viernes Ť 23 Ť febrero Ť 2001
Horacio Labastida
Bienvenido EZLN
Una muy vasta mayoría de mexicanos que aman la justicia y la libertad aplauden desde 1994 las demandas de las comunidades chiapanecas que hicieron posible la rebelión del EZLN aquel primero de enero, cuyas consecuencias muestran tanto las mentiras oficiales que encubren la entrega de nuestros recursos al capitalismo mundial, cuanto la dignidad de los pueblos que desde la era santanista se niegan a mantener las dependencias materiales y culturales que amenazan la autodeterminación de la patria. Son estas dependencias la causa capital de la cada vez más acentuada pobreza de las familias.
La insurgencia de 1810 y 1813 nos concibió como república popular, soberana, justa, respetuosa de los derechos del hombre y para su tiempo acunadora virtual del capitalismo ensemillado en las actividades comerciales, mineras y obrajeras que nos heredara la Colonia, rebelión que abrió las puertas a los ilustrados que demolieron el iturbidismo monárquico. En el seno de este movimiento fue sancionada la primera Constitución federal de 1824, y la Presidencia de Guadalupe Victoria dio fe de las renovadas batallas por mantener el dominio de las oligarquías tradicionales y obturar el florecimiento industrial, defendido lustros después en el Diario del Gobierno (núm. 3644, México, 1845). Ahora bien, en el marco de ese código supremo, el gobierno liberal de 1833 intentó sin éxito purgar los obstáculos feudales a la maduración del capitalismo. Santa Anna y las elites latifundistas impusieron sus reglas hasta 1854, año en que los hombres de Ayutla lograron la victoria de una Reforma aprovechada por la larga dictadura de Porfirio Díaz que alentó, en su época limantouriana, el modo de producción industrial y el mercado interno que atrajo a inversionistas ingleses, estadunidenses y franceses, creando una compleja estructura económica enhebrante de relaciones productivas feudales, industriales y del empresariado extranjero, que entre sonrisas miraba cómo las agitadas contradicciones de latifundistas y capitalistas locales gestaban la explosión de noviembre de 1910, que hacia 1917 procuraría resolver el constituyente queretano al edificar la quinta República federal, vigente hasta hoy a pesar de las 440 reformas que se han hecho a partir de julio de 1921, año prístino del gobierno de Alvaro Obregón, muchas de ellas nulas de pleno derecho al afectar ordenamientos sustantivos con acuerdos de autoridad incompetente de origen: la legislatura ordinaria. No obstante que la reforma agraria purgó los modos de producción feudales, golpeados en su lado clerical desde las Leyes de Reforma (1859), el capitalismo sólo incómodo por las presiones de las subsidiarias extranjeras, contemplaría el nacimiento del neolatifundismo exportador al mismo tiempo que las metamorfosis que lo convirtieron en un capitalismo subimperial sujeto al metropolitano. El cambio del capitalismo nacional dependiente en subimperial fue una consecuencia de la concentración y acumulación del capitalismo mundial, aceleradas por la Segunda Guerra y la estrepitosa caída de la URSS, en 1992. Los efectos de estas mudas registradas en el último medio siglo están a la vista. México es hoy un país altamente dependiente del capitalismo trasnacional de sello estadunidense, terriblemente debilitado en su economía interna y con una población enferma, empobrecida y olvidada, cuya profunda cultura liberadora y justiciera busca afanosamente caminos iluminados en medio de las tinieblas que oscurecen el porvenir. Y en esta condenable circunstancia, el EZLN significa la señal de una esperanza de democracia, justicia y libertad. Como lo han puesto de manifiesto los debates de Seattle, Praga y Porto Alegre, el globalismo neoliberal no induce la prosperidad universal; por el contrario, en nuestro tiempo la quinta parte de la población del planeta sobrevive con menos de un dólar por día, y en América Latina la tasa de pobreza se ha mantenido constante en los últimos dos lustros y medio; Rusia, por ejemplo, vive una amarga desilusión luego de haber saboreado los supuestos manjares del capitalismo trasnacional.
Esa es la falacia que ha desvelado el EZLN al juzgar los últimos tres decenios neoliberales en nuestro país. Los campesinos emigran de sus ejidos y minifundios o se mueren de hambre, los obreros ganan salarios que valen la mitad de lo que valían en tiempos no neoliberales, las clases medias lloran ante las despensas vacías de sus hogares, y los empresarios nacionales no destruidos aún miran cómo quiebran sus negocios. Sólo unos cuantos supermillonarios carcajéanse cuando se habla de libre mercado, comercio libre e inversiones internacionales. No cabe duda: el EZLN simboliza el bien para los mexicanos.