EZLN, en la encrucijada
Ť Magdalena gomez
El primero de enero de 1994 y el 24 de febrero del 2001, día del inicio de la caravana zapatista, pasarán a la historia como los dos grandes momentos --uno militar, el otro eminentemente político-- en que el EZLN se dispuso a luchar por y con los pueblos indígenas para lograr un país diferente y por una ética de la política que parecía olvidada y que se concreta en el principio de mandar obedeciendo. Con ello se sumó a las luchas de otros pueblos contra la exclusión y contra los efectos deshumanizadores del neoliberalismo y la globalización.
Mucho se ha escrito y, por supuesto, se ha polemizado sobre este movimiento social. El debate ha despertado al lobo ideológico del racismo y la discriminación presente en el Estado y la sociedad mexicana, como fruto inevitable de una ideología y una política empeñadas en construir una identidad homogénea a costa de la existencia misma de los pueblos indígenas y de sus culturas.
El Estado se ha mostrado errático e incapaz de comprender el sentido profundo de estas luchas. La sociedad mexicana, en cambio, en cada vez más amplios sectores, expresa solidaridad y disposición a respetar la diversidad y a aprender de ella. Por ello ha sido factor clave en estos siete años para exigir el cese al fuego, en enero de 1994; la suspensión de las órdenes de aprehensión contra los zapatistas, en febrero de 1995; la Ley para el Diálogo, la Conciliación y la Paz Digna en Chiapas, del 11 de marzo de 1995; la firma, primero de los acuerdos de San Andrés, el 16 de febrero de 1996, y luego la demanda de su cumplimiento; el esclarecimiento de los crímenes de Acteal; la suspensión del llamado desmantelamiento a los municipios autónomos; la denuncia sobre la acción de los paramilitares; y los efectos perniciosos de la masiva presencia militar, y sobre tantos y tantos hechos ominosos que han formado parte de una guerra que no acierta a encuadrar en las definiciones de derecho humanitario internacional que acaba de "revisar" la Cruz Roja Internacional para negar el acompañamiento a la marcha zapatista. Decisión que no resulta ajena a la cancillería foxista.
Nada ha sido usual ni común en el EZLN respecto a los movimientos armados en América Latina ni respecto a sus procesos de pacificación. También encontramos un hecho inédito en la decisión de este movimiento de poner por delante a su directiva para asumir los riesgos que sean necesarios, con tal de avanzar en la creación de las bases para una salida política y un diálogo que teja pacientemente las condiciones para una paz con justicia y dignidad.
Seguramente como el primero de enero de 1994 los zapatistas saben que comienzan un camino incierto, pero confían en que la seguridad para ellos y el futuro para su causa depende de que la hagamos nuestra. Tampoco esta concepción es comprendida desde los círculos oficiales, que se empeñan en anticipar su deslinde de responsabilidades ante los riesgos de una iniciativa política que decidió colocarse en manos de la sociedad civil.
Los próximos días, ante la caravana zapatista que vendrá a exigir al Congreso de la Unión el reconocimiento de derechos históricos, nuevamente la sociedad mostrará qué tan suya es la causa de la paz con justicia y dignidad, y qué tanto asume que la democracia no se agota en la vía electoral. El gobierno federal habrá de tener presente que no obtendrá una paz de marketing y que las campañas mediáticas no se hicieron para un movimiento que trae historia larga de resistencia y congruencia.
Está a prueba la profundidad del cambio definido por la ciudadanía el 2 de julio, cambio que pasa por una profunda reforma del Estado, pues sin ella no hay cabida al reconocimiento pleno de la diversidad cultural.