DOMINGO Ť 25 Ť FEBRERO Ť 2001

Ť Bárbara Jacobs

Opiniones perdidas

Hay cosas con las que no se juega, ni siquiera en un trabajo de ficción. Declarar que uno de tus placeres es pensar, te condena como autor a no ser leído. Sin embargo, Van Wyck Brooks corrió el riesgo y creyó que, al poner en labios de un personaje ficticio semejante declaración, atraería lectores a su novela, Las opiniones de Oliver Allston. A juzgar por la ausencia de rediciones de 1941 para acá, la suya fue una ilusión perdida. Pero lo que me interesa aquí es referirme de pasada a la génesis de ese libro.

Quizá no haya autor atorado que, en el momento más desesperado de su situación, no hubiera pretendido crear un alter ego que dijera por él cuanto él querría, mas no ha podido decir. Pero que, a la hora de empezar a crearlo, no se haya topado con un problema: No tener por escrito "todo" lo que el personaje de su imaginación habrá de decir por él. O sea, para que Oliver Allston pudiera existir en la fantasía de su creador, éste debía tener escritas las opiniones y demás notas críticas, comentarios, ideas y hasta esbozos de poemas y narrativa del objeto de su creación, tarea bien vista, harto difícil, por decir lo menos. Y más si, como en el caso de Allston, trataran de cuanto tema hay, desde cómo es un escritor, hasta cuál es el estilo literario ideal, pasando por un repaso agudo de las corrientes filosóficas, artísticas y literarias del momento; los rasgos de sus conciudadanos estadounidenses; la crítica, la política.

Lo que es más, ese cuerpo de textos, aparte de estar escrito, debía ser tan consistente, tener tal cohesión, que pudiera con toda verosimilitud darse en un mismo personaje, por más que éste, en sus propias palabras, afirmara que detestaba tener opiniones; o por más que su creador, quizá para cubrirse las espaldas, lo definiera como una persona "irritable, excitable, inestable, fácilmente provocable y rápidamente agotada". Es que es una muestra más de la autocondenatoria inteligencia de Van Wyck Brooks, como lo es admitir que Allston tardó en madurar, aun cuando hubiera empezado su formación de muy joven, y todo porque le llevó más tiempo que a otros "adquirir veracidad y conocimiento", admisión o caracterización que, por otra parte, el propio Rousseau asumía para sí. Pero, Ƒhay algún otro, acaso algunos otros, que se atreverían, como Rousseau o Allston, a no hablar, a no escribir, mientras no tuvieran nada que decir, nada que no fuera veraz y que no reflejara conocimiento?

"A Allston le gustaba pensar, igual que le gustaba escribir, y sentía que, en la medida en que dijera la verdad, sus escritores tendrían efecto, y buen efecto, no porque fueran suyos sino porque eran verdaderos", dice Brooks en la primera página de Las opiniones, sin dejar de considerar por lo mismo lo "impersonal y fatalista" que era su amigo. Ya había examinado la paradoja de Renan, que dice: "para ser capaz de pensar libremente, uno debe sentir que lo que uno escribe no habrá de tener consecuencias", y por lo tanto ya había otorgado a su alter ego la sofisticación, el desapego, del que se encamina conscientemente a la marginación segura, la del defensor de "las causas perdidas, de las opiniones en desuso, de los nombres sin fama y de las lealtades en desprestigio".

Qué efecto, en el sentido de fuerza, de impresión, de significado, de substancia, no habrán ejercido en mí Las opiniones que, como haría con un tesoro, me tardé en compartir su existencia y anunciar sus frutos. "Prefiero el tono bajo, no hacer énfasis, no subrayar, recurrir a las menos exclamaciones posibles, dar el sentido que se implica pero que no se expresa, usar la ironía y el humor de forma moderada", he aquí, una muestra del código del estilo que Allston prefería. ƑSigo? ƑA quién puede interesarle una novela como ésta, tan poco llevable al cine; un personaje como Allston, paladín apenas de los valores humanistas de siempre? ƑA quién puede interesarle, quién va a prestar atención a un autor como Van Wyck Brooks, tan pobre promotor de su obra o, siquiera, de sí mismo?