Eduardo Galeano
El castigo
Reina y señora fue la ciudad de Cartago, en las costas del Africa. Sus guerreros navegantes llegaron a las puertas de Roma, la rival, la enemiga, y a punto estuvieron de aplastarla bajo las patas de sus caballos y sus elefantes.
Unos años después, Roma se vengó. Cartago fue obligada a entregar todas sus armas y sus naves de guerra, y aceptó la humillación del vasallaje y el pago de tributos. Todo aceptó Cartago, inclinando la cabeza. Pero cuando Roma mandó que los cartagineses dejaran la mar y se marcharan a vivir tierra adentro, lejos de la costa, porque la mar era la causa de su arrogancia y de su peligrosa locura, ellos se negaron a irse: eso sí que no, eso sí que nunca. Y allí marcharon las legiones, con orden de exterminio.
Sitiada por tierra y por mar, la ciudad maldita resistió tres años. Ya no quedaba agujero por raspar en los graneros, y habían sido devorados hasta los monos sagrados de los templos: abandonada por sus dioses, habitada por espectros, Cartago cayó. Seis días y seis noches duró el incendio. Después, los legionarios romanos barrieron las cenizas humeantes y regaron con sal el suelo arrasado.