalifobia encuentran en la red y en sus innumerables convocatorias a acciones, talleres y causas un discurso de lo moderno y una forma de participar en tareas de cambio. Por eso es por lo menos poco serio afirmar que esta nueva red sea otro nombre para el CGH. La sustancia de la red mexicana no es estudiantil. Más bien es un efecto de la deserción masiva de jóvenes de los circuitos escolares, laborales y hasta afectivos en las tres principales ciudades del país, así como en Querétaro y Oaxaca.

La iniciativa de protestar contra la reunión del Foro Económico Mundial del 26 de febrero en Cancún no salió de una universidad. Fue promovida por unos ex alumnos de la Facultad de Ciencias de la UNAM que crearon una página web y un lema ("Estamos en todas partes") que sirvieran de enlace entre distintos grupos de acción directa. Hace siete años, esos mismos chavos construyeron un equipo de radio con capacidad para transmitir a toda la ciudad de México, que acabaron donando al EZLN. Dibujantes de comics, punks, físicos, antropólogos de la ENAH, activistas estudiantiles de la Universidad Autónoma Metropolitana, disc jockeys, vendedores de discos, promotores de radios locales, editores independientes, pintores marginales y alguno que otro que pudo despertar de la huelga de un año en la Universidad Nacional constituyen los componentes esenciales.

Después de los discursos y de la protesta misma del 26 de febrero, lo que queda es una forma de mantenerse en contacto, una manera de sobrellevar la soledad. Cuentan Santiago Chávez, Héctor Rodríguez de la Vega e Iván Sosa que una chava había pedido que la borraran del directorio de correos electrónicos porque le daba miedo el acoso de la policía. Días más tarde pidió que la readmitieran: "Me aburro sin ustedes. A veces abro el correo y no hay nada para mí". Por eso, el 26 de febrero no será más que un motivo para reunirse y no una causa en sí misma. De hecho la decisión es no enfrentarse a las fuerzas de seguridad, asegura Santiago: "No será el número lo que conmueva, sino la presencia de personas desnudas frente al despliegue desproporcionado de escudos, macanas y chalecos".

Tras una reunión los veo alejarse. Recuerdo cuando la izquierda significaba querer seguir siendo de los buenos aunque los malos fueran más, no mirar lo normal como algo moral. Quizás la idea todavía quiera decir algo. No sé.